Aventuras de la espía más linda y peligrosa del mundo

                                 STORY

Manhattan

 

                                            JUSTICIA PERSONAL
                                                  Relato inédito

La limusina de cristales tintados se detuvo frente a la escalinata del edificio de la Bolsa en Wall Street, en un escalón de la cual aguardaban desde hacía varios minutos Chester W. Holcombe y su elegante pero no poco feroz guardaespaldas, llamado Herbert. Éste señaló el lujoso vehículo, y su todopoderoso patrón la vio enseguida, asintió con un gesto de impaciencia, y comenzó a bajar los últimos escalones de piedra donde había estado esperando. El atlético Herbert lo precedió presu-rosamente, cruzó vigilante la acera y abrió con gesto servil la portezuela. Chester W. Holcombe se sentó en el amplio y confortable asiento tra-sero, todavía un tanto malhumorado. Aunque no tenía razón ni motivos para estar disgustado, pues llegar a la hora y minuto exactos a un punto concreto de la ciudad de Nueva York conduciendo una limusina era una proeza inalcanzable. Así que, en realidad, tenía que felicitar a Cindy, su rubia, guapa y eficaz choferesa que habitualmente lo recogía a la salida de uno de los edificios más famosos del mundo, donde se manejaban fortunas escalofriantes.
–Te has retrasado un poco, Cindy –dijo en un tono que a él debió de parecerle cariñoso, mirando los rubios cabellos de la mujer que estaba al volante.
Al mismo tiempo que Chester W. Holcombe terminaba esta frase, sucedían muchas cosas en el interior de la limusina aislada del mundo por medio de los oscuros cristales especiales. A saber: el guardaespaldas terminaba de entrar a su vez en la parte posterior, cerraba la portezuela y se disponía a ocupar uno de los asientos de espaldas a la marcha, y, al mismo tiempo, saludaba a su colega y amigo Wesley, que como también era habitual había llegado acompañando a Cindy sentado a la derecha de ésta; simultáneamente, Herbert se daba cuenta de que el hombre que iba sentado junto a Cindy no era Wesley, y Chester W. Holcombe se per-cataba de que la rubia conductora no era Cindy; Herbert lanzó una exclamación de sorpresa y alarma a la vez, y, todavía con el gesto de ir a sentarse, introdujo velozmente la mano derecha bajo la chaqueta, hacia la axila izquierda; y sí, prácticamente al mismo tiempo el hombre que iba junto a la rubia que no era Cindy se volvió, pasó por encima del respaldo de su asiento la pistola provista de silenciador, y disparó con certera puntería al corazón de Herbert. Plop, resonó blandamente el disparo en el interior del lujoso vehículo, que justo entonces reanudaba su marcha alejándose del edificio de la Bolsa.
Chester W. Holcombe miró sobresaltado al hombre que no era Wesley y que iba junto a la rubia que no era Cindy; acto seguido miró la pistola, que le apuntaba a la cabeza, y luego de nuevo al desconocido, como alucinado. El sujeto tenía los ojos negros, los cabellos cobrizos con estrías plateadas en las sienes y una mirada directa, penetrante y serena como Holcombe no había visto otra en toda su vida.
Todavía no había reaccionado Holcombe cuando la limusina se detuvo ante un semáforo. La choferesa se apeó y entró en la parte de atrás, sentándose frente a Holcombe y sin dirigir siquiera una mirada a Herbert, que yacía retorcido grotescamente sobre la oscura moqueta. Para entonces, el hombre que había matado a Herbert ya se había desplazado ante el volante y la limusina reanudó la marcha en cuanto el semáforo mostró la luz verde. Holcombe contemplaba atónito a la rubia, que le sonrió de un modo tan especial que el financiero sintió un frío paralizante. La rubia no era precisamente una jovencita, pero era bellísima, y sus grandes ojos azules como el cielo eran, sin duda, una de las grandes maravillas del mundo.
–Qué cosas pasan, ¿verdad? –sonrió la rubia–. Se gasta usted una fortuna en guardaespaldas y en un instante se encuentra solo e indefenso ante unos atracadores.
Chester W. Holcombe se pasó la lengua por los labios. Ni por un instante hizo caso a la palabra ‹atracadores›, pues sabía que aquello distaba mucho de una contingencia que habría resultado absurdamente vulgar.
–¿Quién es usted? –farfulló.
La rubia se quitó la gorra y la peluca rubia, dejando al descubierto una densa cabellera negra recogida en torno a la cabeza para poder ajustar bien la peluca.
–Soy Brigitte Montfort –dijo sencillamente.
El más absoluto pasmo dejó mudo al poderoso financiero, uno de los grandes “lobos” de Wall Street. La reconoció en el acto. Por supuesto que aquella mujer era la más que famosa y respetada Brigitte Montfort, la actual directora del diario matutino Morning News de Nueva York. Pero… ¿qué estaba pasando allí?
–También soy la agente Baby, de la C.I.A. –sonrió la ex rubia–, pero hace años que no ejerzo como tal. Ahora me dedico más bien a tareas… sociales. ¿Quizás ha oído usted hablar de la Love Organization Unite, la L.O.U.?
–No –alentó apenas Chester W. Holcombe–… No.
–Claro, porque usted está muy apartado del ambiente y las acti-vidades de nuestra organización. Por cierto, le presento a Número Uno, mi… socio en la empresa. ¿Tampoco ha oído hablar de Número Uno?
Chester W. Holcombe desvió la mirada hacia el chófer, que conducía con pericia y suavidad.
–No…
–¿Te das cuenta, mi amor? –dijo Brigitte–: el mundo ya nos ha olvidado.
–Como espías, tal vez –dijo Número Uno–. Pero estoy seguro de que el señor Holcombe miente y sí ha oído hablar de la L.O.U..
–¿Esto es así, señor Holcombe? –inquirió Brigitte–. ¿Tiene razón Número Uno?
–No… De verdad, nunca… nunca he oído hablar de… de la L.O.U..
–¿Y de la Justicia? –interrogó amablemente la divina ex espía–. ¿Ha oído usted hablar de la Justicia?
–Sí… Claro, de la justicia sí.
–¿Y qué es la Justicia?
–Pues… Bueno…
–Me parece que no lo sabe. Es usted bastante ignorante, francamente. La L.O.U. es una organización que ya hace años se dedica a repartir amor, dinero y justicia por el mundo. Del amor no vale la pena hablarle, porque no tiene la más remota idea al respecto, y yo me considero incapaz de hacérselo entender a un sujeto como usted. Del dinero tampoco vale la pena hablarle, porque de eso sabe más que nadie, puesto que lo quiere todo para usted. Y así, llegamos a la Justicia…
–Yo soy amante de la Justicia…
–¿De verdad? –se sorprendió graciosamente Brigitte–. Bueno, tal vez, pero será de la justicia ajena a sus negocios… Hay un refrán español que dice: ‹Justicia, mas no por mi casa›. Es una frase que expresa que todos desean que se castiguen los delitos, pero no cuando son ellos los culpables. Según la definición más usual y sencilla de la palabra ‹justicia› (del latín iustitia), ésta es una virtud que inclina a dar a cada uno lo que le pertenece y se merece. Lo que no es su caso, evi-dentemente. Es usted absolutamente lo opuesto a la L.O.U., pues mientras ésta se dedica a repartir por todo el mundo amor, dinero y toda clase de ayuda a las iniciativas humanitarias, sociales, científicas, sanitarias, artísticas, educativas, y, en fin, a todo cuanto pueda contribuir a la salud, la cultura y el bienestar humano en general, usted se dedica a todo lo contrario, es decir, a quedarse con todo privando a muchísima gente incluso de lo mínimo para vivir. Por ejemplo, el caso de la TexWestGas, que ha sido su última “hazaña” y que ha terminado con nuestra paciencia. ¿Sabe usted de qué le estoy hablando?
La pregunta era pura retórica, y Brigitte se quedó mirando al financiero con una expresión que llevó un extraño y profundo terror a la mente del depravado personaje.
–¿No sabe de qué le estoy hablando? –insistió suavemente la direc-tora de la L.O.U..
–Bueno, lo… lo de la TexWestGas ha… ha sido una… un… una desa-fortunada inversión internacional que…
–Señor Holcombe: nosotros sabemos la verdad. Lo de la TexWestGas ha sido una estafa colosal, programada y dirigida por usted y apoyada por otros personajes nefastos para la humanidad que oportunamente recibirán nuestra visita o la de alguno de nuestros colaboradores. Lo de la TexWestGas ha costado el ahorro de toda su vida a miles de personas de Estados Unidos y de tres países de la América Central y ha dado lugar a un conflicto armado en esos países; un conflicto que, según nuestros colaboradores e informadores (y tenemos muchos en todo el mundo y todos ellos muy fiables y eficaces), ha costado la vida a más de dos mil personas inocentes y desamparadas que ni siquiera sabían qué estaba ocurriendo. La noticia ha salido, además, en los periódicos y noticiarios de todo el mundo, incluido el Morning News. ¿Lo recuerda usted ahora?
Chester W. Holcombe consiguió tragar saliva y murmurar:
–¿Qué… qué significa esto, qué… qué pretende usted?
–Pretendo matarlo. Por dos razones. Una de ellas, que su muy merecida muerte servirá para hacer comprender a sus socios que cuando vayamos a exigirles que restituyan todo lo que han estado estafando durante su… “gestión comercial y financiera”, no estaremos bromeando. Dos, que para mí siempre ha sido gratificante ejecutar a criminales como usted.
Diciendo esto, Brigitte se subió la falda del uniforme de choferesa y despegó de su muslo izquierdo la moderna pistola silenciosa a cuya culata habían sido acopladas ciertas cachas de madreperla. Holcombe la miró con ojos desorbitados, lívido el rostro.
–¡Usted no puede… no puede tomarse la justicia por su mano! –jadeó.
–Ya sabemos que la mejor justicia es la divina. Pero hay otras clases de justicia. Por ejemplo, en la L.O.U. tenemos una sección especial para estos casos a la que llamamos P&C, es decir, Prize and Chastisement: Premio y Castigo, pues del mismo modo que premiamos, castigamos por medio de agentes especializados. Y luego está, simplemente, la justicia personal, aunque ésta es con frecuencia falible y por supuesto muy subjetiva. Esto quiere decir que tal vez yo, al aplicar mi justicia personal, soy injusta… Pero por si acaso la justicia divina falla, y en vista de las cosas que usted ha hecho, las que está haciendo y las que se propone seguir haciendo contra la gente indefensa, correré el riesgo de ser injusta.
Plop.
Un pequeño y negro orificio se formó en la frente de Holcombe, que quedó como desparramado en el asiento, con los ojos desorbitados y la boca torcida y crispada.
Brigitte adhirió de nuevo la pistola a su muslo por medio de las tiras de esparadrapo color carne y volvió a colocarse la peluca y la gorra. La limusina se detuvo al poco, Brigitte se apeó y se alejó. Otro poco después, en una calle lateral, Número Uno detuvo el coche, apagó el motor, se colocó rápida y hábilmente una barba postiza, se puso unas grandes gafas de sol, se apeó, y se alejó tranquilamente del vehículo.
Cuando llegó al apartamento del piso veintisiete del Cristal Building, en la Quinta Avenida, donde ambos residían juntos hacía años, Brigitte ya le estaba esperando, con su eterno gesto de amor.

 

9 comentarios »

  1. Es la primera vez que leo una historia -aunque corta- sobre la famosa Brigitte Monfort, y debo reconocer que me ha sabido a poco, con el consiguiente deseo de saber más acerca de ella y de su peligroso mundo, que, aunque ficticio, por desgracia se asemeja demasiado al real; Baby me ha resultado sorprendentemente implacable, pero eso al fin y al cabo es característica necesaria de cualquier agente secreto que se precie, y miss Monfort, a pesar de mi desgraciada ignorancia acerca de sus correrías, creo que es una agente que no se detiene ante nada para conseguir su propósito… Por cierto, la agencia a la que actualmente pertenece…, ¿es un guiño del autor al propio autor?
    Un abrazo,

    Manuel C.

    Comentario por Manuel C. — Abril 14, 2007 @ 6:38 pm

  2. Amigo Manuel, gracias por el elogio implícito en la frase “me ha sabido a poco”. Si consigo mis propósitos de volver a editar la colección de Baby te avisaré y te proporcionaré alguos ejemplares.
    Lo del guiño del autor al propio autor, no sé cómo interpretarlo, pero sí sé perfectamente cuál ha sido mi intención al inventarme la L.O.U.: Brigitte se retira de la C.I.A. y del nauseabundo espionaje, pero su afán de ayudar al prójimo más desprotegido permanece en su mente y en su corazón. Así pues, ELLA CREA Y DIRIGE con la ayuda de su amado Número Uno, un organismo privado compuesto por poderosos amigos honestos de todo el mundo que dedican su tiempo, su valor y su vida, y todo el dinero que haga falta, para ayudar a quien lo necesita y ejecutar a quien lo merezca. En mi blog ya apareciò otra aventura corta de Brigitte, que retiré para insertar la segunda. Dedicada a ti, volveré a publicarla aquí en cuanoto me sea posible (dos o tres días). Su título es MÍRAME A LOS OJOS, y ahí la propia Baby te dice todo lo que es la L.O.U..
    Un abrazo.
    LOU CARRIGAN

    Comentario por Lou Carrigan — Abril 14, 2007 @ 7:14 pm

  3. Lendo o seu comentário, fiquei agradavelmente surpreso com o destino de Baby e de Numero Uno !

    Comentario por Jôka P.-Av.Copacabana — Abril 15, 2007 @ 10:57 pm

  4. Gracias por partida doble, sr. Vera, por haber incluido de nuevo el relato “Mírame a los ojos” y tener así la oportunidad de disfrutarlo, y por decir que me dedica esta nueva inclusión. De veras, le estoy muy agradecido, y asimismo convencido de que este nueva historia de Baby, tal como ocurrió con la anterior, la leeré con sumo agrado.

    Un abrazo.

    Manuel C.

    Comentario por Manuel C. — Abril 18, 2007 @ 5:09 pm

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