¡SSSST…!

 

Novela juvenil

 

EL FANTÁSTICO

REINO DEL SILENCIO

(Palabras feas y palabras bonitas)

                                        

                                                                      por

 

ANTONIO VERA

 

 

     Hace mucho tiempo, el mago Borogoboro castigó a los habitantes del Reino por su  mal uso de la voz y las palabras. El castigo fue muy cruel: el Reino quedó sumido en un silencio total, separado del mundo del sonido por el Telón del Silencio.

     Para que en el Reino volviera a oírse cantos de aves y voces de seres humanos, algún valiente tenía que cruzar el bosque Callanoabraslaboca y romper el Telón…

     Fue entonces cuando en el Reino del Silencio aparecieron los intrépidos amigos Nuncatemasnadanidigasmentiras y Vozdulceypreciosamelodía.

 

     La alarma había cundido en la Escuela de la Juventud. Hacía dos horas que habían terminado todas las clases, ya era de noche, y el misterio seguía sin resolverse, pues nadie conseguía encontrar a los dos alumnos que habían desaparecido: Georgina Marina Regina y David Eric Adrian.

  –Esto no puede ser –insistía una y otra vez el profesor Biensabido, que era quien los buscaba con más ahínco, pues eran alumnos de su clase–… ¡Nadie desaparece de una escuela así como así!

  –Quizá se hayan ido a su casa –sugirió el conserje de la Escuela.

  –Claro que no –rechazó la idea el director del centro–. Ya hemos llamado por teléfono a sus padres, que están en camino. Si hubieran aparecido nos habrían llamado ellos a nosotros para tranquilizarnos.

  Durante unos segundos todos quedaron silenciosos, desconcertados. Es más: empezaban a estar asustados. ¿Qué podía haberles ocurrido a los dos jóvenes?

  Poco después de terminadas las clases, todos los profesores habían buscado hasta en el último rincón de la Escuela. Algunos de los alumnos mayores se habían quedado para ayudar en la búsqueda de sus amigos desaparecidos. En total participaban en dicha búsqueda más de treinta personas, que ahora se hallaban reunidas en el patio, desalentadas y cambiando impresiones.

–Se me está ocurriendo –dijo de pronto el director– que quizá se hayan escapado para no afrontar algunos deberes que…

  –¡Nada de eso! –exclamó el profesor Biensabido– ¡Georgina Marina y David Eric son de los mejores alumnos que tengo en la clase, y además la tarea que les puse para el fin de semana es muy agradable!

  –¿Qué tarea es ésa?

  –Tenían que hacer una lista de palabras feas y otra lista de palabras bonitas. Todos los chicos y chicas de la clase dijeron que era divertido.

  –Sí que lo es –elogió el profesor Angelio–… Quizás estén en la biblioteca, buscando palabras feas y bonitas en la enciclopedia.

  –No –aseguró el conserje–. Es cierto que esta tarde fueron muchos alumnos a la biblioteca y que usaron todos los diccionarios. Pero cuando sonó el timbre de final de clases fui a apagar las luces y cerrarla con llave, como todos los viernes antes de marcharme a casa, y no quedaba nadie allá dentro. Todas las mesas estaban desocupadas. Se ven bien desde la puerta.

  –Sí, es cierto –frunció el ceño la señorita Mandy.

  –¿A vosotros no se os ocurre dónde pueden estar? –preguntó una vez más el director a los alumnos mayores que colaboraban en la búsqueda.

  –¡Pueden estar en tantos sitios…! –exclamó uno por todos.

  –Mientras no les haya ocurrido nada malo… –deslizó la profesora Esther.

  El ánimo de todos se ensombreció. La perspectiva de aquel fin de semana era muy preocupante. Incluso tendrían que recurrir a la policía…

  –Demontres, sigamos buscando –dijo el profesor Biensabido–. Seguro que los encontraremos… ¡En alguna parte tienen que estar!

 

–  –  –

 

  … De repente, Nuncatemasnadanidigasmentiras se encontró en un lugar desconocido, al que ni siquiera sabía cómo había llegado.

  Lo primero que presintió muy intensamente fue que aquel lugar era muy misterioso y que le aguardaban allí muchos y terribles peligros.

  Sin embargo, parecía un lugar muy hermoso y tranquilo, uno de esos parques limpios y bien cuidados que hay en las grandes ciudades para que las personas mayores disfruten de sosiego y los niños tengan un lugar de recreo saludable y seguro. ¿Qué misterio o peligro podía haber allí?

  Había graciosos senderos bordeados de arbustos floridos y sombreados por pinos y moreras, para pasear por ellos o para sentarse en los bancos a la sombra ya fuese para reposar o para charlar un rato; un estanque en cuyas aguas nadaban peces de todos los colores y flotaban nenúfares bellísimos; un surtidor de agua potable que caía en una amplia taza de piedra y alrededor del cual había más bancos, éstos a pleno sol; y una zona destinada exclusivamente al divertimento de los niños, en la que se podía patinar y había columpios, toboganes, y otros interesantes juegos.

  El día era bellísimo, el sol resplandecía y se reflejaba en los espléndidos colores de las flores, creando así la ilusión de un deslumbrante arco iris perpetuo sobre el parque, alrededor del cual destacaban los grandes y pulcros edificios blancos de la ciudad, como envueltos en la intensa, inagotable e inimitable luz solar.

  Todo era muy agradable, y sugería bienestar y prosperidad.

  Era un lugar encantador.

  Pero, cosa extraña, no había gente en aquel parque, no había absolutamente nadie para disfrutarlo como merecía. Ni siquiera niños. Nada. Nadie.

  –Qué raro –pensó Nuncatemasnadanidigasmentiras–. Es un sitio estupendo para pasárselo bien, y sin embargo no veo abuelos tomando el sol, ni niños jugando mientras sus mamás hablan entre sí con gran entusiasmo.

  Sí que era raro, ciertamente.

  Más que raro: tal como había pensado al principio, era sin duda alguna muy misterioso e incluso inquietante. ¡Producía una remota sensación de peligro que estaba comenzando a preocuparle! Mas por mucho que miró a su alrededor no vio nada que pudiera ser peligroso, y, la verdad, ni siquiera misterioso.

  De repente, Nuncatemasnadanidigasmentiras se dio cuenta de una cosa todavía más extraña: ¡en aquel parque no había pájaros!

  Miró con gran atención y detenimiento todo su entorno, pero no, no había un solo pájaro a la vista.

  No había ni siquiera uno de aquellos diminutos y audaces gorriones que suelen robarles migas de pan a las palomas o posarse con fácil acrobacia sobre las hojas de los nenúfares para desde allí beber agua del estanque, no había ni una sola paloma picoteando migas de pan por el césped o posadas en las ramas de los pinos mirando con su acostumbrada impertinente curiosidad a los humanos. Tampoco había golondrinas o vencejos surcando raudamente el cielo comiendo insectos voladores de esos que son invisibles al ojo humano.

  Y ahora que pensaba en ello: tampoco había ranas en el estanque; no había ni una de esas gordas y majestuosas ranas que simulan dormir plácidamente al sol sobre los nenúfares mientras con un ojo medio abierto vigilan la aparición de algún despistado e ingenuo insecto para zampárselo golosamente.

  Aunque a veces, las ranas se dedican de verdad a tomar el sol sobre las hojas de los nenúfares, y entonces, con sus saltones ojos muy abiertos, miran sin disimulo y muy enfadadas a los descarados gorriones que con su gracioso desparpajo, interrumpen las plácidas siestas de los batracios al ir a beber y a chapotear para refrescarse, agitando las alas y todo el cuerpo y sacudiendo agua a todas partes desde sus delicadas plumas.

  Pero no había ranas. Ni gorriones. Ni palomas.

  ¡Coñaspas, ni siquiera había mariposas, ni moscas, ni saltamontes, ni nada de nada…! Al parecer, los únicos seres vivos que había en aquel parque eran el propio Nuncatemas y los peces de colores del estanque.

  –Esto es rarísimo –insistió en sus pensamientos el joven, cada vez más perplejo–. No sé dónde estoy, no hay nadie para preguntárselo, y no se oye ni el piar de un solo pájaro…

  Por fin comprendió qué era lo que le producía aquella sensación de misterio y de peligro; por fin cayó en la cuenta de qué era aquello tan enormemente raro en aquel parque: ¡precisamente que no se oía nada!

  No se oía el vuelo de una mosca, ni el zureo de una paloma, ni el croar de una rana…

¡Ahora que se fijaba, ni siquiera se oía el rumor del agua del surtidor al caer en la taza de piedra!

  El silencio era absoluto.

  Era un silencio insólito.

  Era un silencio increíble.

  Era un silencio irreal, como si hubiera sido fabricado de alguna manera artificial mezclando materiales indeseables –como por ejemplo, enfado, pereza y aburrimiento– en lugar de ser un silencio natural y bello.

  Era un silencio triste e inquietante.

  Nuncatemasnadanidigasmentiras quiso romper aquel silencio, así que gritó:

  –¡Eoeo, que te veo, tío feo!

  Entonces, de pronto, causándole un gran sobresalto, apareció muchísima gente en el parque.

  Fue pasmoso.

  Aparecieron personas de edad avanzada, niños con sus mamás, parejas de jovencitos paseando cogidos de la mano y grupos de amigos… Aparecieron todos tan de repente como si acabaran de brotar del suelo y, además, en silencio. Tan silenciosos, tan inmóviles y tan inexpresivos como si en lugar de ser personas de carne y hueso fuesen polichinelas. Tan absolutamente silenciosos que incluso pareció que no estuvieran allí.

  Pero lo peor de todo era que estaban enfadados.

  Muy enfadados.

  Sumamente enfadados.

  Todos ponían mala cara, todos miraban a Nuncatemasnadanidigasmentiras con expresión iracunda en sus ojos, todos tenían el ceño fruncido en un gesto hostil, las facciones retorcidas en una mueca fea y antipática. El joven abrió la boca, dispuesto a preguntar qué cáscaras pasaba allí y por qué le miraban todos de aquel modo tan poco amistoso e incluso agresivo.

  Y fue entonces cuando la niña pelirroja apareció ante él y le tapó fuertemente la boca con una mano, mientras se llevaba el dedo índice de la otra a los labios, exigiendo silencio. Nuncatemasnadanidigasmentiras se quedó mirando entre irritado e intrigado a la pelirroja, que debía de tener unos doce años, o sea, un par menos que él, que tenía catuerce, o sea, dicho en serio, catorce.

  Era muy guapa, pero al mismo tiempo era la niña más rara que había conocido en toda su vida. Sus rojos cabellos eran largos y ondulados, brillantes, preciosos; sus ojos eran verdiazules, grandes y encantadores; sus mejillas y su barbilla formaban un óvalo simétrico adornado con dos preciosos hoyuelos; sus labios eran gorditos y sonrosados y sugerían sonrisas deliciosas. Hasta aquí, normal y bien. A decir verdad, mejor que bien. Lo raro, lo verdaderamente pasmoso de aquella niña, eran las pecas.

  Como todas las pelirrojas (bueno, casi todas), aquella niña tenía la cara llena de pecas; pero no de pecas vulgares y corrientes, de esas que parecen hechas con sol y oro. Las pecas de aquella niña eran tan especiales como ella. Tenía pecas en forma de estrella, en forma de triángulo, en forma de flor, de rombo, de círculo, en forma de pequeños animalitos como ardillas, mariposas y golondrinas… ¡Incluso tenía pecas en forma de pecas!

  ¡Eran unas pecas muy divertidas, y todas de diferentes y bellos colores!

  Por fin, tras hacer comprender a Nuncatemasnadanidigasmentiras que debía guardar silencio, la niña retiró la mano de su boca. Entonces, de un bolso que llevaba en bandolera, sacó un cuaderno y comenzó a escribir en una página con un bolígrafo que en el extremo superior tenía una bolita de colores que centelleaba al sol como si estuviera compuesta por mil espejos.

  Deslumbrado, él desvió la mirada del bolígrafo y volvió a contemplar con curiosidad creciente a la gente que tan misteriosamente había aparecido y que seguía mirándole con hostilidad. Comprendió que debían de haber estado paseando o jugando cerca de él, pero tan en silencio y con tanta mesura en sus movimientos o juegos que no se había percatado de su presencia.

  Qué raro.

  Y ahora que se fijaba, ¡vaya si eran todos muy raros!

  Algunos tenían cara de pájaro, otros de mico, otros parecían bizcos tratando de mirarse la nariz o las orejas, otros tenían la nariz tan larga que casi les llegaba al suelo, otros tenían cara de mochuelo, otros de asno pensativo y aburrido, otros tenían el culo muy gordo y esto les hacía parecerse a una pera, otros se encorvaban y esto les hacía parecer un plátano, otros eran gordos y redondos como sandías, y así hasta el infinito de gente rara, enfadada y silenciosa.

  La pelirroja puso ante los ojos de Nuncatemasnadanidigasmentiras lo que había escrito, que era lo siguiente:

 

NO SE TE OCURRA VOLVER A HABLAR BAJO NINGÚN PRETEXTO. LA LEY DEL SILENCIO CASTIGA MUY  SEVERAMENTE A QUIENES HABLAN O HACEN CUALQUIER OTRA CLASE DE RUIDO. ¿CÓMO HAS PODIDO OLVIDARLO?

 

  Nuncatemasnadanidigasmentiras escribió su respuesta, que decía así:

 

NO LO HE OLVIDADO POR LA SENCILLA RAZÓN DE QUE NO LO SABÍA, PUES YO NO SOY DE AQUÍ… ¿DÓNDE ESTOY Y QUÉ ES ESO DE LA LEY DEL SILENCIO?

 

  Después de leer este mensaje la pelirroja se quedó mirando asombradísima al forastero, como si no pudiera creer que él no fuese de aquel lugar, como si no pudiese creer que alguien pudiera ser de cualquier otro lugar que no fuese el lugar en el que se hallaban. Y acto seguido, ella escribió:

 

ESTÁS EN LA CIUDAD DE POPULOPOPULOPÓPULO. ¿DE QUÉ LUGAR ERES T’Ú?

 

  Por un momento, Nuncatemasnadanidigasmentiras se olvidó completamente de que no debía hablar, y se dispuso a contestar de viva voz a la pelirroja. Pero de repente recordó aquello de la Ley Del Silencio, y haciendo un esfuerzo consiguió retener su voz.

  El esfuerzo fue tan tremendo, sin embargo, que se atragantó como si las palabras retenidas hubieran quedado encerradas dentro de un globo que quedó atascado en su garganta. Su rostro se puso rojo, rojo, rojo…, y de pronto el globo que sentía en su garganta reventó, y entonces el joven aventurero expelió las palabras en forma de fortísimo y sonorísimo estornudo:

  –¡AAATCH’IIISSS!

  Quedó aturdido por la fuerza del estornudo, pero no tanto que dejase de notar que la niña pelirroja le agarraba de una mano y acto seguido echaba a correr, tirando de él con fuerza.

  Nuncatemasnadanidigasmentiras comprendió que con el estruendoso estornudo había faltado de nuevo a la Ley Del Silencio, y que había terminado por hacer enfadar muy peligrosamente a aquellas gentes, pues sus caras se retorcían ahora de rabia furiosa y se convertían en increíbles y feísimas máscaras amedrentadoras; esto lo veía volviendo la cabeza sin dejar de correr junto a la pelirroja, que se dirigía hacia una de las salidas del parque. Y Nuncatemasnadanidigasmentiras todavía corrió más velozmente cuando vio que algunas de aquellas personas comenzaban a arrojarles piedras.

  –¡Coñaspas! –gritó–. ¡Qué mala gaita tienen…!

  Una de las piedras pasó rozando su cabeza, y otra la acertó en el trasero, lo que le hizo exclamar otra vez ¡coñaspas! y correr más velozmente todavía, casi arrastrando a la pelirroja, que resoplaba ahora con fuerza.

  Salieron del parque a todo correr, cruzaron calles y avenidas por donde circulaban toda clase de vehículos completamente silenciosos, y corrieron por amplias aceras por las que caminaban personas de caras inexpresivas, aburridas, apáticas, por supuesto tristes, y tan silenciosas que ni siquiera se oía el roce de sus zapatos en el suelo.

  Pero Nuncatemasnadanidigasmentiras no estaba ahora para fijarse en detalles. Ahora había que correr y dejarse de pamplinas. Así que corrió, vaya si corrió. Tanto corrió y tanto hizo correr a su amiga que muy pronto comenzaron a dejar atrás las calles y avenidas de la ciudad y a sus enfadadísimos perseguidores, que habían dejado de tirarles piedras, y ahora, en la distancia, los amenazaban con palos, bastones y cinturones que agitaban por encima de sus cabezas, rabiosos por no poder alcanzarles.

  –¡Eoeo, ahí te quedas, tío feo! –gritó Nuncatemasnadanidigasmentiras.

  La encantadora pelirroja no pudo contener una carcajada, pero enseguida se tapó la boca con una mano, con lo cual todavía dificultó más su respiración, y tuvo que detenerse para recuperar el aliento.

  La gente enfadada –y por tanto gente fea– había quedado tan atrás que Nuncatemasnadanidigasmentiras también se detuvo, pues ya no había peligro. ¡Claro que eran raros y feos, pues el enfado y la rabia hacen feas y raras a las personas! Incluso les hace parecerse un poco a vegetales y a animales, que aunque sean seres vivos son menos inteligentes que las personas.

  –¿Te han acertado con alguna piedra? –se interesó, solícito.

  La niña negó con la cabeza. Todavía respiraba con bastante agitación, pero se iba recuperando rápidamente. Por fin, pudo exclamar:

  –¿Estás faltando a la Ley Del Silencio!

  –Y tú también –replicó Nuncatemasnadanidigasmentiras–. ¿Cómo te llamas?

  –Vozdulceypreciosamelodía.

  –¡Anda ya…! –se pasmó él–. ¡Nadie se llama así!

  –Yo sí. ¿Cómo te llamas tú?

  –Nuncatemasnadanidigasmentiras.

  –¡Tomaaaa…! ¡Y te ha parecido raro mi nombre! ¡Pues mira que el tuyo…!

  –Puedes llamarme sólo Nuncatemas. Yo a ti te llamaré sólo Vozdulce.

  –¡De ninguna manera! ¡Cada cuál tiene su nombre, por largo y raro que sea! ¡Mi nombre es Vozdulceypreciosamelodía, y así es como tienes que llamarme!

  –Es muy complicado.

  –¡Pues te lo aprendes!

  –Está bien –se resignó el joven–. Oye, ¿dónde estamos?

  –¿Cómo que dónde estamos? –se enfadó ella–. ¡Ya te lo escribí en mi cuaderno! ¡Estamos en la ciudad de Populopopulopópulo!

  –Vaya nombrecito… ¿Y en qué país está la ciudad de Populopopulopópulo?

  –¡En el Reino Del Silencio, naturalmente!

  –Ése sí que es un nombre raro para un país. ¿Por qué se llama así?

  –¿Pretendes tomarme el pelo? ¡Se llama así porque en él reina el silencio! ¿Y sabes por qué reina el silencio?

  –No. Ni siquiera entiendo por qué dices que reina el silencio. ¿Acaso el silencio es un rey?

  –Pues… no. En eso tienes razón. Pero digamos que reina el silencio porque hay en él un silencio total. Nadie hace nunca ninguna clase de ruido en el Reino Del Silencio. Nadie habla jamás en el Reino Del Silencio.

  Él se detuvo y se volvió para mirar hacia la ciudad, que se veía ya muy distante, pues mientras hablaban no habían dejado de caminar rápidamente. De pronto cayó en la cuenta de que ella tenía razón. Recordó que nada ni nadie hacía ninguna clase de ruido en aquella ciudad, pues mientras había estado en el parque, y luego corriendo por calles, plazas y avenidas, no había oído nada. Ni pájaros, ni ranas, ni automóviles, ni voces humanas, ni sirenas de ambulancias o de bomberos, ni, en fin, cualquiera de los muchos y diversos ruidos que siempre se oyen en una ciudad normal, ya sea de día o de noche.

  –¿Y por qué reina el silencio? –preguntó por fin.

  –Porque el mago Borogoboro castigó a toda la gente del Reino hace muchas generaciones, y desde entonces nadie ha querido hablar. ¡Hablar es horroroso!

  –¡Qué barbaridad, claro que no! Hablar es necesario y divertido. Hablando puedes aprender y enseñar muchas cosas. Puedes intercambiar ideas con la familia, con los amigos, con todo el mundo. Vaya, que como dice ese rollo del profe Biensabido, es un medio estupendo de comunicación entre las personas. Así que explícame por qué a ti te parece que hablar es horroroso.

  –No lo sé –dijo Vozdulceypreciosamelodía, muy sorprendida de pronto y abriendo mucho los ojos–. Ahora que lo dices… ¡no tengo la menor idea! 

  –Me parece que eres tú quien pretende tomarme el pelo a mí.

  –De verdad que no –aseguró ella, que ahora, de repente, parecía asustada por el hecho de estar hablando–… ¡Yo nunca había hablado antes de ahora, ni siquiera lo intenté, porque estaba convencida de que es horroroso!

  –Anda ya, pelopanocha –se mosqueó Nuncatemasnadanidigasmentiras.

  –¡No seas antipático!

  –¡Y tú no seas embustera!

  –¡No soy embustera, te estoy diciendo la verdad!

  –Escucha, pelozanahoria: en primer lugar ya me dirás por qué hablar es horroroso, y en segundo lugar una persona que nunca en su vida ha hablado no se pone a hablar de pronto como si tal cosa, así, por las buenas. No es tan fácil, ¿sabes? Si nunca hubieras hablado antes, ahora tendrías que empezar por aprender como los bebés, y en cambio me estás soltando unos discursos que ni el profe Biensabido, que come papel para tener más rollo. ¿Captas?

  –¿Sabes qué estoy pensando?

  –¿Qué?

  –Que te mereces que te deje solo para que te las arregles como puedas.

  –Vale, corazón. ¡Mira cómo me tiemblan de miedo las orejas!

  –Eres muy gracioso, ¿verdad?

  –Más graciosa eres tú, guapa de revistaatodocolor, con esa cara que parece un cuadro surrealista. ¡Anda que no tienen guasa tus pecas, reina del baile! ¿Son de verdad o te las has pintado con rotuladores para presumir de artista? ¡Pero si hasta tienes pecas en forma de animalistos!

  –Querrás decir animalitos, no animalistos.

  –Que no, pelorrábano, que animalitos sería en otra cara, pero en la tuya, que eres tan lista, son animalistos. ¿Captas?

  –¡Y si estuvieran en tu cara serían animaltontos!

  –Vale, nena feroz, que me duelen los oídos de escucharte. ¡Anda que si no llega a ser que nunca hasta ahora habías hablado…! ¡Pues no tienes tú cuerda que digamos, pelotomate!

  –¡Anda que tú, peloplátano!

  El rubio y la pelirroja se quedaron mirándose agresivamente el uno al otro, y de pronto los dos se echaron a reír.

  La ciudad había quedado muy atrás. Ante ellos se divisaba ahora un hermoso bosque de pinos tan tupido que parecía que se tratase de un solo pino gigantesco con muchos troncos y formando una gigantesca sombrilla verde.

  Vozdulceypreciosamelodía se detuvo, y Nuncatemasnadanidigasmentiras la miró todavía sonriente.

  –¿Por qué te paras? –inquirió.

  –Porque ése es el bosque Callanoabraslaboca, al fondo del cual está el Telón Del Silencio… ¡Y no pongas esa cara, que te estoy hablando en serio y sólo digo verdades!

  –Bueno, bueno, no te pongas fiera otra vez. ¿Qué pasa con ese telón?

  –¿Me escucharás sin interrumpirme si te cuento la historia entera?

  –Si me duermo bate palmas, que yo me despierto siempre como los patos.

  –¡Si te vas a burlar de mí…!

  –Que no, prenda. Mira –señaló unas peñas a un lado del camino–, vamos a sentarnos ahí para descansar un rato, y mientras tanto desenrollas tu rollo.

  –Sí, ahí estaremos frescos y podremos descansar tranquilamente. Ya no corremos peligro, pues nadie se acerca nunca tanto a Callanoabraslaboca.

  Nuncatemasnadanidigasmentiras frunció el ceño, pues de nuevo tuvo el presentimiento de grandes peligros, de verdaderos peligros que estaban cada vez más cerca. Un poderoso presagio de riesgos espeluznantes y fantásticos misterios pareció envolverlo como si fuese una manta pesada, oscura y áspera. Se detuvo y miró muy atento a todos lados con desconfianza, con cautela, pero no vio nada que pudiera inquietarle. Y sin embargo, aquella sensación, aquel presentimiento de peligros sin fin seguía envolviéndolo…

–¿Qué te pasa? –preguntó Vozdulceypreciosamelodía.

–No sé… ¿Tú no notas nada?

–No. ¿A qué te refieres?

–Hay algo tan inquietante por aquí… Bah, no importa. Sentémonos.

  Se sentaron a la sombra de una enorme acacia solitaria, que parecía puesta allí a propósito para eso, para dar sombra a aquellas rocas que a su vez estaban allí para servir de asiento a fatigados y acalorados caminantes. O quizás era que las rocas tenían vida y eran sensibles al calor, de modo que la Naturaleza las protegía con la acacia, a la cual sí le va bien y le gusta mucho el sol. La Naturaleza siempre hace las cosas bien, pero hay que entenderla. Claro que esto pasa con todo: hay que entender y comprender las cosas y los hechos (¡y a las personas!) que componen nuestra vida, para que así podamos comportarnos de modo razonable y provechoso.

  El bosque Callanoabraslaboca estaba muy cerca, apenas a doscientos metros, y se veía umbrío y sombrío. Amenazador. Acechante. Como una trampa…

  –El mago Borogoboro –empezó su relato la pelirroja– era un ser infernal y abominable que habitaba en cavernas llenas de fuego. Fue un ser monstruoso, que vivió hace varios siglos, y que odiaba a las personas del Reino porque ellas eran hermosas y sabían hablar y cantar y él era feísimo y mudo.

  »Sentía tanta envidia, que por fin ésta se convirtió en odio. Y cuando Borogoboro comenzó a odiar a la gente todavía se volvió más feo y horroroso y más malo. Tan malo, que por fin provocó con sus perversos trucos mágicos una espantosa epidemia en el Reino, de resultas de la cual todos los habitantes perdieron el uso de sus cuerdas vocales, es decir, se quedaron sin voz y por tanto ya no pudieron hablar ni cantar. Y todos los que lo intentaban, en lugar de hablar o cantar producían unos sonidos tan raros que finalmente se promulgó una ley prohibiendo hablar y cantar.

  »Y así, se impuso el silencio a todas las personas del Reino, que antes se llamaba simplemente así, Reino, pero que a partir de entonces comenzó a ser llamado el Reino del Silencio. Y la gente se acostumbró tanto al silencio que nadie quería escuchar ningún ruido, y la ley fue revisada y ampliada de modo que se prohibió no sólo hablar y cantar, sino producir cualquier clase de ruido o de sonido, por delicado que fuese.

  »Pero, claro, los animales no entendían de leyes, y los perros siguieron ladrando, los gatos maullando, los pájaros piando, las vacas mugiendo, las ranas croando…

  –Y las ovejas balando y los burros rebuznando…

  –¡Hemos quedado en que no me interrumpirías!

  –Es que te ibas a pasar el resto de la vida diciendo qué hacen con su voz los animales. ¿A que no sabes cómo se llama el berrido del rinoceronte?

  –El rinoceronte barrita, como el elefante.

  –¿Y el mochuelo?

  –El mochuelo ulula, y eso no es ningún berrido, sino un grito o un canto.

  –¡Coñaspas, sí que sabes cosas! Bueno, sigue con eso del malvado y horroroso mago Borogoboro. ¡Que también…, vaya nombrecito!

  –Sí que es raro, pero tiene un significado. Borogoboro significa «Monstruoso Ser Inhumano Malvado, Horrendo Y Perverso». Bueno, pues total, que como los animales hacían tanto ruido fueron expulsados del reino…

  –Menos los peces, que son mudos. Por eso hay peces en el estanque, pero ninguna otra clase de animal “sonoro” en todo el parque. Puedes seguir.

  –Muchísimas gracias, tío listo. Pues eso, todos los animales fueron expulsados, y desaparecieron para siempre jamás, de modo que todo quedó en completo y definitivo silencio en el Reino. Y así seguirá por toda la eternidad a menos que alguien consiga romper el Telón del Silencio.

  –¡Ep, ep, ep! ¡Pues vamos a romperlo! ¿O acaso ese telón es de acero o de cualquier otro material irrompible?

  –No. Nadie sabe de qué es, ni dónde está exactamente. Sólo se sabe que está al fondo del bosque Callanoabraslaboca…, y que todos cuantos han pretendido llegar hasta él para romperlo no han regresado.

  –¡Ah! –Nuncatemasnadanidigasmentiras volvió a mirar hacia la gran sombrilla de pinos–. ¡De modo que es cierto, hay un peligro en ese bosque!

  –Sí. Y es un peligro misterioso, desconocido y tan grande que finalmente nadie quiere intentar llegar al Telón, así que mi país está condenado para siempre al silencio… Bueno, pues ya está todo explicado.

–No, no está todo explicado –negó él con la cabeza–. Al menos, yo no lo entiendo, porque si los habitantes del Reino Del Silencio no podéis hablar, o hacéis ruidos raros al intentarlo…, ¿qué pasa contigo, pelocereza, por qué tú puedes hablar y además con esa voz tan melodiosa y encantadora?

  –¡Hombre, muchas gracias! –exclamó ella jubilosamente aunque con evidente guasa–. Tu amabilidad me emociona mucho. ¿No será que aunque estemos a la sombra te ha pillado una insolación que te ha dejado tonto de la cabezota?

  –En serio: ¿por qué tú puedes hablar normalmente y los demás no pueden?

  –Ya te he dicho que no lo sé.

  –Pero yo sí lo sé –dijo una voz desconocida.

  Y de repente apareció una gran burbuja dorada que apenas tuvieron tiempo de ver entera, pues reventó silenciosamente. De su interior surgió un extraño personaje, un ser verdaderamente insólito, extraordinario, grotesco, estrafalario, increíble, fantástico, excepcional, como si fuese el resultado de decir al revés la palabra mágica abracadabracaradecabra. Desde luego era (¡o parecía!) una persona, pero por completo fuera de lo normal.

  Para empezar, tenía tres ojos, sin párpados ni pestañas.

  Tres redondísimos y diminutos ojos rebosantes de malicia, de astucia, de una extraña luz en la que parecía hallarse contenida y concentrada toda la sabiduría de todos los siglos de existencia de la humanidad.

  Vestía una túnica blanquísima y calzaba sandalias coloradas. Era bajito, delgado, fibroso y muy moreno. No había un solo cabello en su esférica cabeza quemada y arrugada por el sol. Tenía unas simpáticas orejas grandes y gordas, redondas como la Luna, y una boca pequeña y guasona que parecía un signo interrogante. Dos ojos los tenía ubicados normalmente en el rostro, a los lados de su diminuta nariz chata y de grandes orificios muy visibles y que parecían sucias grutas donde quizás habitaban extraños microbios. El tercer ojo lo tenía en la parte central de la frente, un poco más arriba del entrecejo. El ojo de la frente era de color ámbar, el derecho era rojo y el izquierdo era verde, de modo que aquella cara parecía un semáforo redondo.

  Era un sujeto tan atípico, tan extraño, que ni siquiera se le podía calcular la edad: lo mismo podía tener veinte años que setecientos mil.

  Se hallaba frente a los dos jóvenes, que tras el sobresalto lo miraban asustados. De pronto, el recién aparecido dijo, señalando a la niña:

  –Tú puedes hablar normalmente porque te he levantado el castigo. Y ello, por dos motivos. Uno, porque sin conocer a este jovencito decidiste ayudarle en el parque para que no sufriese mal alguno por parte de tus paisanos, con lo cual demostraste tener buen corazón; y dos, porque eres capaz de hacer lo que no ha hecho nadie en el Reino Del Silencio desde hace siglos: reír; lo cual es una muestra de equilibrio mental y de sentido del humor. Y si sumamos las tres cosas, o sea, buen corazón, equilibrio mental y sentido del humor, resulta que se convierten en inteligencia. Las personas verdaderamente inteligentes no son malas. Y puesto que no eres mala, yo me siento obligado a levantarte el castigo, lo cual he hecho con mucho gusto, te lo aseguro. Y por cierto que no podrás quejarte de la voz que te he otorgado, que es preciosa. Esto lo he hecho porque a mí me gusta que todo sea hermoso, y resulta que hay tres cosas en el universo que son prodigiosamente hermosas: la luz del sol y las estrellas, el canto de las aves canoras y la voz de las personas felices. Claro está: si no eres bueno no puedes ser feliz. Pero tú serás muy feliz, te lo garantizo. ¿Qué tal? –Soltó de pronto una carcajada por etapas que parecieron notas de un piano–. ¿Cómo estáis, Vozdulceypreciosamelodía y Nuncatemasnadanidigasmentiras?

  Por fin, mientras ella no conseguía salir del susto, él logró reaccionar.

  –¿Quién eres tú? –inquirió.

  –El mago Borogoboro.

  –¡Que el cielo nos proteja! –exclamó Vozdulceypreciosamelodía, espantada a pesar de las anteriores palabras del mago elogiándola.

  –Tranquilizaos –dijo Borogoboro–. Tenéis que saber que mi nombre no significa eso de «Ser Horrendo Y Perverso…». El nombre BOROGOBORO podemos explicarlo mejor separándolo en tres partes: BO, que significa «máximo esplendor». RO, que significa «siempre la verdad», y GOBORO, que significa «sabe más de lo que sabe». Así pues, Borogoboro significa «la verdad en su máximo esplendor dicha por quien sabe más de lo que sabe».

  Dicho esto, el mago Borogoboro volvió a reír, enseñando ahora una blanca, diminuta y mellada dentadura de pilluelo sabihondo, al mismo tiempo que se oían de nuevo las notas musicales.

  –¿Cómo puede nadie saber más de lo que sabe? –preguntó el joven.

  –Siendo un mago; pues si eres mago puedes saber no sólo lo que sabes tú, sino también lo que saben otros que saben mucho más que tú.

  –Venga ya: ¡los magos no existen! –rechazó Nuncatemasnadanidigasmentiras.

  –¿Eso crees? Mira, yo me espabilo para saber cada día más cosas, y así aunque tú dudaras que yo sé más de lo que sé, lo cierto es que cada día sé más de lo que sabía el día anterior. A eso se le llama APRENDER. Y puesto que APRENDER sí es una verdadera magia, y yo aprendo, yo soy un mago.

  –¡Pero entonces todos somos magos!

  –Digamos –rió Borogoboro– que más mago eres cuanto más estudias, pues aprendes cosas que otros no saben, y eso te convierte en mago.

  –¿Por qué tienes tres ojos? –preguntó ahora Nuncatemasnadanidigasmentiras.

  –¿Por qué tienes dos ojos? –preguntó a su vez Borogoboro.

  El joven aventurero se quedó mudo, no se le ocurrió ninguna respuesta que la pareciera acertada, pero Vozdulceypreciosamelodía exclamó:

  –¡Lo normal es tener dos ojos!

  –Exacto –asintió el mago–. Pero yo no soy normal, soy realmente un mago dotado de enormes poderes mágicos, y uno de ellos es tener tres ojos. El de color rojo es para ver de día, el de color verde es para ver de noche, el de color ámbar es para ver en la niebla y en el fondo del mar. Y con la mirada de los tres ojos conjuntados, veo más de lo que veo.

  Y volvió a reír, pero ahora su risa sonó como si alguien tocara unos timbales. Bueno, no había que sorprenderse demasiado, pues para eso aquel tipejo era un auténtico mago seguramente más viejo que el tiempo. De todos modos, ¡vaya sujeto extraño y especial! Pero no parecía peligroso…

  –Claro que no soy peligroso –dijo Borogoboro, adivinando los pensamientos de Nuncatemasnadanidigasmentiras–. Pero puedo serlo cuando alguien se comporta de modo incorrecto o malvado. Precisamente porque los habitantes del Reino se estaban comportando de modo incorrecto y malvado les impuse el castigo de convertir sus voces en chirridos, en sonidos horrendos absolutamente insoportables para el oído humano.

  –¿En qué se comportaban de modo incorrecto y malvado? –inquirió Nuncatemasnadanidigasmentiras–. ¿Qué hacían para merecer ese cruel castigo?

  –La voz es un instrumento o recurso noble de la persona, y debe ser usada, por tanto, para fines nobles, como son intercambiar conocimientos e ideas, comunicarse unos con otros de modo sincero y provechoso, ayudarse mutuamente, expresar buenos y hermosos sentimientos, cantar, reír y decir cosas que hagan felices a los demás…

  –¿Qué cosas? –preguntó de pronto Vozdulceypreciosamelodía.

  –Cosas hermosas. Y si no tienes nada hermoso que decir más vale que permanezcas en silencio… pensando en algo hermoso que decir. En cualquier caso, la voz es un don que debe ser enaltecido, amado y respetado. Pues bien, los habitantes del Reino usaban la voz para emitir palabras con fines falsos, innobles y brutales: se pasaban la vida mintiendo, levantando falsos testimonios y calumnias, insultándose y estafándose unos a otros. Vivían en un perpetuo engaño, nadie se podía fiar de nadie, todo el mundo hablaba mal de todo el mundo y se insultaban a cada instante, dando la cara o a escondidas, sin miramiento ni consideración hacia nada ni hacia nadie… Todos se comportaban de modo tan abominable que había que darles una buena lección. Y se la dí. Ahora no pueden insultarse, ni blasfemar, ni mentir, ni calumniarse. Ahora todos están sumidos en un silencio inofensivo.

  Nuncatemasnadanidigasmentiras, que escuchaba pasmado, acertó a decir:

  –Este tío habla como el profe Biensabido.

  –Pero este ser rarísimo no puede ser el mago Borogoboro –dijo quedamente Vozdulceypreciosamelodía–… ¡El mago Borogoboro habría aparecido rodeado de fuego y ya nos habría quemado las cuerdas vocales y la nariz!

  –¡Pero qué dices, encantadora criatura! –exclamó Borogoboro, riendo de nuevo, ahora con sonido de violines–… ¿No comprendes que quien dice la verdad soy yo? Hace tanto tiempo que castigué a los habitantes del Reino que la verdad se ha ido olvidando o falseando generación tras generación, y la actual generación no sabe nada de nada…, salvo algunas mentiras, insultos y calumnias sobre mí que dejaron escritas aquellos a quienes castigué, para vengarse haciéndome pasar por monstruoso y malvado, cuando sucede que soy todo lo contrario: soy dulce, cariñoso, simpático, creativo, amable, inteligente, bondadoso, justo, honesto, sincero, amistoso, noble, generoso… y muchas otras cosas más que no digo porque soy muy modesto.

  –¡Aguanta vela, marinero! –exclamó Vozdulceypreciosamelodía–. ¡Dice que es “modesto”! ¡Vaya cara tan dura que tiene!

  –Como sea –rio de nuevo el mago, imitando ahora una armónica–, ha quedado esa falsa leyenda de que el mago Borogoboro era malvado, cosa que, como bien habréis comprendido, no pasa de ser otra calumnia, otra mentira más de la gente. Es cierto que impuse un castigo cruel, pero era bien merecido, y así serviría de ejemplo a los descendientes de aquellos que hacían tan mal uso del maravilloso, magnífico, formidable, exquisito y genial don de la voz y la palabra. Castigar a quien se lo merece no es ser malvado, sino justo.

  »Sin embargo, el ejemplo no sirvió de nada, pues la gente sigue engañándose unos a otros aun en silencio, y es por eso que mantengo el castigo. Y sólo otorgaré mi perdón general y total cuando alguien me demuestre que se puede querer a esos despreciables y embusteros seres humanos aunque sólo sea un poquito, lo cual me permito dudar grandemente.

  –Atiza –exclamó Nuncatemasnadanidigasmentiras, olvidándose de su sofisticado “coñaspas”–… ¡Qué tío, cómo habla! ¡Si casi no lo entiendo…!

  –Pues si no me entiendes –replicó Borogoboro– te compras un diccionario, que cuesta cuatro perras en comparación al tesoro que te proporciona, esto es, la sabiduría y la riqueza de expresión. ¿Me has entendido ahora?

  –No estoy muy seguro –dijo sinceramente el muchacho.

  –Quiero decir lo mismo que te dije antes: que lo que no se sabe se puede aprender. Y pocas cosas hay más dignas de ser aprendidas que las palabras que nos sirven para expresar nuestras ideas, nuestros pensamientos y nuestros sentimientos, en suma para comunicarnos unos con otros en este bellísimo planeta que tiene cinco mil millones de años de edad y que, nada menos, ¡es la cuna de todas las palabras del universo! Date cuenta: ¡somos los inventores de la palabra en todo el universo! Imagínate que las palabras no existieran: ¿cómo nos estaríamos comunicando tú y yo?

  –¡Por señas! –exclamó Vozdulceypreciosamelodía–. ¡En el Reino del Silencio nos comunicamos por medio de señas!

  –Ya –la miró amablemente el mago–. ¡Por eso nunca termináis de entenderos y provocáis tantas equivocaciones y disgustos cada vez más grandes, y por eso estáis siempre sombríos y enfadados. Además, eso de las señas está bien para quienes no tienen más remedio que utilizarlas, como los sordomudos, por ejemplo. Pero… ¿por qué utilizar señas cuando se puede utilizar las palabras? ¿No te parece más fácil, práctico y expresivo la palabra que las señas? Veamos, bella niña: ¿qué prefieres, las gesticulaciones o la voz?

  –La voz –dijo Vozdulceypreciosamelodía, con los ojos muy abiertos–… ¡Oh, sí, ya lo creo, la voz, la voz, la voz!

  –Exacto –asintió el mago–: la voz, la palabra. Nada hay tan hermoso como la palabra.

  –Hay palabras feas –dijo rápidamente Nuncatemasnadanidigasmentiras.

  –¿Sí? A ver, dime alguna palabra fea. Venga, dila sin remilgos.

  –Por ejemplo… mierda –murmuró Nuncatemasnadanidigasmentiras.

  –Mierda –repitió Borogoboro; y acto seguido repitió de nuevo la palabra, varias veces, como saboreándola–… Mierda, mierda, mierda, mierda, mierda, mierda, mierda… A mí no me parece fea. ¿Por qué te parece fea a ti?

  –¡Hombre…!

  –La mierda, amiguito, es el resultado de un proceso vital en los seres vivos que ingieren alimentos. Además, si no te gusta decir mierda puedes decir deposiciones, deyecciones, excrementos, heces fecales… Pero no veo qué tiene de feo la palabra mierda, que, como el resto de las que hay en el diccionario, cumple su trabajo: explicar, definir, informar. Dime otras palabras feas. Y tú también, Vozdulceypreciosamelodía.

  Se echaron a reír los tres. La risa de Borogoboro era ahora de lo más graciosa, como si tuviese hipo, aunque algunas veces emitía música en vez de hipidos, como si se hubiera tragado una ocarina, ese encantador instrumento musical de barro parecido a una concha marina pero que se toca como una flauta y que tiene ocho agujeros y suena con un timbre muy dulce.

  –Marica –dijo de pronto Nuncatemasnadanidigasmentiras.

  –Mariquita –dijo rápidamente Vozdulceypreciosamelodía.

  –Cabrón.

  –Burro.

  –Mamón, capullo, cabronada, cretino…

  –Bueno, vale –cortó Borogoboro, que los vio muy lanzados en el supuestamente feo repertorio–. Ya tengo suficientes palabras para mi propósito. Empezaremos por «marica» y por «mariquita», palabras que para vosotros sólo tienen un malicioso significado. ¿Es así?

  Vozdulceypreciosamelodía y Nuncatemasnadanidigasmentiras asintieron con gestos, mirando fascinados al diminuto y espectacular mago.

  –Bien –dijo éste–, pues esas palabras tienen otros significados. Marica, por ejemplo, es un diminutivo familiar de María; también es el nombre que se da a la sota de oros en el juego del truque; y es, también, el nombre de una variedad de urraca. En cuanto a «mariquita», será mejor que echemos un vistazo al aerodiccio.

  Diciendo esto, el cada vez más desconcertante Borogoboro alzó los brazos e hizo chascar los dedos corazón y pulgar de ambas manos. Al acto, por encima de los tres apareció flotando una gran burbuja dorada y transparente que estaba llena de grandes letras negras. Borogoboro volvió a chascar los dedos, y la burbuja comenzó a girar vertiginosamente.

  Fue un espectáculo precioso, lleno de luz y con delicioso acompañamiento musical parecido a las risas del superfantástico mago, el cual contemplaba a los dos jóvenes con una sonrisa divertida y pícara en su diminuta boca.

  De repente, la burbuja dejó de girar y permaneció flotando en el aire, a tan conveniente distancia que Nuncatemasnadanidigasmentiras y Vozdulceypreciosamelodía podían distinguir perfectamente las letras una a una. Sólo que ya no estaban todas juntas y mezcladas como antes, es decir, como si fuese una sopa de letras en una olla, sino bien dispuestas en la superficie de la burbuja formando palabras y frases.

  He aquí lo que ponía en aquella burbuhoja del aerodiccio:

  «MARIQUITA. Insecto coleóptero, de color negruzco por debajo y encarnado por encima, con tres puntos negros en cada élitro y otro en medio del coselete. Es beneficioso para la agricultura, porque se alimenta de pulgones. // Insecto hemíptero de color oscuro y encarnado con tres manchitas negras por encima, cuyo conjunto se semeja al escudo del carmelita. Se alimenta de plantas. // Perico (papagayo de color verde). // En Cuba, miel o almíbar con queso fresco. // Nombre dado en Argentina a una danza popular. // Municipio de Colombia. // m. fig. y fam. Marica (hombre afeminado).»>

  Nuncatemasnadanidigasmentiras y Vozdulceypreciosamelodía estaban mudos debido a un colosal pasmo, que se expresaba en sus abiertas bocas. De repente, la burbuhoja comenzó a girar de nuevo vertiginosamente, se elevó a gran velocidad sin dejar de girar y desapareció en el cielo.

  Vozdulceypreciosamelodía y Nuncatemasnadanidigasmentiras no conseguían cerrar la boca, tan grandioso era su asombro. Estaban estupefactos.

  –Sabed –dijo plácidamente Borogoboro– que además de lo que vosotros pensáis, un cabrón es, sencillamente, el macho de la cabra. En cuanto a «cabronada», es en efecto una acción infame que algunos permiten que otros realicen contra su honra, y, también, una incomodidad grave e importuna que hay que soportar. Pero en Méjico la palabra «cabronazo» significa trancazo, golpe, porrazo; esto no lo sabíais, ¿a que no?

  –No –acertó a murmurar Nuncatemasnadanidigasmentiras.

  –Claro. Sólo aprendéis lo malicioso. Veamos ahora la palabra «burro», pero en el acquadiccio.

  Borogoboro efectuó unos pases evidentemente mágicos, como si lanzara hacia el cielo algo que tuviera en las puntas de los dedos. Apareció un relámpago, se oyó un trueno fortísimo y comenzó a llover…, pero sólo frente a ellos, a pocos pasos de distancia y ocupando un área muy reducida; por lo demás, el cielo permanecía despejado y seguía luciendo un sol espléndido.

  Por supuesto, no fue ni mucho menos una lluvia normal, sino mágica.

  En primer lugar, el agua era de color rojo, y en segundo lugar lo que caía era agua, sí, pero en forma de letras. Al principio no se pudo leer nada, porque todas las letras bajaban revueltas y salpicando agua roja a todas partes, pero al poco se fue aquietando aquella agitación acuática, y las letras comenzaron a bajar más despacio y ordenadamente, hasta que formaron una bellísima cascada en la que, con toda facilidad, podía leerse:

  «BURRO. Asno, animal solípedo. // Armazón para sujetar el madero que se ha de serrar. // Rueda dentada de madera, que sirve para mover todas las estrellas del torno de la seda. // Cierto juego de naipes en que se dan tres cartas a cada jugador, se descubre el triunfo, entra el que quiere y pierde el que no hace baza. // Persona ruda y de muy poco entendimiento. // Nombre vulgar de un árbol caparídeo de las Antillas. // En Méjico, escalera doble de manos. // En Méjico, cierto juego de niños. // En Méjico, cierto cerquillo de cabello en la frente. // En estereotipia, montaje sobre el que se colocan las planchas curvas para burilarlas, achaflanarlas u otra operación semejante. // Burro cargado de letras: se llama así a la persona que ha estudiado mucho pero que carece de amabilidad y discernimiento. // Burro de carga: hombre muy trabajador y muy paciente.»

  Nuncatemasnadanidigasmentiras y Vozdulceypreciosamelodía leían con los ojos muy abiertos. Y apenas habían terminado de leer aquella pluvihoja del acquadiccio cuando la cascada terminó de caer a tierra, donde el agua roja fue inmediatamente absorbida. Y todavía no habían salido de su asombro los dos jóvenes cuando en el lugar donde había caído la pluvihoja brotó una hilera de bellísimas flores azules, rojas, verdes, amarillas…

  –Bien, pimpollos –dijo Borogoboro–: ¿conocíais esos significados de la palabra «burro»?

  –No señor –acertó a decir Vozdulceypreciosamelodía, con voz aguda.

  –Claro, porque para vosotros la palabra «burro» sólo tiene utilidad como voz peyorativa, como insulto. Veamos ahora, par de guaperas, la palabra «mamón» y su femenino «mamona> y algunas de sus derivaciones.

  Borogoboro batió palmas, y al instante apareció por encima de sus cabezas la silueta de un ave, que descendió hacia ellos con majestuoso vuelo.

  Resultó ser un pájaro de bellísimo colorido graciosamente variado, gran pico curvo, pequeños ojos azules que reflejaban picardía infinita, y enormes alas que recogió cuando se hubo posado sobre un hombro de Borogoboro.

  –¡Graaac! –chilló el pajarraco–. Holaholahola, soy un ave del paraíso que vengo a traeros un mensaje. Como veis, hablo perfectamente, pero también cantocantocanto y silbosilbosilbo. Escuchad, escuchad…

  Primero silbó experta y agradablemente y luego cantó la misma canción que había silbado:

 

                                                    Estas alas que el viento acaricia

                                           las muevo yo con perfecta pericia,

                                           alas que me permiten gozar y volar

                                           y volar y gozar y volargozarvolar.

 

  –Es un ave poeta –explicó Borogoboro–. Además, tiene tanta memoria que se aprendió un diccionario enciclopédico de cincuenta tomos de diez mil páginas cada uno. Siempre está presumiendo de su gran memoria.

  –Ciertociertocierto –dijo el ave del paraíso–. Tengo una grangrangran memoria, y os lo voy a demostrar recitando uno de los conceptos del dicciogigante. Escuchad bienbienbien: MAMON, MAMONA. Que está todavía mamando. // Que mama mucho. // Chupón (vástago que arrojan los árboles) // Árbol sapindáceo de la América intertropical, de fruto en drupa, cuya pulpa es acídula y comestible. // Fruto de este árbol. // Bizcocho muy blando y esponjoso de almidón y huevo que se hace en Méjico. (Esto aparte, todos hemos sido mamones, así que cuando esta palabra la dices como insulto te insultas a ti mismo.) MAMOSO. Que mama bien y con apetencia. // Aplícase a cierta clase de panizo. MAMONCILLO. En Cuba, árbol sapindáceo de tronco corto y copa muy ancha, que proyecta extensa y agradable sombra, y fruto redondo u ovoide, de color verde en el exterior, agridulce, sabroso y astringente. // Fruto de este árbol… «Mamona» significa también «mamola», y la mamola es una caricia burlona pero que se hace con afecto y simpatía a los niños o a los jovencitos como vosotros, poniendo una mano bajo la barbilla. ¿Queréis que os recite alguna cosa más del dicciogigante?

  –Ya está bien –dijo Borogoboro–. Puedes marcharte.

  –Callacallacalla –replicó el ave del paraíso poeta–. ¡Graaac….! No estoy hablando contigo, mago pajolero, sino con estos simpáticos amiguitos. ¡Graaaacgraaaaacgraaaac…! ¿Verdad que sois amigos míos?

  –Oh, sí –exclamó Vozdulceypreciosamelodía–… ¡Ya lo creo que sí! ¡Eres muy simpático, ave del paraíso! ¿Cómo te llamas?

  –Dodecasílabo. ¿Sabéis qué es un dodecasílabo?

  –No… –se lamentó la pelirroja, que estaba fascinada por el ave.

  –Pues es un verso de doce sílabas, como el primero de la canción que acabo de ofreceros, la cual se titula «Volargozarvolar». Los versos son muy bonitos. ¿Sabéis por qué son bonitos los versos?

  –¿Por qué?

  –Porque están hechos con palabraspalabraspalabras y siempre dicen cosas bonitasbonitasbonitas. Bueno, a veces dicen cosas tristes, pero en cualquier caso la poesía siempre es hermosahermosahermosa.

  –¿Es verdad que te sabes de memoria ese gran diccionario?

  –Es verdad.

  –¡Pero son quinientas mil páginas! –exclamó Nuncatemasnadanidigasmentiras, que había estado echando cuentas al respecto.

  –Como si fueran quinientos mil millones. Mi memoria es prodigiosa e inagotable. Por ejemplo, ahora recuerdo que si en lugar de decir «mamón» decís «mammón», resulta que estáis pronunciando una palabra o voz caldea que significa bienes, riquezas, tesoro, la cual se ha usado también entre los sirios para personificar con ella al dios de la riqueza. Mammón es también el nombre que en el Evangelio (San Mateo, VI, 24) se da al demonio de las riquezas o al diablo.

  –¡Coñaspas y recoñaspas! –exclamó Nuncatemasnadanidigasmentiras–. ¡Eso sí que es tener memoria y saber cosas!

  –Sé muchas más cosas. Y si yo, que sólo soy un ave (pero del paraíso, ¿eh?) puedo aprender tantas cosas, imaginaros vosotros, que sois de la especie humana, la más inteligente del planeta Tierra sin duda alguna y con muchísima diferencia. Bueno, adiosadiosadiós, que tengo que regresar al paraisoparaisoparaíso. ¡Que os vaya muy bienbienbien!

  Dodecasílabo emprendió un vuelo fácil y elegante, y pronto desapareció en la azul inmensidad del cielo. Nuncatemasnadanidigasmentiras y Vozdulceypreciosamelodía lo habían seguido con mirada extasiada, y cuando dejaron de verlo se quedaron todavía mirando al cielo, embobados.

  –Bien –dijo Borogoboro–, estábamos hablando de palabras feas, y espero que ya hayáis aprendido la lección.

  –¿Qué lección? –se sorprendió Nuncatemasnadanidigasmentiras.

  –Que no hay palabras feas: lo feo es la fea intención que hace elegir cada palabra. Una palabra “fea” significa que alguien siente algo feo y quiere expresarlo, y eso es lo censurable: el sentir, pensar y querer expresar algo feo, desagradable o malintencionado.

  –Ahora comprendo lo que trataba de decir el profe Biensabido –murmuró Nuncatemasnadanidigasmentiras–… Nos encargó a toda la clase que escribiéramos una lista de palabras feas y una lista de palabras bonitas, y que luego explicáramos bien claramente por qué unas nos parecían bonitas y otras feas.

  –Y algunos dijeron –añadió Vozdulceypreciosamelodía– que palabras bonitas eran clavellina, albérchigo, rododendro, mariposa, celestial…, y que palabras feas eran mierda, puerco, asqueroso, cabrón, capullo…

  Borogoboro movió la cabeza con gesto pesaroso y dijo dulcemente:

  –Por sí mismas todas las palabras tienen belleza y todas cumplen igual su cometido en el lenguaje. Pero si queréis clasificarlas de alguna manera que las distinga a unas de otras, podéis hacer diferentes listas con palabras raras, palabras graciosas, palabras difíciles, palabras divertidas, palabras sosas, palabras cortas, palabras largas…, pero nunca feas. Por ejemplo, a mí me parece que «penibética» es una palabra graciosa.

  –¡Anda ya! –rió Nuncatemasnadanidigasmentiras.

  –Pues yo creo que tiene razón –exclamó Vozdulceypreciosamelodía–. A mí la palabra que me parece graciosa es «reventón». Y una palabra que me parece rara es «descascarillar».

  –Descascarillar es quitarle la cáscara a algo –dijo Nuncatemasnadanidigasmentiras.

  –¡Ya lo sé, pero a mí me parece rara!

  –¿Y qué me dices de la palabra retruécano?

  –Ésa es una palabra divertida…, pero no sé qué significa. Me gusta más oftalmotorrinolaringólogo. ¡Ésta sí que es diver!

  –Podéis decir todo lo que queráis –intervino Borogoboro–, menos que las palabras son feas. Por ejemplo, las palabras carbón y cabrón. Si os fijáis, suenan prácticamente igual, pero la primera la pronunciamos con naturalidad y la segunda con cierta intención perversa, como puede ser insultar, calumniar y cosas igualmente feas. Otro ejemplo: un cretino es un idiota, estúpido y torpe, pero sólo en sentido figurado o insultante, porque en realidad y dicho con exactitud el cretino es una persona que padece una enfermedad llamada cretinismo y que se caracteriza por una especie de embrutecimiento y un vicio de conformación en el cuello.

  –¡O sea, que cuando llamamos cretino a alguien le estamos llamando “enfermo”! –exclamó Vozdulceypreciosamelodía.

  –En efecto. Y con ello demostramos no sólo nuestra mala intención y perversión, sino sobre todo nuestra ignorancia. En cuanto a lo de llamar «capullo» a alguien, ¿qué puedo deciros? Vamos a consultar otra vez al diccionario, y esta vez utilizaré mi memoria, que todavía es mayor y mejor que la de Dodecasílabo. CAPULLO: Tejido sedoso dentro del cual se encierran las orugas para transformarse en crisálidas. // Botón de las flores, particularmente el de la rosa. // Cascabillo, cúpula de la bellota. // Prepucio. // Capullo ocal: el formado por dos o más gusanos de seda juntos.

  »Y tenemos también palabras parecidas, como capulo, capullina, capurro… Ninguna palabra fue inventada para insultar, todas fueron inventadas para comunicarnos, describir nuestro entorno y saber expresar cada día mejor lo que sentimos. Por eso, yo, el mago Borogoboro, enamorado de la palabra y admirador de todo cuanto de hermoso puede proporcionarnos, decidí hace siglos hacer uso de mis grandes poderes y castigar a quienes maltrataban, denigraban y ensuciaban la palabra. Y así seguirán por los siglos de los siglos, castigados, a menos que, como dije antes, alguien me demuestre que se puede querer a esa gente embustera, mal intencionada y mal hablada.

  –Yo los quiero –dijo Vozdulceypreciosamelodía, tímidamente.

  –Y yo –aseguró Nuncatemasnadanidigasmentiras.

  –¿De veras? Me parece que habéis olvidado que pretendían atraparos para lastimaros, y que os arrojaron piedras y querían daros garrotazos.

  –No lo hemos olvidado –dijo Vozdulceypreciosamelodía–, pero son seres humanos, son nuestros semejantes, y los queremos.

  –Exactamente –asintió Nuncatemasnadanidigasmentiras–. Y queremos que recuperen la voz y la palabra.

  –¡Pero la voz verdadera, no la voz horrenda, horrorosa, siniestra y espeluznante! –exclamó Vozdulceypreciosamelodía.

  –Mucho pedís, jovencitos –frunció el ceño Borogoboro–. Por supuesto yo sé cómo podéis lograr vuestros propósitos, pero… Vaya, tendríais que cruzar el bosque Callanoabraslaboca, llegar al Telón del Silencio, romperlo, y regresar a entregarme la prueba de que lo habíais roto.

  –¿Cómo podemos romperlo?

  –Utilizando una palabra mágica que yo os proporcionaría, pero eso no lo haré si no me dejais una prenda a cambio, pues esa palabra mágica tendréis que devolvérmela a vuestro regreso…, si es que regresáis, porque el bosque Callanoabraslaboca está lleno de horripilantes peligros, y es por eso que nadie que haya penetrado en él ha logrado salir. ¿Queréis echarle un vistazo antes de comprometeros seriamente?

  –¿Echarle un vistazo al bosque? –se sorprendió Nuncatemasnadanidigasmentiras–. ¿Cómo podemos hacer eso?

  –Volando –rio Borogoboro, emitiendo notas de contrabajo.

  Y al mismo tiempo, el mago les hizo la mamola a sus turulatos oyentes, que desde la barbilla sintieron de pronto un extraño calambre que les recorrió todo el cuerpo, extendieron los brazos y echaron a volar con toda facilidad.

  La impresión al hallarse en el aire fue tan grande que ambos quedaron completamente mudos, pero volar les resultó una experiencia maravillosa, que les hizo comprender todavía mejor la belleza del mundo y de la vida.

  En el corto trayecto que recorrieron hasta llegar encima mismo del bosque Callanoabraslaboca vieron flores y arcos iris; compararon los diversos colores de diferentes lugares del suelo cultivado, a cuál más hermoso; quedaron deslumbrados por el reflejo del sol en las aguas de un río que parecían de cristal azul en unos sitios y en otros como pintadas de color caramelo; miraron atrás y vieron el colorido de los parques de Populopopulopópulo, la belleza de líneas de sus altos edificios, la audaz técnica de las altísimas antenas y pararrayos, el elegante trazo de las amplias avenidas…

  Cuando llegaron al bosque les pareció diferente que visto de lejos y desde el suelo. Ahora vieron que las copas de los pinos no formaban una sombrilla perfecta y completa, sino que había pequeños claros que permitían ver el suelo y a los cuales llegaba la luz del sol, reflejándose en la alfombra de pinocha, en flores multicolores, en salvajes arroyos de gran belleza, en pequeños y quietos lagos que parecían esmeraldas, diamantes, topacios, rubíes y aguamarinas de toda clase.

  Y los dos comprendieron por qué aquel bosque tenía el nombre de Callanoabraslaboca: porque era tan hermoso que uno se quedaba sin habla al verlo. Y si uno se queda sin habla, ¿para qué quiere abrir la boca? ¿Para que le entren moscas, gusarapos, renacuajos, ranas, y otros insectos y batracios… o alguna golondrina persiguiendo un insecto? Era mejor permanecer callado y disfrutar de la belleza de aquel mundo al que sólo le faltaban los sonidos de la fauna y el alegre colorido de las mariposas.

  Regresaron pronto y se posaron suavemente de pie frente a Borogoboro, que era igual de bajito que antes, pero ahora estaba gordísimo. Tan gordo que parecía un globo. Los dos amigos se quedaron estupefactos mirando al mago, que los contemplaba muy divertido.

  –¿Qué? –les preguntó guasonamente–. ¿Os ha gustado el bosque?

  –¡Muchísimo! –exclamó Vozdulceypreciosamelodía.

  –Pero no hemos visto el Telón del Silencio –se mostró extrañado Nuncatemasnadanidigasmentiras–. Es un bosque muy hermoso y eso es todo.

  –Sí, ¿eh? –sonrió burlonamente el extraordinario mago–. Bueno, antes de que os comprometáis de un modo definitivo tengo que deciros dos cosas. Una: cuando entréis a pie en ese bosque, todo será muy diferente y os garantizo que vais a encontrar peligros espantosos antes de llegar al Telón del Silencio, que por supuesto existe. Dos: os recuerdo que nadie ha regresado de Callanoabraslaboca. ¿Todavía queréis ir a romper el Telón?

  –Sí –dijeron a la vez los dos jóvenes.

  –Muy bien. Os diré mi palabra mágica, que tendréis que aprenderos de memoria, pues no podéis apuntarla en sitio alguno. Y ya que tanta gracia os ha hecho ese charlatán de Dodecasílabo, la tendréis que decir tal como él habla, y sin equivocaros. ¿Preparados para memorizar la palabra mágica?

  –Sí –dijeron de nuevo a la vez los dos jóvenes.

–Gobodoborianarbogoriandogobodoborianarbogoriandogobodoborianar-bogoriando –dijo Borogoboro.

  –¡Coñaspas! –protestó Nuncatemasnadanidigasmentiras.

  Borogoboro rió, emitiendo ahora sonidos de xilófono.

  –Y ahora, vais a dejarme una prenda cada uno. Tú, Nuncatemasnadanidigasmentiras, dejarás como prenda tus manos, y tú, Vozdulceypreciosamelodía, dejarás tu preciosa voz.

  –¡Oh, no! –gimió Vozdulceypreciosamelodía.

  –¡Eso es imposible! –respingó Nuncatemasnadanidigasmentiras.

  –¿Imposible? Amiguito, tú olvidas que soy un mago. ¿Aceptáis o no?

  Vozdulceypreciosamelodía y Nuncatemasnadanidigasmentiras se miraron, y luego los dos dijeron de nuevo a la vez:

  –Aceptamos.

  –Debo admitir que sois muy valientes y que tenéis muy buenos sentimientos hacia vuestros semejantes, y por tanto os deseo suerte. Podéis partir.

  –¿Qué prueba tenemos que traerte para convencerte de que habremos roto el Telón del Silencio? –se interesó Nuncatemasnadanidigasmentiras.

  Borogoboro volvió a reír, ahora con sonidos de bombo y platillos.

  –¡No te preocupes, que lo sabré con toda facilidad! Aquí os espero.

   Dicho esto, Barogoboro rio con sonidos de cristales encantados, y de repente comenzó a deshincharsedeshincharsedeshincharse… ¡y desapareció! Vozdulceypreciosamelodía y Nuncatemasnadanidigasmentiras tuvieron por un momento la impresión de que Borogoboro nunca había existido, de que nunca había estado allí ni había hablado con ellos. Pero muy pronto comprendió Nuncatemasnadanidigasmentiras que Borogoboro sí existía y que era en efecto un poderoso mago: quiso rascarse la cabeza y lanzó un grito de espanto al darse cuenta de que no tenía manos.

  –¡Recontracoñaspas! –gritó el muchacho, dando un brinco debido al tremendo sobresalto.

  Vozdulceypreciosamelodía quiso decir algo, pero de su boca no brotó su preciosa y melodiosa voz, sino unos horrorosos sonidos insoportables para el oído humano. Eran sonidos chirriantes, como choques de coches, piedras que se resquebrajan, que crujen y explotan en el fuego, descarrilamientos de trenes, gritos agónicos de animales, tormentas eléctricas… y otros ruidos indescriptibles y todavía más terribles y espeluznantes que hicieron dar otro brinco, ahora de espanto, a Nuncatemasnadanidigasmentiras.

  He aquí lo que dijo Vozdulceypreciosamelodía con su horripilante voz:

  –¡Grrrffkkgtt kalkxkxkgmk fjgjjxxtt trtrtppwkks mrmtmmskl!

  –¡No, por favor! –gritó Nuncatemasnadanidigasmentiras–. ¡No hables!

  Quiso taparse los oídos…, y de nuevo comprobó que no tenía manos. Miró a Vozdulceypreciosamelodía, que a su vez le miraba a él con los ojos muy abiertos y llenos de lágrimas. Nuncatemasnadanidigasmentiras quiso acariciar el rostro de su amiga, y ésta palideció al ver los muñones de sus muñecas y rompió a llorar sin poder contenerse.

  –No llores –dijo Nuncatemasnadanidigasmentiras con voz queda–… No llores, Vozdulce. Ya verás como conseguiremos nuestros propósitos. Piensa en los resultados y te convencerás de que todos los sacrificios valen la pena.

  –Grrrffkkgtt kalkxkxkgmk fjgjjxxtt trtrtppwkks mrmtmmskl –dijo ella.

  –¡Por favor, no digas ni una palabra más! –suplicó Nuncatemasnadanidigasmentiras–. ¡Mis oídos no pueden resistirlo, siento que me van a reventar! ¡Y sin manos no puedo protegerlos!

  En alguna parte se oyó por un instante la burlona risa de Borogoboro. Era una risa con sonidos de cascabeles, pero les pareció siniestra.

  Vozdulceypreciosamelodía logró contener su llanto, aunque estaba muy, muy, muy triste, pues era insoportable haber tenido una voz tan preciosa y ahora tener la horrible e insoportable voz que durante siglos y siglos habían tenido los habitantes del Reino del Silencio y que les había impulsado a permanecer sin hablar y por tanto incomunicados unos de otros. Era un castigo cruel, sí, pero fue el único modo que tuvo Borogoboro de impedir que las gentes continuaran denigrando la voz y la palabra.

  Se encaminaron hacia el bosque, con valor y decisión. Cuando llegaron a la linde, lo vieron sombrío y umbrío, como la primera vez, y muy diferente, en efecto, a como lo habían visto desde el aire. Se adentraron en aquel lugar extraño, misterioso, amenazador, peligroso sin duda alguna.

  Apenas habían caminado un centenar de metros por aquel mundo sombrío cuando sucedió lo nunca visto: de entre los pinos surgió un libro gigantesco, que quedó flotando ante ellos y se abrió. Atónitos, los dos comenzaron a leer las palabras que había en la página de la izquierda:

  ANIMÁLCULO.– Animal microscópico.

  AURORA.– Luz sonrosada que anuncia la salida del sol.

  BESITO.– Panecillo o bollo de harina, coco, azúcar, etcétera.

  DIOSTEDÉ.– Ave trepadora americana, variedad del tucán, que al cantar parece producir las palabras «Dios te dé».

  HUYUYO. Nombre que se da en Cuba a un pato de precioso plumaje. También en Cuba: huraño, arisco, salvaje.

  JONJOBAR.– Engatusar, lisonjear.

  JONJOBERO.– Engatusador, lisonjeador.

  MICRODONTE.– Que tiene los dientes anormalmente pequeños.

  MOGOLLÓN.– Holgazán, vago, gorrón. // En Venezuela, tonto, bobo. // De mogollón: de gorra. // Hacerse uno el mogollón: hacerse uno el tonto y el desentendido cuando le interesa. // Entremetimiento de una persona donde no debe entrar o mezclarse.

  MUSARAÑA.– Cualquier sabandija, insecto o animal pequeño.

  OXICÉFALO.– Acrocéfalo; que tiene puntiaguda la cabeza.

  RUIPÓNTICO.– Planta poligonácea procedente de Asia.

  SALTAEMBARCA.– Antigua ropilla que se ponía por la cabeza.

  TUMBILÍ.– Un mono del norte de África.

  ZURUMBÁTICO.– Lelo, pasmado, aturdido.

 

  Leían fascinados cuando de repente Vozdulceypreciosamelodía percibió algo extraño y quiso advertir a su amigo, pero todo lo que dijo fue:

  –¡Grrrffkkgtt kalkxkxkgmk fjgjjxxtt trtrtppwkks mrmtmmskl!

  Nuncatemasnadanidigasmentiras iba a protestar cuando el volumen se cerró velozmente, y ambos quedaron aprisionados entre sus páginas, como apretados entre dos colchones e inmersos en una oscuridad pavorosa de alquitrán.

  –¡Empuja con los brazos! –gritó Nuncatemasnadanidigasmentiras–. ¡Tenemos que abrir el volumen antes de que nos asfixie!

  Empujaron con todas sus fuerzas, pero el gigantesco libro resistió todos sus esfuerzos…, mientras se oía la risa de Borogoboro entre las calientes páginas que apretaban cada vez más, y más, y más…

–¡Gobodoborianarbogoriandogobodoborianarbogoriandogobodoborianar-bogoriando!

  Apenas gritó esto Nuncatemasnadanidigasmentiras cuando cedió la presión, el enorme diccionario se abrió de nuevo, y los dos amigos rodaron por el suelo, libres, respirando afanosamente. El volumen desapareció, y en su lugar apareció un sujeto extraño, peludo y barbudo, mugriento, maloliente como un pedo podrido, que los miró con sus diminutos ojillos de granuja que parecían bolas de acero y dijo:

  –Soy un giróvago, o sea, un monje que va de monasterio en monasterio porque no me adapto a la vida de ninguno, y por eso nadie me quiere. Tengo mucha hambre y, por tanto, voy a devoraros.

  Soltó una risita, se sentó en el suelo, y sacó un cuchillo y un tenedor enormes. Miró de nuevo a los dos amigos, y éstos, aun resistiéndose con todas sus fuerzas no pudieron eludir el hechizo del giróvago, y cayeron a sus pies. El insólito monje blandió el cuchillo y el tenedor sobre las cabezas de ambos, y rio guturalmente, como un viejo simio borracho.

  –¡Gruaaarp! –eructó asquerosamente–. ¡Menudo banquete me voy a dar!

–¡Gobodoborianarbogoriandogobodoborianarbogoriandogobodoborianar-bogoriando!

    El monje giróvago quedó convertido en estatua, con el cuchillo y el tenedor casi tocando el cuello de Vozdulceypreciosamelodía. Los dos se apresuraron a salir de aquel apuro, y se quedaron mirando la estatua del monje, que era horrible pero que, al menos, al ser de piedra, ya no olía a pedo podrido. Vozdulceypreciosamelodía desvió la mirada al oír un rumor, y enseguida sonrió. Nuncatemasnadanidigasmentiras siguió la dirección de la mirada de su amiga, y él también sonrió al ver miles de mariposas que volaban acercándose a ellos. Eran preciosas, y la luz del sol, filtrándose en delgadísimos rayos por entre las copas de los pinos, hacía brillar sus alas con un colorido tan variado y bellísimo que los dos amigos quedaron fascinados, como hipnotizados, incapaces de apartar su mirada de aquella maravilla.

  De repente, Vozdulceypreciosamelodía tomó de un brazo a Nuncatemasnadanidigasmentiras, y tiró con fuerza de él, que la miró extrañado y casi enfadado. Pero ella echó a correr, obligándolo a seguirla, y él comprendió enseguida que su amiga había tenido un presentimiento, que se cumplía en aquel momento: de repente, las bellísimas mariposas se convirtieron en pequeños monstruos alados, el menos horrible de los cuales se asemejaba a un vampiro. Volaban rápidamente hacia ellos, batiendo sus alas pringosas que emitían crujidos y sonidos como de huesos al ser retorcidos, reventados, triturados y machacados y al mismo tiempo exhalaban un hedor a putrefacción eterna.

  –¡Vais a ver! –gritó Nuncatemasnadanidigasmentiras, deteniéndose en seco.

–Gobodoborianarbogorianogobodoborianarbogoriandogobodoborianar-bogoriando!

  Pero esta vez la palabra mágica no funcionó, y las monstruosas bestias aladas arremetieron contra los dos amigos con una furia espantosa, tratando de morderlos con sus enormes y agudos colmillos de color verdoso. Nuncatemasnadanidigasmentiras y Vozdulceypreciosamelodía comenzaron a defenderse a golpes, derribando aturdidos a muchos de los pajarracos, pero había tantos que en cuestión de segundos formaron una pirámide bajo la cual quedaron sepultados los dos jóvenes. Mas de pronto, el suelo cedió como si hubiera sido una sutil telaraña, y los dos amigos se precipitaron en un vacío oscuro y frío, abrazados… Su temor de que la caída fuese muy larga y al final quedaran aplastados no se cumplió: cayeron en una corriente de agua tibia que los arrastró muy deprisa, hasta que apareció ante ellos la luz del sol. Llegaron a la boca de la gruta, de la cual salieron flotando en las aguas salvadoras, que resultaron ser de un riachuelo encantador, silencioso, con las orillas llenas de flores de todas clases.

  –¡Nademos hacia la orilla! –dijo Nuncatemasnadanidigasmentiras.

  Comenzaron a hacerlo, y fue entonces cuando apareció la enorme cabeza de la serpiente fluvial, cuya larga lengua bífida se acercó a ellos emitiendo un silbido escalofriante. Por detrás de la cabeza aparecieron sobre la superficie del río los grandes anillos de la larguísima serpiente, escamosa y de color amarillo pálido. Nuncatemasnadanidigasmentiras gritó:

–¡Gobodoborianarbogoriandogobodoborianarbogoriandogobodoborianar-bogoriando!

  Entonces, la serpiente cambió su mueca ferocísima por una sonrisa y dijo:

  –Venga, subiros en mis anillos, que os transportaré un rato. ¿Sabéis por qué no ha funcionado la palabra mágica con las aves carroñeras?

  –No –jadeó Nuncatemasnadanidigasmentiras, escalando el lomo de la enorme bestia ayudado por Vozdulceypreciosamelodía, pues él lo tenía muy difícil sin manos–… ¿Por qué no ha funcionado?

  –¡Porque esas aves son sordas!

  La serpiente se echó a reír, y los dos amigos quedaron paralizados de asombro, porque aquella risa, además de ser burlona y muy conocida, tenía sonidos como de arpegios musicales realizados por toda una orquesta.

  –¡Es Borogoboro! –exclamó Nuncatemasnadanidigasmentiras.

  La serpiente volvió a reír, con sonido de castañuelas y trompetas a la vez, y comenzó a nadar rápidamente siguiendo la dirección de la corriente. De cuando en cuando, el gran ofidio volvía la cabeza, miraba con sus ojos de guasa perversa a sus jinetes, y volvía a reír.

  De pronto, Vozdulceypreciosamelodía agarró por un brazo a Nuncatemasnadanidigasmentiras y señaló hacia la orilla derecha, donde el intrépido joven divisó una forma al principio confusa pero que pronto identificó como un globo aerostático de colores.

  –¡Salgamos del río! –gritó.

  Se lanzaron los dos al agua y alcanzaron rápidamente la orilla, mientras la serpiente, súbitamente enfadada, los perseguía reptando con habilidad y velocidad sorprendentes. Llegaron chorreando agua y jadeando junto al globo cautivo, saltaron a la barquilla de mimbre que pendía de las cuerdas, y de un tirón Vozdulceypreciosamelodía arancó el clavo que mantenía cautivo el globo, fijado al suelo. El globo se elevó por entre pinos amenazadores, y salió a la luz del sol mientras abajo, en el bosque, la serpiente silbaba enfadadísima y al mismo tiempo soltaba arpegios musicales de una estridencia enloquecedora… Los dos amigos se miraron, y ambos a la vez comprendieron por qué la serpiente se había enfadado tanto: porque los llevaba a una trampa de la que la intuición de Vozdulceypreciosamelodía los había salvado.

  El globo volaba a merced del viento por encima de las copas de los pinos. Parecía que no hubiera en el mundo nada más que bosque, pues hasta donde alcanzaba la vista de los dos jóvenes todo eran pinos, pinos, pinos… De pronto, el cielo se nubló, comenzaron a verse relámpagos y a oírse tremendos truenos, la cesta en la que viajaban comenzó a temblar, se inició una lluvia densa, oscura, viscosa y apestosa…, y acto seguido el globo comenzó a reírse con estrepitosas carcajadas que parecían mojadas y que estremecieron de espanto a Nuncatemasnadanidigasmentiras y Vozdulceypreciosamelodía.

   –¡Holaholahola! –oyeron la voz del mago–. ¡Felizfelizfeliz viaje!

   Nuncatemasnadanidigasmentiras y Vozdulceypreciosamelodía apenas podían verse el uno al otro, y la lluvia, que parecía grasa podrida, azotaba cruelmente sus cuerpos. Era como un fantasmagórico fin del mundo… Nuncatemasnadanidigasmentiras vio que Vozdulceypreciosamelodía le estaba haciendo señas, unos extraños gestos con las manos y los brazos, como si estuviera dándole la vuelta a algo: ¿una tortilla, una manta, una tapadera?

  Estaban volando ahora por encima de altísimas montañas cubiertas de nieve, donde caían copos enormes y extraños, alargados, como si fuesen grandes panecillos. Vozdulceypreciosamelodía cogió al vuelo uno de ellos, y tanto ella como Nuncatemasnadanidigasmentiras, se desconcertaron al ver que en el panecillo de nieve ponía: «la QUIONABLEPSIA es una ceguera producida por la nieve». Apenas habían terminado de leer esto cuando dejaron de verse el uno al otro. Nuncatemasnadanidigasmentiras quedó mudo de espanto al comprender que acababa de contraer la quionablepsia, y al oír el horrible grito que profirió Vozdulceypreciosamelodía supo que a ella le había ocurrido lo mismo.

–¡Gobodoborianarbogoriandogobodoborianarbogoriandogobodoborianar-bogoriando! –gritó desesperadamente Nuncatemasnadanidigasmentiras.

  Pero nada sucedió. Persistió la ceguera de ambos. Vozdulceypreciosamelodía agarró a Nuncatemasnadanidigasmentiras por un brazo y lo sacudió fuertemente, gritando, pero sólo conseguía producir aquellos horribles sonidos que amenazaban volver loco a Nuncatemasnadanidigasmentiras mientras el intenso frío comenzaba a congelarlos. Estaban ya a punto de convertirse en bloques de hielo eterno cuando de pronto Nuncatemasnadanidigasmentiras comprendió lo que Vozdulceypreciosamelodía había tratado de decirle antes por señas, y acercó su boca al oído de ella.

  –¿Quieres decir que le dé la vuelta a la palabra mágica? –gritó.

  Ella apretó su brazo con tanta fuerza que él supo que había acertado.  Tuvo que concentrarse durante más de un minuto antes de conseguir gritar:

–¡Odnairogobranairobodobogodnairogobranairobodobogodnairogobra-nairobodobog!

  Oyeron un trueno, dejó de nevar y comenzó a llover un agua oscura, pringosa y muy fría, pero muy pronto se transformó en límpida agua tibia. Las nubes se dispersaron hasta desaparecer, dejando visible el hermosísimo sol. Entonces, el globo dijo, con la voz de Borogoboro:

  –Sois valientes e inteligentes. Expresad un deseo y os complaceré.

  –Llévanos al Telón del Silencio –ordenó Nuncatemasnadanidigasmentiras.

  La dirección del globo cambió, y casi al instante, de un modo mágico, volvieron a ver el bosque Callanoabraslaboca, y antes de que se dieran cuenta habían aterrizado en un claro iluminado por el sol. Entonces, allí, frente a ellos y por entre los pinos, vieron el Telón del Silencio.

  Era un muro de cristal de transparencia nítida y luminosa. Al otro lado se veía un bosque exacto a Callanoabraslaboca, pero en él había animales de toda clase, pájaros, flores, batracios… Era el mundo y la vida de verdad, no el mundo y la vida ilusoria del silencio como castigo por la mentira, el insulto, la calumnia y otras cosas abominables que las personas habían hecho con la palabra. Nuncatemasnadanidigasmentiras y Vozdulceypreciosamelodía se miraron, y el primero exclamó:

–¡Gobodoborianarbogoriandogobodoborianarbogoriandogobodoborianar-bogoriando y Odnairogobranairobodobogodnairogobranairobodobogod-nairogobranairobodobog!

  No sucedió nada. Desilusionados y abatidos, ambos apoyaron la frente en el Telón, para quedarse mirando a su través aquel mundo que los humanos malhablados y calumniadores habían perdido, y se llevaron la gran sorpresa de su vida: sus frentes atravesaron el Telón, dieron un traspié, y ambos pasaron completamente al otro lado dando tropezones. Enseguida, mientras recuperaban el equilibrio, comenzaron a oír bramidos de animales, rumores de corrientes de agua, cantos de pájaros, zumbidos de insectos, croar de ranas. Se volvieron, y vieron que ya no había Telón alguno…

  –¡Holaholahola! –apareció Dodecasílabo volando majestuosamente–. ¿Cómo os va la vida, gente aventurera?

  –¡Dodecasílabo, dinos cómo volver a Populopopulopópulo! –pidió Vozdulceypreciosamelodía con su melodiosa voz.

  –¡Pero si estás hablando como antes! –exclamó Nuncatemasnadanidigasmentiras agitando alegremente sus manos.

  –¡Y tú tienes tus manos de nuevo! –rió Vozdulceypreciosamelodía.

  –Está bien, pimpollos –dijo Dodecasílabo, transformándose de aquel modo tan fantástico en el mago Borogoboro–. Habéis cumplido como valientes, habéis roto el Telón del Silencio, y volvéis a ser como erais. Ahora, devolvedme mi palabra mágica y nos separaremos como buenos amigos.

  –No te devolveremos tu palabra mágica hasta estar seguros de que cumples tu promesa de devolver la voz normal y la palabra a las gentes del Reino –aseguró muy firmemente Vozdulceypreciosamelodía–. ¿Verdad?

  –Verdad, ya lo creo –aseguró Nnuncatemasnadanidigasmentiras.

  –Hum, me parece que tenéis razón –dijo Borogoboro–. Está bien, volved a Populopopulopópulo, comprobad que he cumplido mi promesa, y cualquier día os haré una visita para que me devolváis mi palabra. ¿De acuerdo?

  –De acuerdo, pero… ¿cómo regresamos a Populopopulopópulo?

  Borogoboro rio, se convirtió de nuevo en Dodecasílabo, y alzó el vuelo… Aún no había desaparecido él en la inmensidad azul del cielo cuando miles de aves se acercaron a los dos amigos, silbando, cantando y graznando. Dos gigantescas águilas pasaron por debajo de ellos, y los levantaron sobre sus lomos, emprendiendo el vuelo por encima de Callanoabraslaboca.

  –¡Ep, ep, ep! –gritó Nuncatemasnadanidigasmentiras–. ¡Cuidado, coñaspas!

  –¡No temas! –rio Vozdulceypreciosamelodía–. ¡Seguro que no vamos a caernos!

  La valiente pelirroja tuvo razón. Volaron hasta Populopopulopópulo, descendieron en el parque donde se habían conocido, y todas las aves y animales que los habían seguido hasta allí emitieron sus voces y cantos. Los trinos melodiosos embellecieron aún más el lugar, y fueron apareciendo los silenciosos habitantes del Reino, algunos de los cuales dejaron de tener el ceño fruncido y mostrar una mirada hostil y comenzaron a sonreír. Otros quisieron hablar, y sólo consiguieron imitar las dulcísimas voces de las aves canoras y toda clase de exquisitos cantos y trinos.

  Vozdulceypreciosamelodía exclamó, riendo:

  –¡Éste se llamará, a partir de ahora, el Reino De Las Voces Melodiosas!

  –¡O el Reino De Las Palabras Feas Y De Las Palabras Bonitas! –gritó Nuncatemasnadanidigasmentiras.

  Había en toda Populopopulopópulo un tremendo alboroto, un grandioso y ensordecedor escándalo que era más bonito –¡infinitamente más bonito!– que aquel silencio fatal que había durado tantos siglos y que sólo gracias al valor y al buen corazón de dos jóvenes había sido por fin abolido. En su lugar resonaría a partir de ahora el canto de los pájaros, el rumor de la lluvia, el bramido de los vientos, las melodías del mar, muchos otros sonidos hermosos, y, sobre todo, la voz de las personas, que podrían volver a gritar, reír, cantar y pronunciar palabras.

  Y todas las palabras serían bonitas, porque los habitantes del Reino, con muy buen criterio, decidieron por fin hablar sin fea ni mala intención. Les había costado siglos y siglos aprenderlo, pero ahora que sabían que las palabras eran un tesoro inigualable sólo las utilizarían para cosas dignas, hermosas y provechosas, es decir que nunca más las utilizarían para insultar, calumniar, engañar, mentir, maldecir y, en fin, para causar agravios, males y tristezas de ninguna clase a sus semejantes.

  El mago Borogoboro tenía razón: si no tienes nada hermoso que decir, más vale que permanezcas en silencio… pensando en algo hermoso que decir.

  Para eso inventamos las palabras.

 

–       –  –

 

  Georgina Marina Regina fue la primera en despertar, tendida en el suelo de la biblioteca de la Escuela, que estaba a oscuras. Pero enfrente vio unos grandes ojos cuadrados de color amarillo, que eran, claro está, las ventanas que daban al patio, y por las que entraba la luz de sus farolas.

  ¿Las farolas del patio estaban encendidas? ¡Entonces era de noche…!

  Respingó con gran sobresalto, y se sentó en el suelo rápidamente. Entonces vio a David Eric Adrian dormido junto a ella, con la cara hundida en las páginas de uno de los tomos de la enciclopedia que habían estado consultando, colocado también en el suelo. Junto a ella había otro tomo, asimismo abierto. Junto a cada tomo había un bolígrafo y un cuaderno… ¡Cielos, David Eric Adrian y ella se habían quedado dormidos mientras anotaban palabras feas y palabras bonitas!

  –Despierta. –Georgina zarandeó a su amigo fuertemente–… ¡David Eric, despierta!

  El muchacho refunfuñó, se movió hasta quedar tendido cara al techo, parpadeó repetidamente… De pronto quedó con los ojos muy abiertos y fijos en el techo. Y acto seguido quedó sentado de un salto junto a su amiga.

  –¡Coñaspas! –exclamó–. ¡Me he quedado dormido!

  –Y yo también –dijo Georgina Marina Regina–. ¡Y ya es de noche!

  –¡Recoñaspas! ¡Espero que ésta no sea otra jugarreta de Borogoboro! ¡Al menos vuelves a tener tu voz normal!

   David Eric Adrian captó el gran asombro en los verdiazules ojos de su amiga, que le miraba con incredulidad en la penumbra amarillenta.

  –¿Tú conoces al mago Borogoboro? –exclamó Georgina Marina Regina.

  –Sí, claro. Bueno, tú no lo conoces, pero yo he soñado con él…

  –¡Yo también he soñado con el mago Borogoboro y el Reino del Silencio! ¡He soñado que nosotros salvábamos a sus habitantes de un severo castigo que duraba ya muchos siglos! ¡A ver si hemos soñado lo mismo…!

  –Lo sabremos enseguida –dijo David Eric Adrian, excitado–. Yo sé una palabra mágica especial. Si tú también la sabes, es que hemos soñado lo mismo. Dila al mismo tiempo que yo. A la una, a las dos, a las tres…

–¡GOBODOBORIANARBOGORIANDOGOBODOBORIANAR-BOGORIANDOGOBODOBORIANARBOGORIANDO!

  La dijeron los dos a la vez, en efecto, y se miraron maravillados.

  Lo sucedido era increíble.

  Cuando salieron de clase aquella tarde, todos los alumnos del profe Biensabido habían ido a buscar palabras feas y palabras bonitas en los diccionarios de la biblioteca. Pero ellos dos habían decidido dar un paseo por el bosquecillo que había junto a la Escuela, esperar a que todos terminasen de consultar los gruesos volúmenes, y hacerlo entonces ellos, con toda tranquilidad, sin tener que aguardar turnos ni pelearse por este o aquel volumen. Para no ser vistos desde la puerta, optaron astutamente por sentarse en el suelo detrás de una de las grandes estanterías, y habían comenzado a anotar palabras feas y palabras bonitas…

  ¡Y se habían quedado dormidos! ¡Y habían tenido el mismo sueño! Esto era tan increíble que quisieron asegurarse, y dedicaron unos minutos a explicarse el uno al otro todas las incidencias de aquel sueño fantástico. Por fin, no tuvieron duda: habían soñado ambos lo mismo y al mismo tiempo.

  –¡Tengo una idea! –David Eric Adrian se frotó las manos–. ¡Aprovecharemos el fin de semana para escribir entre los dos el sueño que hemos tenido, y el lunes lo presentaremos al concurso anual de cuentos de la Escuela!

  –¡Oh, sí! –se alborozó Georgina Marina Regina–. Yo escribiré la parte romántica, y tú la parte de acción, lo del bosque Callanoabraslaboca y cuando nos tiraban piedras…

  –¿A qué parte romántica te refieres? –refunfuñó David Eric Adrian–. ¡No ha pasado nada romántico!

  –¡Claro que sí! ¡A ver si no es romántico que una pareja enamorada corra una aventura tan peligrosa…!

  –¡Ep, ep, ep! ¿Qué pareja enamorada?

  –Bueno –se sonrojó Georgina Marina Regina–…, quiero decir… enamorada en el sueño, claro. Me… me refiero a Nuncatemasnadanidigasmentiras y Vozdulceypreciosamelodía…

  Se quedaron mirándose. Georgina Marina Regina bajó la mirada de pronto. David Eric Adrian le cogió una mano…

  Y en ese momento oyeron el sonido ululante de una sirena. Se pusieron en pie y corrieron a una de las ventanas, la abrieron y se asomaron. Un coche de la Policía se detenía en aquel momento en el centro del patio, junto a un numeroso grupo de personas. La luz del techo del coche policial giraba lanzando destellos azulados. Dos policías se apearon del vehículo, y todos los que esperaban acudieron a su encuentro.

  Georgina Marina Regina y David Eric Adrian se miraron sorprendidos y alarmados cuando vieron a sus respectivos padres formando parte de aquel numeroso grupo de gente.

  –¡Mamá, papá! –llamó Georgina Marina Regina, agitando los brazos. 

  –¿Qué pasa? –preguntó David Eric Adrian–. ¿Qué hace aquí la policía?

  Todas las personas que estaban en el patio se quedaron mirándolos boquiabiertos, desorbitados los ojos por la sorpresa. Se veían sus rostros como teñidos de amarillo y crispados por la sorpresa y el alivio. De pronto, el director de la Escuela se adelantó hacia ellos y bramó:

  –¿Se puede saber de dónde salís vosotros?

  –De un lugar donde sólo existen palabras bonitas –dijeron los dos a la vez, riendo–… ¡Del fantástico Reino del Silencio!

 

F   I   N

 

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