¡POBRE LOPE…!
3
Lope, El Desventurado.
Lope era tan desventurado que más no podía serlo.
Era pobre, feo, sus tierras se estaban muriendo de sed, su casa hacía ruinas, y hacía años había cometido el disparate de casarse con una mujer gorda, más fea que él, y que además se había traído a la casa a su madre, que era una bruja de mucho cuidado. Pero no una bruja de maleficios y escobas, no una bruja auténtica, sino una bruja en el sentido coloquial de la palabra, o sea, una de esas mujeres a las que, más que quemarlas, habría que deslomarlas a palos y luego arrancarles la piel a tiras y dársela a comer a los cerdos…
Al menos, esto era lo que pensaba Lope.
Porque ya era malo tener aquella esposa que era más resabiada que una mula y menos cariñosa que un escorpión, ¡pero aquella suegra, Dios bendito, aquella suegra…!
Era, en fin, como el demonio siempre aconsejando mal a la hija. Era lo que suele llamarse, en los mencionados términos coloquiales, una mala bruja.
Una maldita bruja.
Pero no de las que vuelan en escobas. Porque si hubiera sido de éstas, Lope habría tenido la posibilidad de ahuyentarla utilizando conjuros, crucifijos, oraciones, o cualquier otro de los muchos recursos o antídotos que existen contra las brujas.
—¿Qué puedo hacer, desventurado de mí —se quejaba Lope—, para perder de vista a mi suegra? ¡Y también a mi mujer, pues ya no la quiero! ¿Qué podría hacer para que ese par de mulas dejara de amargarme la vida?
Porque aquella vida era una amargura: ni hacía el amor, ni podía ir al pueblo a jugar al dominó con los amigos, ni podía beber vino (¡aquel buen vinillo que era como un tesoro escondido en la bodega, y que se bebían las dos mulas sin que le dejasen a él tan siquiera olerlo!), ni comía otra cosa que las sobras que las dos mulas dejaban en sus platos, ni hacía en la vida otra cosa más que pasar hambre, sed de vinillo delicioso, sed de paz, y, todo ello, matándose a trabajar como un burro. Porque sólo un burro podía trabajar tanto y resistirlo.
—Pero —se preguntaba Lope—… ¿soy yo un burro?
Se respondía a sí mismo que no, pero que vivía como si lo fuese.
Hasta que un día tuvo la gran idea, basada en las historias que desde niño había oído contar en el pueblo referentes a la existencia de brujas buenas, una de las cuales, según se decía, vivía escondida en la Fuente del Grillo.
¿Y si fuese cierto?
Si fuese cierto, él podía ir a ver a la bruja, pedirle ayuda y, a cambio, naturalmente, hacer algo que la complaciera a ella. Porque las brujas que viven solas, en ocasiones precisan de mortales corrientes que les presten algún servicio…
Ante esta posibilidad, y después de mucho pensarlo y repensarlo sin decidirse, un día terminó por tomar la resolución de comprobarlo.
Abandonando por unos minutos su quehacer en la tierra, emprendió el camino hacia la Fuente del Grillo, y cuando llegó allá, acalorado, lo primero que hizo fue beber un poco de agua.
Comenzó a oír el canto del grillo. Y le pareció extraño que un grillo cantase durante el día.
Entonces, tuvo la gran idea.
—Si eres un grillo, tienes que cantar de noche —dijo—, pero si eres una bruja puedes cantar a partir de la madrugada.
El buen Lope se llevó el susto de su vida, porque, de repente, un grillo saltó desde no supo dónde hasta ir a parar ante su rostro, en una de las piedras.
—Soy una bruja —le dijo el grillo—, y sé que quien así solicita mi presencia es porque está en apuros. ¿Cuál es el tuyo?
—No puedo creer que esto sea verdad —murmuró Lope—… ¡Seguro que eres una visión!
—Sí —dijo el grillo—… ¡O a lo mejor estás borracho, de tanto beber vino! ¡Eres un pobre infeliz, Lope!
—¿Por qué dices eso?
—¿Acaso crees que no estoy al corriente de tu asquerosa vida? ¡Todos los días y todas las noches observo lo mismo! Yo voy de aquí para allá, y tú eres una de las personas cuya vida más me fascina, pues siendo bueno te dejas tratar como malo. ¡Eres un calzonazos, Lope!
—Sí, es verdad —aceptó Lope—… No sé cómo puedo resistirlo. Por eso te he invocado, para que me ayudes. Si así lo haces, yo te recompensaré.
—¿Sí? ¿Cómo?
—Haré lo que tú me digas.
—¿Harías una cosa que podría servirme para librarme del encantamiento que sufro?
—Sí… ¡Haría todo lo que me pidieras! ¡Nadie podría impedírmelo!
—¿Nadie? ¿Ni siquiera tu mujer y tu suegra?
—Precisamente de eso se trata: ¡quiero que me ayudes a deshacerme de ese par de horrorosas y nauseabundas brujas…!
—¡Cuidado con lo que dices de las brujas!
—Ay, sí. Bueno, es que ellas… ¡son unas malas brujas! Y tú seguro que eres una bruja buena.
—Mira si soy buena —afirmó el grillo— que no pude protegerme del encantamiento que me hizo una bruja perversa, la cual me tenía envidia.
—¡Tú líbrame de ese par de mulas y ya verás como yo te ayudaré a salirte de ese encantamiento! ¡Quiero que las quitemos de en medio para siempre! Pero tiene que ser sin que la Justicia me prenda. No sé si sabes que la Justicia no podría castigarme si nunca encontraba sus cadáveres, aunque supiera seguro que yo las había matado. Yo he pensado en muchas maneras de hacerlos desaparecer: quemándolos, descuartizandolos y enterrándolos en la cuadra, arrastrándolos hasta el bosque para enterrarlos en lo más profundo… Se me han ocurrido muchas maneras de hacerlo, pero sé que la Justicia tarde o temprano descubre estas cosas. Por eso necesito tu ayuda.
—Eso no es posible —rechazó el grillo—: toda materia deja siempre, forzosamente, un rastro de materia. Además, no hay que ser tan bruto, Lope, no hay que matar a nadie.
—¡Pues dime qué otra cosa puedo hacer! Ayúdame, y te juro una vez más que luego haré lo que me pidas.
—Si luego incumplieras esa promesa ten por cierto que lo lamentarías amargamente.
—¡No la incumpliré! ¡Lo juro!
—Está bien. Pero tendrás que colaborar.
—¡Estoy dispuesto a todo!
—No es nada difícil lo que voy a pedirte. Tienes que traerme el orinal donde ellas habrán meado antes de acostarse, y también unos cuantos rizos de pelo de sus sexos.
—¡Huy! —exclamó Lope—. ¡Para eso tendría que entrar en el dormitorio y…! Sí, está bien, lo voy a hacer.
—Pues aquí te espero.
Lope regresó a su trabajo, pero no pudo dejar de pensar durante el resto del día en la conversación que había sostenido con el grillo.
Aquella noche, como siempre, cenó solo, devorando los restos de la cena de ambas mujeres, que ahora se solazaban con unos tragos de vino de la bota de buena piel y repantigadas ante el fuego del hogar.
Muy pronto dio buena cuenta Lope de las migajas que habían quedado en los platos de su mujer y la madre de ésta, y se quedó mirándolas carcomido de odio mientras se bebían SU vino, sentadas ante SU fuego, en SU casa, tras haber devorado SU comida, que él había ganado con SU trabajo…
Así estuvo, inmóvil, inmerso en su infinito rencor, hasta que las dos mujeres que habían convertido su vida en una pura mierda se pusieron en pie y se encaminaron hacia el dormitorio que compartían, el más caliente y relativamente confortable, tras haber relegado a Lope al cuarto de los trastos, en la salida de atrás de la casa, junto a la cuadra donde antaño había tenido una mula.
Que ésta era otra: la mula, pobrecilla, de tanto trabajar y poco comer desde que llegó a la casa la mujer de Lope, no había tardado en morir. Y cuando Lope dijo que habría que comprar otra mula, la mujer le gritó que era un maldito gandul, y que bien podía hacer el trabajo él solo y destinar el dinero del precio de la mula a cosas mejores.
Estas cosas mejores, claro está, fueron caprichos para ella y su madre, mientras que Lope tuvo que empezar a realizar él solo el trabajo que antes había hecho con ayuda de la mula…
—¡Y friega bien los platos, so marrano —le gritó la suegra, antes de abandonar la pieza—, que hace días que los dejas más sucios que antes de meter tus morros en ellos!
Por toda respuesta, Lope bajó la mirada.
Las oyó salir.
Se quedó solo a la mesa, ante el fuego que se apagaba. En el silencio campestre oyó, procedente de SU dormitorio, el inconfundible ruidillo delicioso que hace el chorrito de vino al caer directamente de la bota a la boca del bebedor.
Se estaban terminando SU vino.
Se armó de paciencia, que no tuvo que ser mucha, pues bien pronto comenzó a oír los ronquidos de su mujer y de su suegra. Ya estaban dormidas.
Lope se proveyó de unas tijeras y se deslizó silenciosamente al interior del dormitorio…
Las dos mujeres roncaban estruendosamente, ocupando con sus moles toda la cama que tanto añoraba el desventurado Lope.
En la ventana se reflejaba el frío fulgor de las estrellas.
Lo primero que hizo Lope fue llevar fuera del dormitorio el orinal, casi rebosante de orines de acre olor del par de mulas durmientes. Luego, con todo el sigilo que el caso requería, fue junto a la cama y, tanteando, llegó con la mano izquierda allá donde entre enormes, grasientos y ardientes muslos, palpitaba el peludo y pestilente sexo de su suegra.
Utilizó las tijeras. Tris, tras, cortó un par de rizos.
Pasó al otro lado de la cama, y palpó las prietas carnes de su mujer, que tanto deseaba. Aunque ya no. Ya, a fuerza de ser privado de ellas, había terminado por aburrirlas y hasta odiarlas.
¡Ah, qué placer iba a sentir cuando la bruja hiciera desaparecer aquellas dos moles de carne asquerosa…!
Tris, tras, cortó también dos rizos del vello sexual de su mujer.
Un minuto más tarde salía Lope de la casa, llevando el orinal y los rizos pedidos por la bruja. Llegó en pocos minutos a la fuente, donde se oía el canto del grillo en alguna parte siempre imprecisa.
—Aquí estoy —dijo Lope, con voz tensa—… ¡He traído lo que me pediste!
El grillo dejó de cantar; pero enseguida se oyó su voz:
—Bien, déjalo todo encima de la piedra grande, y ya puedes ir a dormir. Cuando despiertes, todo estará solucionado.
—¿Qué vas a hacer? —se inquietó e impacientó al mismo tiempo Lope.
—Anda, anda, ve a dormir… ¡Y dispón esta noche de la bota llena de vino, so calzonazos, que buenas ganas tienes de echar un trago!
Era una idea excelente, y Lope la puso en práctica. Dejó sobre la piedra el orinal y los rizos, regresó a su casa, y entró de nuevo en SU dormitorio, donde las dos mujeres continuaban roncando, sumidas en el agradable sueño al que las ayudaba el buen vinillo ingerido.
Lope cogió la bota y se fue con ella a SU bodega, donde procedió a llenarla. Poco vino quedaba, pero en cuanto las dos mujeres hubieran desaparecido tendría suficiente para él solo hasta la próxima vendimia.
Con la bota llena se sintió súbitamente feliz.
Echó un buen trago.
¡Ah, qué delicia sentir en su boca aquel chorrito rumoroso y espumoso que llevaba estremecidas sensaciones placenteras a todo su cuerpo…!
El vino estaba tan bueno, y hacía tanto tiempo que no lo probaba, que el primer trago fue muy largo. Luego echó otro trago. Y otro…
En alguna parte, muy lejos, oyó cantar un gallo.
Abrió los ojos.
Ya era de día. Por el ventanuco vio la luz del sol.
Luego, a su lado, vio la bota de vino, vacía. Estaba tendido en el suelo de la bodega. Se puso en pie y se llevó las manos a la cabeza. ¡Menuda cogorza había pillado aquella noche!
De repente, sintió un repeluzno de grandioso terror. ¡La que se iba a armar cuando su mujer y su suegra se enterasen…!
Pero un momento, un momento… ¿Se iban a enterar?
¿Estaban todavía vivas?
Lope salió disparado hacia SU dormitorio, entró…, y encontró la cama vacía.
<<Ay, Dios mío pensó Lope… Las ha matado. ¡De verdad las ha matado esa bruja, y ahora a mí me darán garrote vil! Eso, a menos que haya escondido bien sus cuerpos… ¿Qué habrá hecho, dónde los puede haber escondido…?>>
Salió del dormitorio, y oyó unos fuertes ruidos en la cuadra. Fue hacia el fondo de la casa, salió a la cuadra, y se quedó mirando atónito las dos lustrosas mulas que allá había, y que al verlo mostraron una gran cólera y comenzaron a cocear.
Lope no entendía nada.
¿De dónde habían salido aquellas dos mulas?
La noche anterior él no tenía mula; ahora tenía dos. Es decir, que habría de trabajar muchísimo menos que hasta entonces.
Pero… ¿de dónde habían salido aquellas dos mulas?
De pronto, lo comprendió, y no pudo contener un grito de alegría. Agarró un palo y arremetió contra las mulas, que si al principio intentaron incluso atacarle, bien pronto comprendieron que allá no había más amo que Lope, más fuerza que la de su garrote, y más ley que la de su deseo. Las dos quedaron bien pronto arrinconadas y encogidas, temblando y sudando como lo que eran: simples bestias apaleadas.
—¡Y prepararos! —jadeó Lope—. ¡A partir de ahora vais a sudar sangre hasta que reventéis de tanto trabajar y pasar hambre y sed! ¡Y además cada día os moleré a palos, para que no olvidéis quién manda aquí!
Exultante de alegría regresó al comedorcocina, donde soltó un fuerte respingo al ver aquella horrenda aparición. Ante él estaba la mujer más vieja, fea, repugnante e impresionante que había visto en toda su vida.
Era tan horripilante que sobrepasaba los límites de toda imaginación.
—¿Qué? —inquirió ella, mostrando sus desdentadas encías en una repugnante sonrisa—. ¿Te ha gustado mi solución?
—¡De modo que eres tú! —exclamó Lope—. ¿Cómo has podido entrar en la casa?
—Esas tonterías no se le preguntan a un bruja. Dime: ¿crees que la Justicia encontrará alguna vez a tu mujer y a tu suegra?
—¡Nunca, aunque las tengan ante sus narices! —rio Lope—. ¡Siempre te agradeceré el encantamiento que has hecho con ellas!
—Espero que así sea, y que recuerdes tu promesa: ahora tienes que hacer lo que yo quiera.
—Cuenta con ello. Dime lo que quieres y lo haré inmediatamente.
—Pues vamos al dormitorio.
Lope sintió un repeluzno tal que tuvo la impresión de que el vello de su cuerpo se convertía en miles de alfileres clavados profundamente en su carne. Pero, fiel a su promesa, siguió a la brujagrillo al dormitorio.
Quizá se equivocaba, quizá no era esto lo que la bruja quería. A fin de cuentas, es sabido que las brujas pueden raptar hermosos mozos para que les hagan el amor… ¿Qué necesidad tenía la bruja de recurrir a un hombre ya adulto como él para estas cosas…?
—Ya puedes desnudarte y echarte en la cama —dijo la bruja.
—Sí —murmuró Lope, lívido de asco y miedo—… Pero antes quiero estar seguro de que tú eres realmente tú… Quiero decir que tienes que convencerme de que eres la bruja de la Fuente del Grillo.
La monstruosa vieja rio, y, de repente, desapareció. Al mismo tiempo, un grillo apareció, y saltó sobre la cama. Desde aquí, dijo:
—¿Tengo que hacer algo más para convencerte?
—No —casi sollozó el desventurado Lope—… Es suficiente.
Comenzó a desnudarse.
El grillo volvió a metamorfosearse, tomando la forma de la horrenda mujer, que se desnudó, dejando al descubierto un cuerpo negro, lleno de granos y verrugas y vellos siniestros, retorcido, horrendo y deforme como un millón de pesadillas tenebrosas.
La bruja terminó de desnudarse, y se tendió en la cama junto a Lope.
—¡Hace tanto, tanto tiempo que no hago el amor! —suspiró grotescamente, echándose en brazos del desventurado Lope.
—Yo también —dijo Lope—, pero… no sé si hoy podré hacerlo…
—Juraste que harías lo que yo quisiera —recordó la bruja—. Pero si no tienes valor ni entereza para hacer el amor conmigo puedes decirlo y me iré sin exigirte nada.
Lope se quedó mirando los legañosos ojos de la asquerosa vieja, sintiendo aquellos estremecimientos de asco incontenible. Pero muy bien: ¿él era un hombre o un burro? Era un hombre, ¿no? Y los hombres cabales cumplen sus promesas, ¿no es cierto? Porque ser hombre es algo más que beber vino y hacer el amor con una mocita, ¿verdad? Ser hombre requiere valor, fuerza y honor.
Y si él no cumplía su palabra demostraría que no tenía ni fuerza, ni valor ni honor.
De modo que sonrió a la feísima bruja y le dijo:
—Tú me has complacido a mí, y yo voy a complacerte a ti proporcionándote ese amor que necesitas.
La abrazó, la besó en la boca, y acto seguido la hizo suya. Sintió en el acto como un fuerte mordisco en su pirula valentona, y dio un brinco para salirse del putrefacto sexo, pero no pudo lograrlo. Comprendió inmediatamente que dentro de aquel coño hambriento había una trampa que se había cerrado de modo inexorable. Alzó el torso apoyándose con las manos en la cama, y miró aterrado los infinitamente legañosos y exquisitamente complacidos ojos de la bruja.
—¡Ji, ji, ji! —rio ella—. ¡Elije entre dar un tirón y quedarte sin pirula o machacarme un año seguido para quitarme el mal encantamiento… y producirme contento!
LAS BRUJAS Y EL AMOR
Y es que ya se sabe, hay gente que escapa de la sartén para caer al fuego. Pero tampoco hay que pensar que la suerte de Lope empeoró. Podemos ser magnánimos y pensar que las cosas sucedieron de modo agradable.
E incluso pudieron suceder de modo maravilloso.
¡Y hasta pudieron suceder de un modo mágico!
Por ejemplo, pudo ocurrir que cuando Lope le dio el primer gusto orgásmico a la horrenda y repugnante bruja, ésta se convirtió de repente en una bellísima princesa.
Mejor dicho, volvió a ser la princesita que tiempo atrás una bruja mala y celosa de su belleza convirtiera en horripilante y repulsiva bruja.
También pudo suceder que Lope, aterrorizado ante la perspectiva de relacionarse sexualmente con aquel engendro, dijera:
Bruja, brujita,
pórtate bien,
sé dulce y buena,
olvida tu cuita,
tus filtros y hechizos,
tus mil bebedizos
y tu escoba también.
Y que dicho esto por Lope, la bruja se convirtiera no en una princesa, sino en una buena hada madrina que le dijera a Lope que estaba dispuesta a concederle tres deseos, y que Lope pidiera los siguientes:
Quiero una esposa joven, tetona, cariñosa, cachonda, limpia, trabajadora, ahorradora y que me ame locamente. Quiero tener más dinero que el que más tenga en el mundo. Quiero poder volar para ver desde arriba lo que siempre he visto desde abajo.
Y el hada podía habérselo concedido.
Como sea, el caso es que, en principio, el desventurado Lope se encontró en la cama aquel horripilante monstruo que, evidentemente, se había enamorado de él, pese a que era feo; lo cual prueba que las brujas saben distinguir otras cualidades aparte de la simple y vulgar belleza física, que está al alcance de cualquiera…, bueno, casi de cualquiera.
En definitiva, lo más sorprendente de este caso consiste en el hecho de que la bruja no sólo estuviera dispuesta a hacer el amor con Lope, sino que deseara hacerlo, ya que es bien sabido que las brujas no pueden amar, no pueden ni DEBEN enamorarse. Precisamente, éste es uno de los detalles a tener más en cuenta cuando un hombre se relaciona con una mujer: si ella no quiere hacer el amor con él, ¡malo!, casi seguro que es una bruja.
Así que mucho cuidado especialmente con las mujeres que no quieren hacer el amor, pues existen las máximas probabilidades de que sean brujas y rebrujas.
Por eso digo que hay que admitir la posibilidad de que lo de Lope fuese un caso especial y aquella bruja no fuese tal, pobrecilla, sino una tierna jovencita malembrujada por una auténtica mala bruja y que, precisamente al hacer el amor con Lope recuperase su virginal y encantador aspecto y su dulce carácter cariñoso y cachondo. Virginal y encantador aspecto que, ciertamente, sólo podía recuperar cuando alguien hiciera el amor con ella pese a su horrendo aspecto.
¿Entendido?
¡Ojo con las mujeres que se nieguen a hacer el amor! Las que así se comporten, deben ser sometidas a discretas pruebas que nos aseguren de que no son brujas, sino simplemente frígidas o pazguatas.
Estas pruebas (hay otras, pero las mejores son las que menciono) son las siguientes:
PRUEBA 1.
Disimuladamente, uno debe pintarse en el dorso de la mano izquierda una cruz cristiana, es decir, no una simple cruz que pueda confundirse en ningún momento con el signo + de la suma o con una x, signo de la ambigüedad más estúpida; para ello, la parte inferior de la cruz debe ser más larga que la superior y que las dos laterales.
Hecho esto, se esperará el momento oportuno para utilizarla. El mejor, precisamente, es cuando al expresarle nuestra ardiente pasión y viril deseo, tan altamente valorado y bien acogido en general, ella se niega a hacer el amor. Justo en ese instante, se le muestra la cruz al tiempo que se le dice:
Bueno, al menos dame un beso en la mano.
Si al ver la cruz ella palidece, o grita, o retrocede vivamente, o las tres cosas a la vez, mientras sus pupilas se dilatan de espanto y rabia, no hay duda: es una bruja.
PRUEBA 2.
Se le hace oler ajo, lo cual puede realizarse de diversas maneras, de entre las cuales me permito sugerir que NO se utilice la de comer ajo y echarle el aliento, pues si ella no fuese una bruja de todos modos se negaría a hacer el amor, y ahora con razón.
Una de las maneras más práctica y menos molesta consiste en llevar un diente de ajo en el bolsillo, metido dentro de una bolsita de plástico muy bien cerrada. Si nuestra amada acepta, como es normal, hacer el amor, mantendremos el ajo bien escondido y cuando nos separemos de ella lo tiraremos a una cloaca diciendo estas palabras:
Ajo perverso,
ajo asqueroso,
vete al infierno
con el Horroroso.
El Horroroso, claro está, es el Demonio, el Diablo, Satanás in person.
Pero si ella no acepta hacer el amor, con cualquier pretexto iremos a un sitio donde podamos restregar el ajo (previamente pelado, claro está) en un papel blanco en el cual habremos escrito un gran interrogante.
?
Hecho esto, escondemos de nuevo el ajo en la bolsita de plástico, doblamos el papel en cuatro, y regresamos junto a la presunta o presumible bruja.
Le entregamos el papel doblado en cuatro mientras le decimos:
—Este mensaje es para ti.
Naturalmente, ella desdoblará el papel, y enseguida le alcanzará de lleno el tufo de ajo.
Si hace un gesto de repelencia mientras se queda mirando el signo interrogante sin entender nada de nada, paciencia, no es una bruja: lo que ocurre es que no le gustamos o tiene ideas anticuadas sobre el amor y el momento de ponerlo en práctica.
Si su reacción es la de dar un paso atrás, dejar caer el papel, y escupirnos rabiosamente a la cara, no lo dudemos, ¡es una bruja!
PRUEBA 3.
La de la escoba.
Requiere ser bastante hábil, pero bien vale el esfuerzo.
Se lleva a cabo del siguiente modo: como es casi seguro que al hacer la amorosa proposición nos hallaremos en una <disco> o sitio parecido, nos proveeremos de una pequeña servilleta de papel y un palillo. También debemos procurarnos un trozo de hilo negro de unos treinta centímetros de longitud.
(Debemos asegurarnos de que disponemos de este hilo, pues si lo olvidásemos podríamos tener la desafortunada idea de, a falta de mejor recurso, suplirlo con un largo cabello subrepticia y magistralmente robado a la sospechosa, lo cual traería consecuencias de tanta enjundia que no quiero ni pensarlo. Por tanto, advierto que si hemos olvidado el hilo negro desistamos por hoy de la prueba. Tampoco debemos usar el cabello de otra mujer. Y por supuesto, ¡ni se nos ocurra utilizar un hilo o un cabello de otro color que no sea el negro!, pues es casi seguro el advenimiento de enormes desgracias de índole patética.)
Disponiendo ya de todo el material, haremos la amorosa proposición.
Si ella dice que sí, ¡no perdamos tiempo!, los buenos platos hay que comerlos calentitos, así que correremos hacia nuestra leonera, picadero, coche confortable o sitio igualmente propicio donde podamos proceder a la realización de tan sensual, sensacional, suntuosa, placentera y cachondísima actividad, físico-neurótica-sentimental-emotiva alineante y alienante. Un día es un día.
Si ella dice que no, permaneceremos sumidos profundísimamente en el más hosco y desaprobador silencio, pero manteniendo inexpresivas nuestras bellas facciones de macho sólidamente imperturbable, y esperaremos que la supuesta bruja diga que va al tocador… Entonces, rápida pero hábilmente, confeccionaremos con dicho material una pequeña escoba, haciendo tiras con la servilleta y atándolas a un extremo del palillo utilizando el hilo.
Pero, ¡atención!, entre esas pequeñas tiras de papel cortadas de la servilleta, debemos colocar cuatro o cinco de nuestros cabellos, que pueden ser de cualquier color y textura, menos teñidos, nótese la advertencia.
Hecho esto nos quedaremos con la escobita en la mano izquierda bien cerrada. Cuando ella, la supuesta bruja, regrese del tocador, abriremos la mano de modo que la escoba quede bien visible ante sus ojos al tiempo que decimos:
—¿Te apetece hacer el amor ahora?
Si ella mira atónita la escobita, acto seguido nos mira a los ojos, y dice algo que más o menos signifique que somos idiotas, capullos, cretinos, o algo parecido, NO es una bruja.
Pero puede suceder que al ver la escoba alce rápidamente la mirada y nos contemple con interés inédito al mismo tiempo que diga:
—¡No sabía que tú también…!
No hace falta que diga más. La escoba, que es el símbolo fálico del amor entre brujos y brujas, le ha hecho creer que nosotros somos un brujo, con lo cual, evidentemente, se ha delatado. ¡Ella ES bruja!
Mi consejo, en este caso, es que el lector que está aprendiendo aquí a identificar a las brujas y por tanto a relacionarse con ellas, no cometa la imprudencia y la tontería de decir que no, que él no es brujo, pero que ha descubierto que ella sí es una bruja. Mi consejo es que diga que sí, que él también lo es, y con eso tendrá garantizadas dos cosas, a saber:
a) que no será víctima de ningún hechizo o de alguna maldición que podría resultar extremadamente peligrosa.
b) que podrá conseguir su objetivo de hacer el amor con la bruja, con lo que les aseguro que alcanzarán una gratísima experiencia inolvidable.
Porque no todo lo que se relaciona con brujas es malo, ya que hay brujas buenas…
¿No?
Ya lo creo que sí.
Lo que ocurre es que los mortales corrientes no saben tratarlas. Pero en esto estamos, en aprender a identificar a las brujas y en aprender a tratarlas. Porque si alguien aprende a tratar bien a las brujas tiene la fortuna y la dicha asegurada. ¡Y no digamos si aprende a tratar bien a los brujos…!
TO BE CONTINUED!!!