NADA ES PARA SIEMPRE
Esta sencilla frase del título ha sido pronunciada en mi entorno hace unos pocos días. Por supuesto, no es la primera vez que la oigo, e incluso yo mismo recuerdo perfectamente una frase que escribí en un artículo con el que colaboré en un precioso volumen dedicado a la Ciencia Ficción. Mi frase a la que me refiero dice así:
No hay nada eterno;
ni siquiera la Eternidad
Sin embargo, últimamente, y en tan sólo un par de meses, he sufrido la pérdida nada menos que de tres amigos, uno de ellos de la infancia, que se dice pronto si tenemos en cuenta que a mi edad ya se está muy lejos de esa etapa de la vida, y que en tanto tiempo hemos vivido y compartido muchas y variadas experiencias. Se me ocurre, como único y pobre consuelo, que sería preferible no darle tanta importancia a la muerte y aceptar con naturalidad que es inevitable. De acuerdo, es inevitable y más nos vale, a veces, no darle excesiva importancia, no porque sea algo banal e inevitable, sino más que nada como una especie de protección emocional, pues se diga lo que se diga, la muerte causa dolor y tristeza alrededor…
Mas vamos al centro y meollo de esta nota, que es muy sencillo. Muy bien, nada es para siempre y ni siquiera la Eternidad es eterna. Pero entonces, ¿cómo se me pudo ocurrir a mí ponerle a una de mis novelas del Oeste el título de MORIR ES PARA SIEMPRE?
Algo falla en este asunto: o hay algo que sí es para siempre o no se muere nunca…