ELISENDA, LA MOCHUELITA FISGONA

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LEGISLACIONES

EN TORNO A LA BRUJERÍA Y LA MUERTE

 

Durante mucho tiempo, la legislación contra la brujería, si bien aparentemente era unánime, adoleció de muchos defectos y de una gran facilidad para obtener de ella diversas interpretaciones.

En la antigüedad romana estuvieron permitidas largo tiempo las prácticas tendentes a la adivinación de la suerte, consistentes en sacrificios las más de las veces horrendos. Finalmente, fueron consideradas <prácticas criminales>.

Había adivinos de ínfima categoría (si es que puede haber adivinos de cualquier categoría, pues científicamente la adivinación es imposible) que sacrificaban animales negros a la divinidad de los infiernos, llamada <Triple Hécate>. (Hécate, la divinidad de los infiernos llamada también Proserpina solía aparecer acompañada de una jauría de perros demoníacos aullando a la Luna y que formaban parte de su cortejo; el culto a Hécate llegó a adquirir la misma difusión que los cultos orgiásticos orientales.)

Estas actividades eran llevadas a cabo en las encrucijadas de los caminos o en los cruces dedicados a esa divinidad del Imperio de los Muertos por adivinos que eran llamados <arúspices de encrucijada>, haruspicis vicini o haruspicis publici, y eran en general despreciados, pero, al mismo tiempo, muy populares y consultados. Muy diferentes eran los ex ordine haruspicum de la orden de los 60 arúspices benéficos, institución honrada que se fortaleció a raíz de su reorganización en el año 47 por parte del emperador Claudio.

Ocasionalmente, las víctimas de los brutales sacrificios de los <malos brujos> eran ofrecidas a la diosa Mania, llamada <Madre de los lares>, a la que se sacrificaban incluso niños, con el fin de alejar multitud de presagios funestos de las familias, asegurando de este modo su bienestar, de modo especial el de los padres de la criatura inmolada. Estas supersticiones sangrientas eran  de origen cartaginés, y provenían de cultos arcaicos fenicios y semíticos de Baal Hammom o de Moloc, dioses parecidos al latino Saturno.

Entre esos adivinos se hallaban los que <decían la suerte>, a los cuales se llamaba harioli, y que pueden definirse mejor como <conjuradores>, puesto que pretendían determinar los acontecimientos de modo que influyeran en la suerte, pronunciando fórmulas mágicas y/o, las más de las veces, recurriendo a la colaboración de los espíritus subterráneos. 

Además de incluir a todos éstos en las penas legales por prácticas ilícitas y peligrosas de sortilegios e incluso envenenamientos, el derecho penal englobó a los practicantes de la evocación de los muertos, los nigrománticos, y otros brujos creadores de maleficios, llamados malefici, con los envenenadores llamados venefici.

A toda esta magia de baja calidad, a la que se llamó goetia y a la cual juzgó detestable, san Agustín opuso la <magia de calidad> o teurgia, que según su definición intentaba elevar el alma mediante determinadas <purificaciones>. Aunque la distinción entre ambas categorías de magia es muy anterior a san Agustín, pues ya Tácito cuenta que el emperador Claudio, bajo cuyo reinado el colegio de los arúspices se convirtió en una orden oficialmente reconocida, declaraba que <<no había que descuidar y dejar que se perdiera el arte más antiguo que había en Italia; por otra parte, ya los grandes de Etruria, en otro tiempo, cultivaban esta misma ciencia>>.

A tal fin se organizó un senadoconsulto que encargó a los pontífices que examinara lo que había que rechazar y lo que había que mantener vigente de esta ciencia, restaurándola y ampliándola si era preciso.

A esto se llamó <magia de Estado>, cuyo cometido era considerado noble y que alcanzó gran prestigio.

En oposición a ella existía la llamada <magia degradante>, caracterizada por los sacrificios y cultos arcaicos, familiares y locales. El emperador Constantino prohibió a los arúspices degradantes, bajo pena de muerte, que atravesaran el umbral de las casas privadas, si bien sólo prohibió de un modo expreso y absoluto los sacrificios domésticos, permitiendo otras prácticas, tal como la consulta de la suerte mediante el rayo y el examen de las entrañas de las víctimas, con la condición de que dichas prácticas fueran llevadas a cabo en los templos y edificios públicos.

Esto sucedía en el año 320.

Más tarde, en el 357, el emperador Constancio, en su deseo de que las prácticas adivinatorias fuesen completamente olvidadas, condenó también a los mathematici y sus doctrinas, con lo cual englobaba en la misma categoría a estos astrólogos y a los arúspices.

En el 392, Teodosio prohibió cualquier manifestación de culto doméstico, y renovó la prohibición de causar víctimas con el fin de obtener del examen de sus entrañas adivinaciones del futuro o revelaciones de lo oculto; también se prohibía <<modificar el curso de las leyes de la naturaleza>> y averiguar la suerte ajena o dar esperanzas a una persona respecto de la pronta muerte de otra a la cual odiaba. En esta ley, fechada el 78395, se prohibía, en fin, cualquier práctica pagana…, salvo la de llevar amuletos o efectuar convocaciones destinadas a provocar la lluvia o el buen tiempo, según conviniera al convocante o a su cliente.

En los siglos xi y xii la brujería fue considerada como asunto criminal, pero no del todo, en el sentido de que se hallaba diferenciada de otras costumbres y prácticas maléficas del paganismo popular.

En el siglo xi se proclamaron las tesis un tanto prudentes e incluso renuentes de Burchard, obispo de Worms (9651025), referentes a la brujería como actividad perniciosa por sí misma.

Así, se llegó al siglo xiii, en que se produjo un cambio fundamental bajo la influencia de santo Tomás de Aquino, cuya autoridad y disposiciones de orden teológico eclipsó la labor realizada anteriormente por San Agustín. Santo Tomás de Aquino afirmaba que la fe católica admitía la existencia de los demonios, y, consecuentemente, el daño que éstos podían hacer, entre los cuales destacaba como atentado contra los humanos normales sus maleficios para impedir el acto carnal procreativo.

Partiendo de esto, y entre los siglos xiv y xvii, se estuvieron pergeñando disposiciones y leyes con el fin de tipificar el concepto y el castigo sobre los delitos de brujería. La simple sospecha de brujería era suficiente para arrestar a cualquier persona y someterla sin grandes consideraciones a severísimos castigos, que solían terminar (o empezar directamente) con la muerte en la hoguera.

Pero lo más espantoso de esto es que a veces eran los propios familiares, los mismos hijos, quienes denunciaban a sus madres como brujas. Esto da una idea no poco clara de la fragilidad mental de las personas en cuanto a supersticiones o a la amenaza de terribles castigos para quienes encubriesen a una bruja o a alguna mujer que en determinado momento pudiera ser descubierta como bruja sin que anteriormente hubiera sido denunciada por quienes hallándose habitualmente cerca de ella <<tenían que haber detectado sus características y facilidad para los maleficios>>.

Es decir que, ante la posibilidad de que en cualquier momento una mujer pudiera ser acusada de bruja debido a algunas actividades o características personales sospechosas, aunque fuese remotamente, los familiares se curaban en salud denunciándola; la madre, o abuela, o tía o hermana era quemada en la hoguera, y así ellos no tenían que temer nada en el futuro.

Iniciaron esta dura actitud en el siglo xiv los inquisidores dominicos de Toulouse y Carcasonne, y en los siglos siguientes fue perfeccionada y sistematizada la represión por medio de jueces del renombre de Jean Bodin (1530-1596), Nicholas Rémy (1530-1612), Henri Boguet (?-1619) —Gran Juez de Saint-Claude cuyo Discours exécrable des sorciers (Discurso execrable de los hechiceros) se publicó en 1603— y Pierre de Lancre (?-1630).

El último gran proceso de brujería se abrió en 1692, en Salem, pequeña ciudad de Nueva Inglaterra, en Estados Unidos, y determinó una serie de modificaciones muy importantes del derecho anglosajón referido a estas cuestiones…, no sin que antes se hubieran quemado "brujas" en cantidades espeluznantes.

Hacia finales del siglo xviii la autoridad de los monjes y los inquisidores comenzaba a hacerse sentir poderosamente, aunque no tanto que impidiera la difusión de las creaciones pictóricas de Goya en el tema de la brujería.

 

            

UN LABERINTO SIN FIN: LAS TÉCNICAS DE BRUJERÍA

 

La brujería está relacionada con la magia antigua, e incluso con la que utilizaban los cazadores de la prehistoria al pintar en cuevas los animales a los que pretendían cazar, y para ello previamente los "acorralaban" pintándolos en lugares de los cuales no podían escapar.

Todos estos procedimientos se redujeron básicamente a dos leyes principales: la de IMITACIÓN y la de SUSTITUCIÓN.

Conforme a la primera, cada cosa llama a su semejante, principio basado en la magia <imitativa> u <homeopática>, que se aplicaba especialmente a los filtros y hechizos.

Conforme a la segunda, una parte puede reemplazar al todo, sobre la base de que las cosas que alguna vez han estado en contacto íntimo siempre seguirán actuando entre sí. Éste es el principio de la magia contagiosa, cuya principal aplicación es el hechizo.

Una técnica típica de esta clase de hechizo es la utilizada por los banen de Camerún, por medio de los llamados <echadores de suertes>. Éstos introducen en un cuerno una mixtura de determinadas plantas, en las que suele intervenir el cactus, y a todo esto añaden un guijarro; el conjunto lo dejan reposar durante tres días, transcurridos los cuales el guijarro ya tiene las "propiedades" que de él se esperan.

Entonces sólo resta utilizarlo, del siguiente modo: se vigila el paso del enemigo o la persona odiada, y, a la menor oportunidad, se arroja el guijarro sobre su sombra al tiempo que se pronuncia un ritual. A continuación, el <echador de suertes> debe anudar entre sí varias hojas de palmera, vaticinando que su enemigo morirá cuando él desate esas hojas. Esto lo hará en el momento que considere más oportuno, arrojando al suelo las hojas y profiriendo al mismo tiempo maldiciones propias de su objetivo. Con esto se da por seguro que la persona a la que se ha hecho objeto de esta brujería morirá en el acto, se halle donde se halle y sin que exista fuerza alguna capaz de librarlo de la muerte.

Esto aparte, los banen están convencidos de que en muchas ocasiones es suficiente la fuerza de la maldición para lograr sus objetivos perjudiciales o mortíferos, si bien hay que distinguir claramente dos clases de este tipo de maldiciones: la bunim, portadora solamente de desgracias más o menos temibles, y la bibol, que suele tener como consecuencia generalmente la muerte de la persona maldecida.

Las maldiciones humanas se fundan en el poder de la palabra, cuya importancia en las civilizaciones antiguas fue decisiva. Los cantos, los versos, los ritmos, y en general muchos sonidos cadenciosos podían tener propiedades de brujería o de magia, siempre, claro está, que fueran utilizados por magos lo suficientemente poderosos, ya que no todos disponían de las facultades superiores necesarias, como era el caso de Orfeo, que con sus cantos era capaz de detener los cursos de los ríos y el viento en su vuelo… Los que poseían poderes de tanta magnitud eran considerados magos, mientras que los otros, los que proferían maldiciones y efectuaban encantamientos y hechizos, eran los brujos, quienes a su vez eran superiores a los llamados <hacedores de fetiches>, a los cuales se les podría considerar como <aprendizes de brujo>. Todo un escalafón, como puede apreciarse.

La de los banen es, simplemente, un ejemplo de técnica; hay muchas más, de mecánica diferente y con uso de "instrumentos" diferentes, pero todas vienen a desembocar en lo mismo.

Algunos brujos se dice que matan sólo con el poder de su mente, incluso a grandes distancias.

Otros brujos (y brujas) recurren a las figuras que hacen con barro o con cera esculpiendo en sus rostros rasgos que las asemejan a la víctima que desean eliminar, de la cual han de haber conseguido previamente algo de su íntima propiedad, como puede ser unos cabellos o una uña.

Y todavía hay otros brujos que tienen tal poder que se dirigen verbalmente a la víctima y le dicen cuándo y cómo morirá, y se asegura que, en efecto, la persona así sentenciada muere en el momento exacto anunciado por el brujo para la cesación de su vida…

Es bien sabido que las técnicas para hacer, desear o provocar el mal son infinitas. Dejando aparte las más depuradas, famosas y reconocidas, se podría decir que hay tantas como personas existan dispuestas a hacer el mal.

 

 

 

ENTIDADES MUY ESPECIALES:

LAS BRUJAS

 

 

Las brujas, hablando en términos corrientes y sencillos, son feas.

Pero no con esa fealdad que podríamos definir como "normal", sino con una fealdad repelente, repulsiva, aterradora. Esto les ocasionó a las brujas, desde el principio de su existencia, lo que en nuestros tiempos llamaríamos un trauma.

Se trata, siempre dicho en términos sencillos, de una deformación de sus sentimientos debido a una reacción contra su condición de feas repelentes. Es como si dijeran: <<Puesto que no os gusto y no me queréis, menos me gustáis vosotros a mí y menos os quiero yo, de modo que voy a haceros todo el mal que pueda>>.

Y, al parecer, las brujas pueden hacer mucho mal con sus deseos y con su repertorio de recursos materiales.

Por fortuna no abundan mucho, y suelen permanecer retiradas de grupos humanos, posiblemente rumiando su injusto destino de feas que han devenido en malvadas. Permanecen aisladas, adorando al macho cabrío aunque sea en imagen a la espera de los sabrosos aquelarres, removiendo brebajes en su caldero, y siempre dispuesta la escoba para emprender vuelos que las lleven a dichos sabrosos aquelarres donde, con gentes de su condición, se desfogarán rabiosamente.

Michelet y Paul Jacob denunciaron el origen del aquelarre sin ninguna duda: era una orgía de personas en rebelión con su destino o su suerte, que estaba delimitada por la miseria, las guerras, la peste y otras enfermedades y defectos físicos, e incluso, posiblemente provocadas por alguna de las causas anteriormente citadas, las alucinaciones, que convertían a las personas que las padecían en verdaderas fanáticas creyentes de grandes misterios y poderes. Así pues, no parece que pueda caber duda respecto a que el origen de las brujas, es decir, la causa de que algunas mujeres fuesen o se tornasen brujas, eran la fealdad, la miseria y los trastornos psicológicos.

En cualquier caso, siempre, siempre, siempre eran feas, co  mo aparecen en numerosos grabados y pinturas: patizambas, de gordura deshinchada o de delgadez esquelética, senos consumidos como secos pellejos, jorobadas, desdentadas, muchas veces tuertas…

Nos las muestran con sus obras maestras los pintores Alberto Durero, Jan van Mechelen, Hans Baldung y el Compendium maleficarum de Guaccius. Dos siglos más tarde, aparecen las brujas de Goya, viejas, decrépitas y siniestras, con aspecto animalesco.

En fin, unas verdaderas calamidades. No es de extrañar, pues, que se revolviesen furiosamente contra todo su bello entorno. Psicológicamente sería hasta cierto punto comprensible la actitud de <<puesto que yo soy fea, que todo sea feo>>.

Como contrapartida, la bruja que, por extraña paradoja, salía hermosa, lo era hasta el extremo de que despertaba envidias, se llegaba a decir que <<solamente siendo bruja se podía ser tan hermosa>> (¿¡!?), y, como tal bruja hermosa, era quemada en la hoguera. Es decir, que las brujas, fuese como fuese, aun las poquísimas que resultaban insólitamente bellas, estaban destinadas al fuego.

Hubo un tiempo en que las brujas y brujos fueron quemados a hornadas, tal era el auge de las acusaciones de brujería.

 

 

PROMOCIÓN DE LAS

BRUJERÍAS Y HECHIZOS POR MEDIO DE LIBROS

 

LOS DEMONÓLOGOS CONTRAATACAN

 

Originariamente la brujería y sus artes eran transmitidas oralmente, pero la aparición de la imprenta propició la expansión de esta clase de conocimientos.

Se redactaron y se imprimieron toda clase de tratados al respecto, con lo que la lucha contra la brujería se dificultó. Existían tratados dogmáticos a la cabeza de los cuales hay que colocar, en 1487, el célebre Malleus maleficarum, de Jakob Spranger, al que siguió en 1494 el confeccionado por el propio Spranger, pero esta vez con la colaboración de Heinrich Institoris (H. Krämer), del cual se afirmaría que era <<el más importante y siniestro trabajo en demonología>>.

A éste siguió, en 1582, el Formicarius de J. Nidier, recopilado y completado por R. H. Robbins.

Muy pronto, como réplica que intentaba detener este auge de información y promoción demonológica, comenzaron a aparecer libros contrarios a la misma, combatiéndola, minimizándola, ridiculizándola. Fueron importantes en este sentido los tratados titulados De la démonomanie des sorciers (1580), Daemonolatriae libri tres (1595), Tableau de l’inconstance des mauvais anges et démons (1613), entre otros, todos los cuales informaban ampliamente del modo para reconocer y prevenirse de los procedimientos, instrumentos y pretensiones de los brujos y brujas siempre siervos, inevitablemente, de Satán, como siervo es de éste todo aquel que emprende el camino del mal…

Los tratados antidemonológicos denunciaban, pues, las exigencias que siempre exponían Satán y sus acólitos, los pactos que obligaba a firmar, sus conjuros y sacrificios; y otras prácticas, algunas de las cuales se consignaban en los tratados Libro mágico del papa Honorio y La clavícula de Salomón.

 

(ABRAXAS: Talismán gnóstico en el que estaba grabada esta u otra u otras palabras semejantes (como abracadabra), acompañadas de figuras compuestas de un tronco humano y miembros de animales.

 

ABRACADABRA: Palabra cabalística usada por los gnósticos del siglo ii, que se escribía en varios renglones con una letra menos en cada uno de ellos, de modo que formasen un triángulo, y a la cual se atribuyó posteriormente la propiedad de curar ciertas enfermedades y obtener el auxilio de los buenos espíritus.

[Otra cosa que es buena saber de la palabra abracadabra es que puede ser usada para descubrir brujas camufladas, usándola en esta muy favorable e irresistible invocación:

 

El lobo aúlla,

el gato maúlla,

el perro ladra,

    la oveja bala…

Abracadabra:

si tú eres bruja,

y además eres mala,

¡conviértete en cabra!

 

Si efectuado este desvelador conjuro, la mujer que nos ocupa se convierte en cabra, la cosa está clara: ¡es una bruja!])

Todo se menciona en estos tratados:

los abraxas, tan estimados por los brujos que, para que sean operativos se instalan en una estrella de cinco puntas;

los talismanes, anillos y espejos mágicos;

plantas como la valeriana y la mandrágora, de poderosa virtud, fecundada por los excrementos de los ahorcados, y toda clase de recetas de las brujas;

sin olvidar los animales de cometidos mágicos, como el sapo, o como el gallo, que desde la antigüedad había estado consagrado a la muerte…

Se mencionan también las fechas, lugares y duración de los aquelarres dirigidos por esperpénticos Demonios o Satanases, así como las formas de locomoción que permiten acudir a las asambleas nocturnas, sin olvidar detallar las liturgias, banquetes y bailes del aquelarre, la marca infernal conclusiva, la prostitución diabólica y el matrimonio satánico…

Sin embargo, todo esto tuvo unas consecuencias indeseadas: los abusos que se llegaron a cometer en los procesos por brujería, el más representativo de los cuales es el que llevó a la hoguera a Juana de Arco.

Se había conseguido que el pueblo estuviera sensibilizado en exceso contra la brujería, una actividad que, simplemente, debió ser denunciada como <inexistente> y no como algo real y pernicioso que debía ser castigada.

La presión e influencia de tales tratados y procesos fue tanta que incluso los mismos inquisidores llegaron a creer que, en efecto, existían las brujas y que volaban de noche en sus escobas, acusando de ello con toda seriedad e indignación a las cuatro desdichadas feas que caían en sus garras.

Aun así no faltó quien insistiera en que <<no existen visiones ni alucinaciones, y más si son colectivas, que no tengan un mínimo soporte objetivo>>…, es decir que, dicho en refrán, <<cuando el río suena, agua lleva>>, lo que significa que se opinaba con toda seriedad que algo de verdad debía de haber en todo aquel tinglado demoníaco y brujeril.

Sin embargo, actualmente y en definitiva, la brujería podría ser definida como una operación mágica vergonzosa o ridícula, atribuida por la superstición a la invocación de los demonios, y, consecuentemente, los brujos y las brujas han de ser definidos como hombres y mujeres de quienes se pretende que se han entregado al diablo y han pactado con él a fin de obrar prodigios y maleficios mediante su ayuda.

Es creencia extendida que gentes de condiciones que debemos considerar como inferiores conocen secretos estremecedores, fruto de sus relaciones con el diablo, las brujas y los brujos. Esto, a muchos de esos seres sometidos a la alucinante vida del creyente en la brujería, les confiere una cierta seguridad en sí mismos, e incluso un cierto orgullo. Se sabe de casos en que supuestos brujos y brujas o simples colaboradores de unos y otras han admitido terribles acusaciones y condenas por actos que no han realizado, pero cuya ejecución implicaba la posesión de tal poder que han preferido jactarse de tener ese poder y morir aceptando la acusación de haber realizado el acto, y la condena consiguiente, que negar poseer ninguna clase de poder mágico.

También se puede decir que la brujería es la manifestación de un poder psíquico antisocial que emana de personas situadas en regiones relativamente poco estructuradas de la sociedad.

En cualquier caso, lo que sí es digno de observar es que, salvo rarísimas excepciones, todos los creyentes de la brujería forman parte de las clases humanas menos favorecidas en todos los sentidos. Se diría que, abandonados de los privilegios, fortuna, recursos, e incluso de los dioses que favorecen a los más privilegiados, estos seres humanos de condición humilde, miserable e inculta buscan en las brujas, brujos y hasta si hace falta en el demonio, compensaciones que normalmente no pueden obtener en su entorno social, laboral o cultural.

Recurriendo a otro refrán se podría decir que estos adictos a la brujería piensan que <<a falta de pan, buenas son tortas>>.

Pero hablando de brujas son más oportunos refranes como los que siguen:

 

 CREER EN BRUJAS,  donde se significa que se es demasiado crédulo y más bien de pocos alcances.

 

PARECER QUE A UNO LE CHUPAN LAS BRUJAS, donde se da a entender familiarmente que uno está muy flaco y descolorido.

 

ÉL ES BRUJO Y ELLA BRUJA, Y SABEN ALZAR CALZAS DE AGUJA, referencia con que se moteja a ciertos matrimonios taimados.

 

Hay más, pero vamos a seguir con el tema en una vertiente mucho más interesante.

 

 

AQUELARRE SABATINO

 

El caminante que aquella noche de sábado se dirigía de un pueblo a otro, se perdió ya cerca del anochecer, por haber querido atajar por un bosque. Esto sucedía muy cerca de Sevilla, pero el caminante ya no sabía en qué dirección estaba Sevilla ni uno u otro pueblo.

Como lo menos conveniente era detenerse y que la noche le sorprendiera perdido, continuó caminando, aunque sin saber a ciencia cierta hacia dónde. Al poco, distinguió entre la oscura arboleda una columna de humo, y decidió acercarse por ver si había una casa, como el humo hacía suponer.

En efecto, había una casa.

Llamó a la puerta, y le abrió una vieja, a la que el caminante saludó amablemente.

—¡A la paz de Dios, buena mujer!

Enseguida se dio cuenta de que algo iba mal, pero ni por asomo se le ocurrió relacionarlo con su saludo mentando a Dios.

La vieja le miraba con ojos legañosos, desconfiados y hostiles.

—¿Qué desea usted? —inquirió con voz de rastrojo.

—He perdido mi camino, y agradecería albergue por esta noche, pues no quisiera encontrarme con lobos y otras alimañas. Le pagaré por el alojamiento.

Apareció un breve destello de codicia en los repugnantes ojos de la vieja, que tras breve titubeo se apartó.

El caminante entró en la casa.

La entrada daba directamente a un amplio comedor-cocina que, en aquel tenebroso anochecer, se hallaba iluminado solamente con la luz del fuego que ardía en el lar calentando una olla suspendida entre dos hierros.

Ante el fuego, acuclillada, con el aspecto de una decrépita gallina sarnosa, había otra vieja, muy parecida a la primera, que tenía vuelta su cara de ave perversa hacia la puerta. Sus pequeños ojos negros como la muerte observaban al hombre, que a su vez la miró bastante impresionado.

Pese a lo cual, dijo:

—Huele muy bien ese guiso. Puedo pagar un buen plato de él, si están ustedes de acuerdo.

Las viejas se miraron, la primera fue a acuclillarse junto a la segunda, y cuchichearon mirando de cuando en cuando el caminante, que permanecía de pie.

Finalmente, decidieron aceptar su dinero y darle cena y cama aquella noche. Por cierto que la cena era realmente sabrosa, así que el cansado viajero, apenas la hubo ingerido se tendió en la yacija que le habían preparado en un rincón y se durmió al instante. Pero pese a lo profundo de su sueño, y sin saber por qué, despertó de pronto, aunque sin terminar de abrir los ojos. Así, por entre los párpados entornados, pudo ver a las dos viejas, que estaban mirándole.

Oyó la voz susurrante de una ellas:

—¿Crees que ya está dormido?

—Yo diría que sí, pero vamos a asegurarnos, porque no podemos fiarnos de los que nombran a… a ese del cielo, ya sabes.

Se acercaron las dos a él, se acuclillaron a su lado, y una de ellas se sacó de entre los pechos un ratón muerto y lo acercó a la boca y la nariz del caminante, que a punto estuvo de delatarse lanzando un respingo de repulsión.

Consiguió controlarse, soportó el hedor del ratón muerto, y ni siquiera suspiró ni se movió cuando la vieja volvió a esconder el cadáver del pequeño roedor entre sus pechos flácidos y secos como envueltos en negro sudario.

—Seguro que está dormido —dijo.

—Pues entonces, vamos —dijo la otra—. Cuando él despierte  ya estaremos de vuelta.

Se acercaron a un rincón de la estancia, y una de ellas dio esta orden:

—¡Ábrete, solapa!

Se alzó sin más uno de los bastos ladrillos del suelo, y del pequeño escondrijo que quedó al descubierto sacaron una cajita que contenía algo pastoso, con lo cual se untaron el rostro y las manos.

Hecho esto, escondieron de nuevo el unto, y la vieja ordenó:

—¡Ciérrate, solapa!

El ladrillo se cerró, sin más. Las dos viejas fueron al otro rincón, donde había varias escobas aparentemente inofensivas, en dos de las cuales montaron como jinetes sobre brioso corcel, y acto seguido las dos dijeron a la vez:

 

Por encima de peñas,

por encima de matos,

¡a Sevilla con todos los diablos!

 

Se oyó un leve estruendo, y el techo de la casa se abrió, mostrando un cielo negro y sin estrellas, hacia el cual salieron volando las dos viejas montadas en sus escobas.

Apenas habían desaparecido por el hueco, éste se cerró, y el caminante pudo entonces respirar y aliviarse del miedo que había pasado.

¡Había ido a parar a la casa de dos brujas! ¡Por eso la que lo había recibido le había mirado mal cuando mencionó a Dios!

El caminante orinó, antes que nada, para terminar de aliviar el miedo que había pasado. Acto seguido, pensó que lo mejor era marcharse de allí cuanto antes. Pero a continuación, su mirada, como atraída por una fuerza misteriosa, fue hacia el rincón donde estaba el secreto escondrijo de los untos mágicos.

Se acercó allí y dijo:

—¡Ábrete, solapa!

El ladrillo se alzó, y el caminante cogió la cajita, se untó dos dedos, y extendió la repugnante pomada por parte de su rostro y de sus manos. Guardó el unto, cerró el ladrillo utilizando las palabras pertinentes, y fue al rincón donde estaban las escobas, en una de las cuales montó.

Todavía, por un instante, pensó que estaba cometiendo una imprudencia, que aquello podía costarle muy caro, que era imposible que él pudiera volar con una escoba, que…

Pero de pronto dijo:

 

 Por debajo de peñas,

 por debajo de matos,

 ¡a Sevilla con todos los diablos!

 

Pero como había dicho la frase mal, equivocándose y diciendo <debajo> en lugar de <encima>, lo que sucedió fue que no se abrió el techo, sino que la tierra se lo tragó, y tuvo un viaje espantoso pasando por debajo de peñas, matas y rastrojos, de modo que llegó maltrecho y con la ropa hecha unos zorros al lugar de la reunión, y al que se llegaba pronunciando la frase ritual, aunque él la hubiese pronunciado mal parcialmente.

Apareció allí cuando se iniciaba el aquelarre del sábado.

Vio a Satanás, provisto de resplandecientes cuernos en su cabeza de cabrón, sentado en un trono, recibiendo pleitesías, alabanzas y adoraciones de toda clase por parte de brujos y brujas. A medida que le iban rindiendo los honores, cada uno de los brujos y brujas se unía al grupo de danzantes, engrosando así el número de fanáticos que parecían enloquecidos.

No sabiendo qué decirle a Satanás, y temiendo ser descubierto, el caminante no se acercó al trono, sino que se mezcló como pudo entre los danzantes.

Lo malo fue que cuando ya todos habían presentado sus respetos al Gran Cabrón, y hubieron danzado hasta el delirio, llegó la última parte del acatamiento al Demonio antes de iniciar realmente el aquelarre, y esta última parte consistía en volver a desfilar por delante del Gran Cabrón, sólo que ahora no se trataba de ir pronunciando palabras de acatamiento y elogio, sino de besarle el culo.

El Gran Cabrón se había vuelto en su trono, mostrando sus posaderas de macho cabrío, y allá que iban brujos y brujas y depositaban sus ósculos. El caminante no sabía qué hacer, pues se hallaba atrapado en la trampa. Si no se acercaba a Satanás, llamaría la atención, sería descubierto, y entonces… ¿qué sería de él?

Sólo de pensarlo se estremeció de espanto.

Así que se puso en la cola de los besuqueadores, y allá que fue. Por fin, le llegó el turno de besarle el culo al Demonio, y lo hizo, pero tenía tanta rabia por verse obligado a ello que, al mismo tiempo que le besaba, le clavaba en una nalga un alfiler que llevaba siempre prendido en sus ropas.

—¡Ay! —exclamó el Demonio—. ¡Vaya barbas tienes…! ¡A ver si te afeitas antes de besarme!

Entonces todos miraron con detenimiento al caminante, y, al verlo, las dos brujas de la casa del bosque exclamaron:

—¡Ése no es de los nuestros! ¡Que no escape!

Aquella noche el Aquelarre sabatino tuvo una espléndida víctima para el sacrificio del descuartizamiento.

 

La palabra <solapa>, en este caso, proviene del idioma portugués, y significa <agujero escondido>.

En Asturias hay versiones que sitúan la <solapa> entre las losas del lar, y hay que tenerlo bien presente cuando alguien quiera descubrir alguno de estos escondrijos que utilizan las brujas para esconder sus untos.

Esta proximidad del escondrijo al fuego es debida a que parece indiscutible que las brujas tienen gran relación con los muertos, y puesto que a éstos les gusta sobremanera el fuego, y, aun a veces, pueden ser ellos mismos el fuego, es lógico que la bruja se coloque en los mejores sitios para la recepción de los muertos y el alterne consiguiente.

Aun así, pese a esta preferencia, las brujas son muy astutas y, por tanto, en muchas ocasiones utilizan otros escondrijos para sus pócimas, ungüentos y amuletos.

Por ejemplo, el amuleto representado por el ratón muerto, que esconden entre los pechos hasta el momento de comérselo. Ese momento llega cuando la bruja se convierte en serpiente, y entonces, ya debidamente adobado en fétidos sudores y fermentada y reposada la carne del roedor, es cuando resulta especialmente apetitoso, y lo devoran con delectación acorde con el suculento manjar.

Atención a este dato, de sumo interés: hay que desconfiar de aquellas mujeres que, al ver un ratón o rata, no gritan más o menos histéricamente y buscan ruta de huida o lugar al cual encaramarse, como una silla, una mesa, una cama, e incluso colgarse  de la lámpara dando un salto.

Si en lugar de esto mira al ratón con fijeza, ¡cuidado!, podríamos hallarnos ante una bruja de las que han adoptado apariencias encantadoras y sugestivas. Y por supuesto, si cuando se habla de comida china ella dice que le gusta la carne de rata, aunque aparentemente lo diga en broma, ¡mucho cuidado!, que podría ser cierto y hallarnos ante una bruja voraz.

En cuanto a las pócimas, ungüentos y amuletos y talismanes diversos, mucha atención al tocador de las damas, tanto si éste se halla instalado en un pequeño armario del cuarto de baño como si se halla instalado en un mueble apropiado discretamente colocado en un lado del dormitorio.

Porque precisamente ahí, en los sitios más visibles, es don    de ellas (las brujas) suelen colocar sus cosas en estos tiempos modernos, ya desechado el clásico y archiconocido truco de la <solapa>.

Ojo, no estoy diciendo que ya no usen la <solapa>, o cualquier otro tipo de escondrijo parecido en el que confíen plenamente respecto a su invulnerabilidad; lo que estoy diciendo es que cada vez son más astutas, y saben que lo más visible y evidente es precisamente lo que menos miran los mortales corrientes.

¿Y qué hay más visible y aparentemente inofensivo que el tocador de una dama?

Pero cuidado: con discreción, ¡y con grandes precauciones!, hay que olfatear el contenido de todos los frascos, porque podría ser que donde pone Facial Margaret Astor haya en realidad un filtro para provocar amores pervertidos, por citar un ejemplo; y lo que supuestamente es un estuche para barra de carmín contenga un unto para labios de bruja que quiera enloquecer con sus besos a los desprevenidos hombres; y no digamos de los perfumes, atención a esos delicados frascos etiquetados como Chanel Nº 5, o Nuit d’amour, por ejemplo, que igual contienen efluvios adormecedores de víctimas masculinas a las que violar refinadamente…

Cuidado.

¡Mucho cuidado!

Y sobre todo, a la menor sospecha que se tenga respecto a que Purita o Maripili pueden ser brujas, hay que recordar el sortilegio que libra de todo mal:

 

Bruja, brujita,

pórtate bien,

sé dulce y buena,

olvida tu cuita,

tus filtros y hechizos,

tus mil bebedizos

y tu escoba también.

 

Ya está.

No hay bruja que se resista a este sortilegio. Sobre todo, por el efecto que les causa una de sus líneas, la que dice <<sé dulce y buena>>.

¡Hasta ahí podríamos llegar! ¡Una bruja dulce y buena! Cuando, tras oír lo de <<pórtate bien>>, oyen lo de <<sé dulce y buena>> sus facciones se transforman en una mueca de rabia que es fácilmente visible, y ya del todo inocultable cuando se llega a lo de <<y tu escoba también>>.

Conque mucha atención al sortilegio, el cual, claro está, conviene saberse de memoria. Y nada de pronunciarlo mentalmente: hay que decirlo en voz alta, y mirando fijamente a los ojos de la supuesta o presunta bruja. Si ella, en lugar de transformarse, se ríe, todo va bien, no es una bruja.

Respecto al vuelo de las brujas, veamos algunos escritos de la época intensamente brujeril.

Uno de ellos dice así:

 

<<Esta ilusión que tienen las brujas de salir volando durante la noche podía ocurrir de dos maneras principales:

1) que horas hay que ellas realmente salen de sus casas y el diablo las lleva por los aires a otras casas y lugares, y lo que allá ven, hacen y dicen pasa realmente así como ellas lo dicen y cuentan;

2) otras veces ellas no salen de sus casas y el diablo se reviste en ellas de tal manera que las priva de todos sus sentidos y caen en tierra como muertas y frías y les representa en sus fantasías que ven y hacen y dicen tales y tales cosas, y nada de aquello es verdad, aunque ellas piensan que todo es allí como ellas lo han soñado, y cuentan muchas cosas dellas que allá pasaron, y mientras que ellas están así caídas y frías, ni sienten más que muertas, aunque las azoten y hieran y quemen y les hagan cuantos males puedan por acá de fuera del cuerpo, mas pasadas las horas de su concierto con el diablo, él las deja y les suelta los sentidos y se levantan alegres y sanas y dicen que han ido acá y acullá y cuentan nuevas de otras tierras.

Y aunque en algunas destas que se caen como muertas, el diablo les mueve las lenguas, y estando así echadas dicen muchos secretos de ciencias y de otras cosas sutiles y delgadas de que se maravillan no solamente los legos y los simples, sino más aún los grandes letrados.>>

 

Pero sobre todo, se maravillan los tontos, como aquel carretero de Mequinenza llamado Niceto Mauri, el cual finalmente terminó por darse cuenta de que algunas noches su mujer lo dejaba solo en el lecho.

¿Qué ocurrió?

Pues ocurrió que el bobo en cuestión, decidido a saber qué ocurría, se las arregló para permanecer despierto una noche, y así vio a su mujer por fin alzarse de la cama a determinada hora, y salir al balcón, a cuya baranda se encaramaba para, acto seguido, lanzarse al vacío y desaparecer volando entre las sombras de la noche.

—¡Toma! —se dijo Niceto—. ¡Si lo hace ella, lo hago yo!

Se subió a la baranda, se lanzó al vacío, y, claro está, quedó en la calle aplastado como una torta real con azúcar y anises.

Y es que resulta absurdo querer hacer las cosas que hacen las brujas si no se es bruja. En esto hay que ir con mucho cuidado, porque si bien a una bruja le resulta muy fácil hacerse pasar por una mujer normal, a una mujer normal no le resulta nada fácil (por no decir imposible) pasar por bruja, y todavía menos fácil le ha de resultar <hacer> cosas de bruja.

Esto además de que se exponen a que un día, por pura chiripa, les salga bien una brujería y entonces las quemen.

No siempre les salen las cosas bien a las brujas, eso ya lo sabemos, porque a veces, cuando las atrapaban no se andaban luego haciendo tratos con ellas, sino que, aparte de quemarlas (que eso era el jolgorio final), las paseaban por la ciudad montadas a pelo en un burro, desnudas y untado el cuerpo con miel para que, además de ser literalmente y hasta casi prácticamente comidas por las moscas (que en aquellos tiempos tenían dentadura, como decía mi llorado amigo Henry Keystone), las mujeres pudieran injuriarlas, los chiquillos tirarles piedras, los perros ladrarles, y los verdugos o algunos aficionados las desollasen a latigazos, que entonces se estilaba mucho.

Fray Prudencio de Sandoval dice en una de sus obras:

  <<Para averiguar cómo volaban, el oidor mandó traer delante una mujer vieja (se entiende que estaba presa) y la dijo que él tenía mucha gana de saber de qué manera iban a hacer sus obras, que le quitaría las prisiones que tenía y que si pudiese  ir que fuese; ella dijo que era contenta y pidió un bote de ungüento que le habían tomado [quitado], con el cual se puso en la ventana de una torre muy alta y, en presencia de mucha gente, se untó con aquel unto en la palma de la mano izquierda y en la muñeca y en el juego del codo y debajo del brazo y en la ingle y en el lado izquierdo, y, hecho esto, dijo en voz alta <¡ay!>, a la cual voz respondió otra y dijo <Sí, aquí estoy>; y luego la dicha mujer se bajó por la pared abajo, andando de pies y manos como una lagartija, y cuando llegó a media pared levantose en el aire a la vista de todos y se fue volando por él;

por lo cual, después de haberse todos admirado, mandó el oidor pregonar que cualquier persona que le trajese aquella mujer le daría cierta moneda, y así, de ahí a dos días, la trajeron unos pastores que la hallaron en un prado y, preguntada por el oidor cómo no se había salvado [escapado, fugado], respondió que no había querido llevarla su amo más de tres leguas y que la había dejado adonde los pastores la habían hallado.>>

Está entendido que el amo de esta vieja voladora era el Diablo, cuyo poder es fabuloso.

Tal vez buscando el modo de adquirir poderes parecidos pero recurriendo a personalidades más beatíficas, el licenciado Amador de Velasco y Mañueco se inventó unas instrucciones que, según Rodríguez Marín, dicen así:

 

 Para recorrer cien leguas en una noche.

 Vete a un despoblado, a una parte y en una puerta de alguna casa que ha sido o es ermita, una hora antes de que se ponga el sol y escribe en la puerta con sangre de murciélago estos tres nombres: Anphia, Gepia, Detardi, y después vete a tu casa y ten aparejado un freno nuevo [se refiere a un bocado para caballo] y desque fuera noche vete adonde escribiste los nombres y hallarás un caballo y llégate a él sin miedo y enfrénale [es decir, <ponle el bocado>], y primero [antes] que en él subas dirás, teniéndola en tu mano derecha, esta conjuración:

 

 <<Conjúrote, caballo, por la SantísimaTrinidad, que es Padre, Hijo y Espíritu Santo y un solo Dios verdadero Nuestro Señor Jesucristo, el cual nació de la Virgen Santa María Nuestra Señora, la cual parió sin dolor, quedando ella virgen antes del parto, en el parto y después del parto, y por los santos nombres que Daniel tenía escritos en su anillo, y por la santa vida y muerte de Nuestro Señor Jesucristo…, que tú me lleves sano y salvo andando por tierra y sin daño de mi ánima ni de mi cuerpo, ni de ningún miembro y en paz y sosiego, a tal o tal lugar en tantas horas, así dando la obediencia a Nuestro Señor Jesucristo, el cual sólo vive y reina per infinita seculorum sécula. Amén.>>

 

 Y después que hubieres llegado al lugar donde vas, quítale el freno en algún muladar y luego vete al pueblo y negocia.

Y cuando quisieras volverte, vete al muladar y saca el freno y sacúdelo tres veces, y luego vendrá el caballo, y harás la misma conjuración primero que subas, y ve tu camino como de primero.

 Y mira que te aviso que cuando fueres caballero no te santigües ni mientes a Dios ni a sus santos.

 

Y ya está, se ha recorrido uno cien leguas en una noche a caballo. Lo que no está nada mal, considerando que una legua son 5.572′70 metros, o sea, algo más de cinco kilómetros y medio.

Claro, el problema, hoy día, es tener el caballo. Pero si ya se tiene el caballo, lo de viajar está resuelto con este conjuro que, como se ve, no es de origen brujeril ni satánico, sino más bien de índole religioso y milagrero, o sea, benéfico.

Pero sigamos con las brujas, a las que ya vamos conociendo un poco. Me refiero, claro está, a las brujas en su estado visible, porque hay brujas que son invisibles.

Cuando se hallan en esta condición de invisibles es cuando más preferencia tienen por permanecer cerca del fuego, al hallarse desmaterializadas y por tanto carentes de toda sensación de calor, es decir, de vida. Entonces se instalan sobre el lar, bien calentitas en sus piedras o ladrillos, y permanecen allí hasta que llega el momento de hacer alguna perversa brujería.

¿Cómo saber cuándo hay brujas invisibles instaladas en una chimenea u hogar?

Es muy sencillo: utilizando agua bendita.

Hay dos modos de utilizar el agua bendita.

 

1) Para ahuyentar sin más consideraciones a las brujas que pueda haber instaladas en el lar.

 

2) Para saber si hay brujas en el lar y contactar con ellas.

 

En el caso 1), la cosa está bien clara: ante el temor de que en casa podamos tener brujas, y por cierto no deseemos que así sea, procedemos a efectuar el ritual que las ahuyenta.

Esto se hace del siguiente modo: en primer lugar se barre el lar con una escoba de lino, se recogen en una pequeña pala todas las impurezas que haya, y se arrojan al fuego; acto seguido hay que apagar ese fuego utilizando agua bendita.

(Nota: considerando que no debemos desperdiciar en exceso el agua bendita será preferible realizar la operación cuando quede poco fuego y tras apartar previamente las cenizas que puedan protegerlo del agua.)

En el caso 2), el agua bendita se utiliza echando sólo unas gotas sobre el fuego, y sin haber barrido el lar.

Si en éste hay una bruja o varias, observaremos inmediatamente que el fuego pierde intensidad durante unos pocos segundos, mientras que en el lar se escuchan gemidos de rabia, angustia y temor.

Estos gemidos proceden de la bruja o brujas allí instaladas. Luego, ya sabemos que tenemos brujas en el hogar.

Sabido esto, tenemos dos claras alternativas:

 

a) si esto queríamos saberlo sólo para estar seguros antes de proceder a realizar las operaciones del caso 1), ya podemos hacerlo.

 

b) si lo que deseamos es <contactar> con la bruja o brujas allí presentes, al oír los gemidos debemos echar inmediatamente unas pocas gotas más de agua bendita al fuego, al tiempo que decimos:

 

Ésta es mi fuerza,

muestra la tuya,

aparece ante mí

con tu cuerpo de bruja.

 

Para simplificar el ejemplo, supongamos que hay una sola bruja. Ésta tiene sólo dos opciones tras escuchar la invocación.

Una de ellas consiste en no aceptarla y, simplemente, marcharse, ya que no le queda otro remedio, pues si no se materializa vamos a apagar completamente el fuego, con lo que tendrá que marcharse de todos modos o quedar congelada para los restos de su larguísima vida.

La otra opción, que es la que suelen elegir cuando se las invoca de este modo, consiste en materializarse.

En este caso hay que estar preparado psicológicamente, pues la materialización de una bruja es un espectáculo aterrador y repugnante a la vez, y para invocarla hay que tener muy poderosos motivos.

No vaya a ocurrir como a cierto sujeto desaprensivo que pensó en invocar a una bruja para aprovecharse de ella, y, tras proveerse de agua bendita, procedió a llevar adelante el conjuro. Echó el agua bendita en el lar, diciendo:

 

Ésta es mi fuerza,

muestra la tuya,

aparece ante mí

con tu cuerpo de bruja.

 

¡Nunca hubiera ordenado semejante cosa!

Porque la bruja, ciertamente, se materializó.

¡Y qué materialización más horrenda, repugnante y terrorífica!

Apareció de repente como una maloliente humareda de espantoso color amarillo-verdoso, se oyó una tos, un jadeo, el ruido de alguien escupiendo furiosamente, restallaron varios cavernosos y estruendosos pedos colosales, y, al tiempo que se disolvía aquella maloliente humareda, aparecía aquella imagen absolutamente horrorosa.

Era una vieja más vieja que la vejez, más fea que la Muerte, más jorobada que un camello, y sus cabellos parecían alambres oxidados. Sus ojos eran como dos pequeños agujeros por los que podían verse las rojas simas del infierno. Su boca era como un tajo en una mierda petrificada, y su piel supurante, pestilente y putrefacta tenía más verrugas que estrellas hay en el cielo de primavera.

—¡Jesús me asista! —exclamó el hombre, sin poder contenerse.

—Si empezamos con ésas no nos entenderemos —dijo la bruja con voz chirriante—. Ya que me has invocado, compórtate como  el Diablo manda. ¿Qué quieres de mí?

El humo se había disuelto completamente, todo había recuperado la normalidad…, excepto que allá, ante él, el hombre codicioso tenía la visión más horrorosa que sus ojos habían sufrido jamás.

Pero él la había invocado, ella había acudido, y, por tanto, podía disponer de la bruja.

Era así de simple.

—Quiero ser el hombre más rico del mundo —dijo el sujeto—… ¡Quiero que me llamen el Hombre De Oro!

—¿Me has invocado para eso? —chirrió la voz de la bruja—. ¿Me has invocado para hacerme trabajar en asunto de DINERO?

—¡Exactamente! ¡Conviérteme en el Hombre De Oro!

—Sea —dijo la bruja.

Se tiró uno de sus estruendosos y pestilentes pedos al mismo tiempo que soltaba una retumbante carcajada…, y el codicioso quedó convertido para siempre en una estatua de oro, que  la bruja tiró a un pozo, donde habría de permanecer hasta que la eternidad la pudriera.

Tratando con brujas a uno puede ocurrirle cualquier cosa. Algunos casos son dignos de agruparlos para hacer con ellos una película a todo color en plan siniestroide simpaticón.

Por ejemplo, el caso de

 

 

TO BE CONTINUED

 

 

 

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