EL BORRACHO Y EL JOROBADO
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BRUJAS MALAS Y BRUJAS BUENAS
Buenas o malas, todas vuelan, eso sí.
Pero lo de salir volando no lo hacen siempre por el techo, sino que a veces utilizan el hueco de la chimenea, o una simple ventana. Tampoco van siempre a Sevilla a sus aquelarres, ni son todas españolas, ni dicen las mismas fórmulas, lógicamente.
Por ejemplo, en Portugal, dicen:
Vea, vea,
por cima de toda a felha…
Y en Francia:
Saute haies, saute buissons;
fais nous aller oú ils sont…
O bien, asimismo en Francia, pero en otra comarca:
Par sus haies et buchons,
faut que je trouve les autres oú qu’ils sont.
Frases que no hace falta traducir, puesto que el significado, o mejor dicho la intención de todas ellas viene a ser la misma de la nuestra utilizada por las brujas del relato del caminante:
Por encima de peñas,
por encima de matos,
¡a Sevilla con todos los diablos!
Aunque, como se ha dicho, no todas las brujas iban a Sevilla, claro está, pues aquelarres los había en todas partes y para todos los gustos, faltaría más.
Por ejemplo, iban a Llanes, a Cubera, a Cerneula, a Rentería… Había brujas también en Montaña, y tenían su propia formulilla, que decía así:
Sin Dios y sin Santa María,
¡por la chimenea arriba!
Aunque esta formulilla no es consecuente, considerando que la mención de Dios y de cualquier entidad, suceso o cosa con Él relacionada no es precisamente del agrado de las brujas, brujos y similares. ¡Pero es que las brujas son tan raras…!
A efectos de identificación, hay que tomarse las cosas con mucha parsimonia, porque a veces las cosas no son lo que parecen. Verbigracia, aunque ahora ya no suele utilizarse este tipo de trifulca entre las mujeres, antes, cuando se encrespaban dos de ellas, además de tirarse del moño, se decían:
—¡Bruja, más que bruja, que eres una bruja…!
—¡Y con mucha honra, por eso voy a Sevilla sobre ti!
Como bien se ve, mientras que una de las contendientes llamaba bruja a la otra, ésta llamaba "escoba" a su antagonista, cosa que de ninguna manera era verdad, por lo que bien podía dudarse de que lo fuese la otra cosa, es decir, la frase que iniciaba la contienda verbal.
Sí, mucho cuidado con esto de las identificaciones, que pueden dar lugar a tremendas injusticias, como las que se produjeron en los tiempos en que la brujería se hallaba en pleno auge: bastaba que a una mujer la acusaran de bruja para que fuese quemada viva en una hoguera.
Y tampoco es esto, porque a veces se llevaban a cabo terribles venganzas entre mujeres enemistadas que consistían en acusarse mutuamente de brujas, y así, se daba el caso no poco absurdo y frecuente de que dos mujeres enemistadas ardían en la misma hoguera, una acusada de bruja por la otra y otra acusada de bruja por la una.
Y ninguna de las dos era bruja, ¡qué pasada…!
Un ejemplo clásico y posiblemente el más famoso de mujeres quemadas en la hoguera bajo la acusación de ser bruja, lo tenemos en Juana de Arco, la llamada <Doncella de Orleans>, aunque en esta ocasión no se debió a trifulca con otra mujer, sino a motivaciones de mayor relieve que constan en la Historia.
Haciendo referencia únicamente a las acusaciones de brujería, reproduzco un escrito sobre Juana de Arco tomado del Diccionario de Anécdotas de Vicente Vega:
En el cadalso, donde acabó su vida Juana de Arco devorada por el fuego, el 31 de mayo de 1431, púsose un cartel con la relación de los crímenes que le imputaban, y que decía así:
<<Juana, que se hace llamar La Doncella, ha sido condenada por embustera, perniciosa, embaucadora del pueblo, agorera, adivina, supersticiosa, malcreyente de la fe de Jesucristo, blasfema, jactanciosa, idólatra, cruel, disoluta, invocadora del demonio, cismática y hereje.>>
Como si todos esos improperios fuesen pocos, en la mitra que como corona pusieron en su cabeza, habían escrito estas palabras: <<Hereje, relapsa, apóstata, idólatra>>.
El 18 de abril de 1909, el papa Pio X, ante cincuenta mil peregrinos franceses, promulgaba el decreto de beatificación de Juana de Arco.
Un poco tarde se le hizo justicia a la pobre Juana, pero, en fin, como suele decirse, más vale tarde que nunca. Cabe esperar que el espíritu de La Doncella se esté congratulando de dicha beatificación y del reconocimiento papal de que no era una bruja, sino una santa.
¡Menuda diferencia!
Pero que quede bien claro que brujas haylas, y que si bien iban (y siguen yendo…) a todas partes, y les gustaba acudir a tabernas, fiestas, tertulias e incluso a las iglesias (porque las brujas son sarcásticas, irónicas, socarronas y burlonas a más no poder, además de raras), el lugar al que más les gustaba ir era al aquelarre de los sábados en Sevilla.
Respecto a los viajes sabatinos de las brujas a Sevilla hay un cuento que se explica en diferentes versiones.
Veamos una de ellas.
El Borracho Despanzurrado
Un grupo de brujas iba a Sevilla montadas en sus escobas, cantando muy contentas porque era sábado:
Lunes y martes y miércoles, tres,
jueves y viernes y sábado, seis…
Un desdichado trasnochador por encima del cual pasaban, y que estaba tan borracho que ni siquiera sabía dónde se hallaba, oyó la canción, y no se le ocurrió otra cosa que terminarla diciendo:
—¡Y domingo, siete, toma éstas…!
Al oír mencionar el domingo, que es el día del Señor, las brujas se enfurecieron, descendieron, lo alzaron en el aire, y allá arriba lo inflaron a soplamocos y escobazos; finalmente, maltrecho como es difícil imaginar, lo dejaron caer al suelo de duros adoquines, donde se despanzurró.
Como suele ocurrir, el mismo hecho es relatado en diferentes versiones, generalmente añadiéndole refinamientos. Así, el suceso recién relatado se cuenta también referido a un jorobado.
El Jorobado Desjorobado
Caminaba una noche hacia su casa un jorobado llamado Cosme, cuando las brujas pasaron volando por encima de él, cantando.
Estas brujas solamente sabían la mitad de la canción, o sea:
Lunes y martes
y miércoles, tres…
El jorobado, que las oye, decide completar la canción, y así lo hace, diciendo:
Jueves y viernes
y sábado, seis.
Esto complace a las brujas, las cuales bajan en busca del buen Cosme y se lo llevan con ellas a cierto lugar (naturalmente, embrujado) donde por medio de sutiles pero muy eficaces encantamientos proceden a quitarle la joroba.
No es para descrita la alegría del jorobado, el cual, sin reparar siquiera en el lugar donde ha estado sometido a los encantamientos, sólo piensa en su nuevo aspecto. ¡Ahí es nada, haberse desprendido de la molesta y antiestética joroba! Las brujas celebran también su complacencia, y, finalmente, lo llevan volando en una escuadrilla de sus escobas al lugar donde lo recogieron, depositándolo allí, sano y salvo.
Incluso más sano y más hermoso que antes.
Cosas de brujas.
Aquella noche, el jorobado ni siquiera podía pensar en dormir, tal era su alegría. ¡Tenía que decírselo a alguien, tenía que hacer partícipe de su alegría a alguna persona, tenía que compartirla con alguien…!
Calla.
¿Quién mejor que su pobre amigo Félix, tan jorobado como él mismo?
Sin pensarlo más, Cosme corre a casa de su amigo Félix, el cual, dado lo tardío de la hora, se hallaba ya acostado. Pero el ex jorobado llamó con tanta fuerza y con tanta insistencia que Félix no tuvo más remedio que despertarse y, bien que de mala gana, acudir a abrir la puerta.
—¿Quién es a estas horas? —refunfuñó, sin reconocer al esbelto visitante.
—¡Soy yo! —exclama alegremente Cosme.
—¿Y quién demonios eres tú?
—¡Soy yo, soy Cosme!
—Quita ya, maldito guasón —rechaza Félix, muy enfadado—, y deja dormir a las gentes de bien.
—¡Félix, que soy yo! —grita Cosme, entrando en la casa y quedando a plena luz—. ¿No me reconoces?
Félix se queda mirando el rostro del visitante. Sí señor, aquella cara es la de su amigo Cosme, pero… ¿dónde está la joroba? ¿Cómo puede ser Cosme aquel joven que se parece tanto a Cosme, pero que no tiene la joroba de Cosme?
—¿Tú eres Cosme? Muy bien: ¿y tu joroba?
—¡Me la han quitado de encima unas brujas!
—Seas quien seas —se enfada ya por todo lo alto Félix—, eres un cacho cabrón de mucho cuidado, y si no te vas ahora mismo te voy a hacer salir yo una joroba a estacazos.
Mientras Félix lanza su larga retahíla de amenazas, Cosme ríe. Cuando Félix termina de barbotar sus amenazas, Cosme se adentra en la casa de su amigo, que le sigue. Cosme se sienta ante la mesa, del respaldo de una silla coge la bota de vino, y echa un trago, contemplado hostilmente por Félix.
—Ven —dice Cosme tras echar el rico trago—, siéntate, y te explicaré lo que me ha pasado.
Total, que finalmente Félix se convence de que se halla ante su amigo Cosme y de que éste no tiene joroba, por lo que no le queda más remedio que creer su relato.
—¡Qué suerte has tenido! —clama—. ¡En cambio, yo, tendré que llevar a cuestas mi joroba toda la vida!
—No será así, si haces lo mismo que yo. Sólo tienes que esperar al próximo sábado, te apostas en el mismo sitio, y cuando pasen las brujas haces lo mismo que hice yo.
La idea, sin ser genial, inundó de gozo a Félix, el cual pasó la semana más larga de su vida esperando el siguiente sábado. Éste llegó, por fin, y Félix fue a esperar a las brujas en el mismo sitio donde una semana antes su amigo las había oído pasar volando y cantando.
Y, en efecto, llegada la medianoche las brujas pasaron volando en sus escobas y cantando. Pero en su canción estaban ya incorporados los versillos de Cosme, de modo que decían así:
Lunes y martes
y miércoles, tres…
Jueves y viernes
y sábado, seis.
El pobre Félix quedó desconcertado, aturdido. ¿Cómo podía añadir él nada a la coplilla, tal como había hecho su amigo Cosme, si las brujas ya la cantaban completa? La cantaban y pasaban volando, se alejaban, y allá que se quedaba el infortunado Félix con su joroba…
Lunes y martes
y miércoles, tres…
Jueves y viernes
y sábado, seis.
Desesperado, deseando añadir algo a la copla y ganarse así el favor de las brujas, Félix terminó la canción diciendo:
¡Y domingo, siete…!
Nunca lo hiciera.
¡Nunca debió mencionar el día del Señor!
Porque al oír esto las brujas vuelven grupas, descienden en su busca, se lo llevan a su escondrijo de los hechizos, y allí… ¡le colocan en el pecho la joroba de Félix!
—¡Toma! —dice la más bruja de todas—. ¡Así aprenderás a no provocarnos!
Otra versión del cuento de la joroba se refiere a un apuesto joven que tenía una novia bellísima, la cual vivía sola en una pequeña granja apartada.
Joroba, Jorobita, ¿Dónde Vas Tú, Tan Bonita?
El apuesto joven había conocido a la bellísima muchacha casualmente, y desde entonces se empeñaba en visitarla todos los días, en lo que ella consentía.
Pero al llegar el viernes siempre le decía:
—Te ruego que mañana no vengas.
El joven enamorado complacía a su hermosa y encantadora novia, pero un día ya no pudo resistir más, y preguntó por qué el sábado no podía ir a verla. Ella se resistió a decírselo, hasta que el joven la acusó de recibir a otro u otros hombres los sábados, motivo por el que la presencia de él en la granja no era conveniente.
La muchacha hizo todo lo posible por convencerlo de que no era así, pero él insistió tanto en verla también los sábados que, finalmente, ella tuvo que explicarle la razón auténtica de su negativa:
—Soy una bruja, y los sábados acudo al aquelarre.
La estupefacción del joven fue enorme. Cuando por fin consiguió reaccionar fue para tomarse a broma la revelación de la joven. Porque era una broma, claro… ¿Verdad que era una broma? Ella le dijo que no, él que sí, ella que no, él que sí…
—Te lo voy a demostrar —exclamó finalmente la joven.
Puso sobre la mesa una astilla y se quedó mirándola. A los pocos segundos, sin causa aparente, la astilla se encendió, voló dejando un pequeño chisporroteo tras ella, y fue a meterse en el fuego que ardía en el lar.
El joven tuvo que sentarse, pues se le aflojaron las piernas. Un poco más tarde, ya recuperado y convencido, dijo:
—Pero tú me amas.
—Sí —asintió la deliciosa brujita.
—Pues yo tenía entendido que las brujas no pueden enamorarse.
—Algunas, sí. Lo que no podemos hacer ninguna bruja es llorar, pase lo que pase, pero algunas sí podemos enamorarnos.
>>> (Atención a la revelación de labios de una bruja: las brujas no pueden llorar pase lo que pase. Dato a tener en cuenta cuando nos encontremos ante una mujer a la que jamás hayamos visto llorar, lo cual es altamente sospechoso, ya que las mujeres tienen las lágrimas fáciles. Les encanta llorar, se lo pasan divinamente, no puede comprenderse de otro modo su afición al llanto. Por cualquier cosa, por la menor tontería, ¡a llorar!
Por ejemplo, se le dice a una mujer que tiene la nariz roja, o que le ha salido un granito en la barbilla, o que tiene el pecho caído, o el culo de pera, o que hace mal tiempo…, ¡qué sé yo, cualquier tontería!, y ella se pone a llorar.
Algunas son un poco más duras, eso sí, de modo que hay que tenerlo en cuenta, y para provocarles el llanto habrá que recurrir a presiones más intensas, como puede ser una de estas frases o cualquier otra que tenga más o menos la misma mala pata y perversa intención:
—Te estás poniendo gorda.
—Estoy de ti hasta el gorro, nena morena.
—Vengo de hacer el amor con tu mejor amiga.
—Por mí, como si quieres morirte, tonta del culo.
—Olvídame, paloma mensajera, y no dejes de volar hasta la primavera…, alejándote de mí, ya lo entiendes, calavera.
—Para ti, como si te hubieras muerto, tía. ¡Jo, jo!
Y la frase más mortífera de todas, la que más lágrimas ha provocado en el universo entero desde que éste fue creado (¡ojo!, según se cuenta, debido a la revulsión cósmica que originó el tremendo pedo de una bruja galáctica), la frase que más corazones ha pulverizado, la frase más cruel de todas las frases crueles que cruelmente pululan por este mundo cruel habitado por crueles entidades llamadas <personas>; la frase, en fin, que puede hacer llorar al esqueleto de una vaca abrasado bajo el sol del desierto:
—Ya no te quiero, prenda.
Si con cualquiera de las frases de arriba, o con esta última como recurso extremo, la mujer a la que nos dirigimos no llora, ni dudarlo un instante: ¡es una bruja!
No olvidemos esto de las lágrimas, que es uno de los detalles identificativos de brujas más digno de confianza.
Reír sí pueden.
Por eso es de rigor andar con cuidado con las mujeres que ríen mucho. Las más de las veces es una risa de histeria pura, una especie de compensación por no poder llorar, así que la risa suele tener unas muy especiales características siniestras y espeluznantes.
Por ejemplo, se habrá notado que en este libro las brujas no ríen normalmente, o sea, haciendo ¡ja, ja, ja!, que es lo más razonable, sano y habitual entre personas normales, sino que ríen haciendo ¡ji, ji, ji!, risa que, a poco que sea analizada, se observará que está provista de matices como los mencionados, o sea, entre histéricos y siniestramente burlones.
Atención por tanto, ¡muchísima atención!, a las mujeres que rían con desusada frecuencia, sobre todo si no ríen haciendo ¡ja, ja, ja!, sino haciendo ¡ji, ji, ji! Estas últimas, sería de tonto dudarlo, ¡son brujas!) <<<
Pero sigamos con el relato de Joroba, jorobita…
—¿Y qué vamos a hacer entonces? —reflexionó el joven—. ¿Podemos casarnos y tener hijos y todo eso…?
—Podemos amarnos —dijo la encantadora brujita—, pero no es conveniente que tengamos hijos, porque serían sapitos.
—¡Cómo, sapitos…!
—Sí: sapitos, sapos pequeños.
—¿Sa-sa-pitos pe-pequeños…? Pepero yo… yo creía que las brubrujas tenían sapitos cucuando habían sido embarazadas por el Diablo…
—No. Cuando quien nos hace los hijos es nuestro Señor Satán, lo que tenemos son cabritos, no sapitos. Bueno, a veces también tenemos sapitos con él, es verdad, pero más cabritos que sapitos, porque como bien sabes el Diablo es un cabrón muy bien cornamentado. Cuando nacen sapitos de nuestros ayuntamientos carnales es porque la unión no ha resultado del todo satisfactoria.
(Atención, he aquí otro signo identificativo de las brujas: si cuando dan a luz tienen un sapito, la cosa está más clara que la luz del sol: ¡es una bruja en cantidad aplastante! ¡Mucho cuidado con las chicas que den a luz sapitos!)
—¡Pero nuestras uniones serían MUY satisfactorias!
—Sexualmente, sí, pero no genéticamente ni espiritualmente. Somos muy diferentes, créeme, aunque en apariencia seamos componentes de una misma estirpe animal. Se ocasionaría tal confusión genética que tendríamos sapitos…, o cualquier otra cosa. ¡Todo menos un bebé normal!
—¡Pero eso sería una barbaridad! —exclamó el joven, consternado.
—Sólo bajo tu punto de vista. A mí no me importaría tener sapitos, o cualquier otra cosa que no fuese una rata, pero te comprendo. Por eso te digo que no busques más complicaciones. Amémonos, y eso es todo.
—¿Pero los sábados continuarás yendo a los aquelarres?
—¡Naturalmente!
—En ese caso, yo te acompañaré.
De nuevo una discusión, pero muy breve, ya que el joven accedió a comportarse durante el aquelarre conforme a las instrucciones de su novia, la cual se las detalló, y las fue ampliando y recalcando hasta que llegó el sábado.
Esa noche, conforme a lo convenido, el joven acompañó a su novia al aquelarre, montado en la escoba. Todo fue bien hasta que llegó el momento de los cánticos, y todos los brujos y brujas asistentes los entonaron:
Lundi, un; mardi, deux, mercredi, trois;
jeudi, quatre; vendredi, cinq; samedi, six…
(Había olvidado decir que la historia de estos dos jóvenes es de la Francia de aquí al lado, donde están mucho más culturizados, en especial en lo referente al sexo, y como consecuencia lógica son mucho más desenvueltos, desenfadados y por supuesto más pecaminosos y libidinosos que nosotros a la hora de hacer el amor y cosas así. Por eso la canción está en francés, y por eso el apuesto joven contestó también en francés, como es fácil comprender.)
A lo que el joven, no pudiendo contenerse, y sin hallar mal alguno en ello, añadió entusiasmado:
Et dimanche, sept!
Como quiera que dimanche significa <domingo> en francés, ya estuvo liada de nuevo. Brujos y brujas se enfadaron, hasta el punto de que decidieron sacrificar al joven en lugar de un viejo chivo que habían llevado al aquelarre con tal intención y propósito.
Con lágrimas en la mente (que no en los ojos), la novia del desafortunado joven rogó y rogó que no lo sacrificaran, acusándose ella del desaguisado cometido por el joven al mencionar del día del Señor, pues no le había advertido que no debía hacerlo, cosa lógica, pues nadie puede dar clases para brujo en una semana, ni nadie sería capaz de aprender a ser brujo o a comportarse como tal en una semana aun suponiendo que sí hubiera alguien capaz de instruir a alguien en una semana…
Total, que el joven fue perdonado.
Pero había que imponerle un castigo; y una vieja, asquerosa, perversa y puñetera bruja jorobada que asistía al aquelarre desde los tiempos de los faraones, propuso ilusionada:
—¡Que su castigo sea llevar mi joroba por el resto de su vida!
Dicho y hecho.
La joroba pasó al joven, y toda la vida tuvo que trasegarla sobre su espalda.
Menos mal que la joven no dejó de amarlo por ello. Al contrario, decía que le encontraba un "atractivo muy singular", y por las noches se restregaba mimosamente contra la joroba…
Precisamente, de esta historia proviene la creencia de que trae suerte tocarle la joroba a alguien; y bien se comprende, pues el joven, a fin de cuentas, salvó la vida a cambio de la joroba, y no es poca suerte escapar de las garras de la muerte.
De aquí proviene, insisto, la creencia de que frotar en una joroba humana un billete de lotería o cualquier otro tipo de boleto trae suerte, es decir, que ese boleto, décimo, participación, o lo que sea, puede salir premiado con mucha facilidad.
Vamos, es casi seguro que sale. No se pierde nada probando…, si el jorobado lo consiente, claro está.
Para terminar con esto de las jorobas (y dejando bien claro que han sido mencionadas porque era inevitable en un tema como el que estamos desarrollando, y que no es mi intención molestar ni escarnecer a nadie), diré que es otra de las pistas para identificar a las brujas.
O sea, cuando sepamos de una joven que está casada o similar con un jorobado, atención, ¡ella es bruja! O esto, o bien es una joven ambiciosa y codiciosa que ha querido monopolizar la suerte y se pasa el tiempo restregando billetes de lotería y similares por el cuerpo de su amado, en furibunda exclusiva.
Que haberlas, haylas.
MUCHO CUIDADO CON EL MARTES
Para terminar con este tipo de cuento de brujas (del que, como he dicho, existen muchas versiones), añadiré que éstas no sólo son amantes del sábado para sus aquelarres, sino también del martes; algunas incluso prefieren los martes, porque hay menos aglomeración y entonces disfrutan más a sus anchas de sacrificios y demás ingredientes del aquelarre.
Es por ello, por esta preferencia de algunas brujas por los martes, que tenemos tantos refranes que los mencionan, aunque sea sin decir que es por ser este día uno de los preferidos de las brujas.
He aquí algunos de esos refranes:
* En martes, ni te cases ni te embarques.
* En martes, ni tu tela urdas ni tu hija cases.
* En martes, ni gallina eches ni hija cases.
* En martes, ni tu casa mudes, ni tu hija cases, ni tu ropa tejas.
* En martes, ni tela urdas, ni hijas cases, ni las lleves a confesar, que no dirán la verdad.
Algunas brujas, muy pocas, también tienen una cierta predilección por el viernes, y así, se han confeccionado algunos refranes:
* En el viernes ni en el martes, ni tu hija cases, ni tu viña podes, ni tu ropa tajes.
Y este otro, de Asturias:
* Nin en viernes nin en martes, cases les fies ni múes les vaques.
Y nuestros vecinos portugueses, dicen:
* As terças e sextas feiras, nâo cases filha nen urdas a teia.
O sea, que por poco observador que sea uno se va dando cuenta de que, en definitiva, las brujas van acaparando y utilizando todos los días para hacer de las suyas. Tanto es así que los portugueses y nuestros queridos galleguiños, muy astutamente, no mencionan los días con sus nombres habituales, sino como feiras.
Y ello es porque los nombres de los días de la semana, como es bien sabido, provienen de divinidades mitológicas que a su vez tomaron los nombres de algunos planetas cuya influencia suele ser nefasta para los terráqueos, y por eso las brujas vuelan por los aires mencionándolos.
San Martín de Braga decía, hace mucho tiempo:
—Hay hombres tan ignorantes que no saben nombrar un solo día sin nombrar al mismo tiempo a un demonio, a los que van llamando Marte, Mercurio, Júpiter, Venus, Saturno…
Me inclino a creer que el buen san Martín se refería, claro está, a las brujas, y que así era interpretado por el pueblo, parte del cual decidió no mencionar nunca más a esos dioses mitológicos, a esos planetas que, en definitiva, no sólo andaban en bocas de brujas, sino que representaban las guerras, las pestes, las destrucciones y la muerte…
Lo que no tengo muy claro es la numeración que les dan a las feiras, pues mientras en Portugal y en Galicia la primera feira era el Domingo, este mismo día era y sigue siendo la séptima feira en Brasil.
Aún hay más, para mi desconcierto; en la siguiente coplilla gallega, el martes aparece como carta feira [cuarta]:
Adiós, martes del Androido,
carta feira de ceniza:
inda que m’ha de acordar
domingo, vindo da misa…
O sea, que está demostrado que también los martes son días de gran poder para las brujas. En realidad, lo mismo da que ellas cometan sus fechorías en martes o en sábado, así que la cosa tiene que quedar bien clara: una bruja puede hacernos víctimas de sus hechizos en cualquier momento, pero debemos tener especial cuidado los martes y sábados.
Lo cierto y segurísimo es que el Domingo (dominico = Señor) es un día nada grato para las brujas, de modo que aquí tenemos otra información de gran fiabilidad a efectos identificativos: todas aquellas mujeres que renieguen del domingo deben ser sometidas a una extremada vigilancia y severísimo control, porque seguro, seguro, seguro ¡que son brujas!
LAS MUCHAS MAGIAS ESPECIALIZADAS
Al parecer, es inevitable que el Hombre disponga de una religión a la cual acudir para someterse dócilmente y, a cambio, poder recurrir a ella en un momento de apuro para que éste sea solucionado o resuelto.
Esto, que al parecer fue el origen de todas las cosas "sobrenaturales", tuvo como contrapartida la superstición, es decir, la creencia en altos, grandes, desconocidos poderes que todo podían solucionarlo.
Y de la religión se pasó a la magia.
Tal vez porque la magia ofrecía mayores maravillas y prodigios y exigía menos sumisiones permanentes, menos servidumbre de por vida…, aunque hubiera quien dedicara la vida a "adquirir magia", como el romano Simón, que fue un embaucador de mucho cuidado, o como Pitágoras, de quien se cuenta que recorrió todos los santuarios del mundo para adquirir una <magia matemática> que le permitiera acceder a los secretos de la Cábala y así poder conversar con los animales.
O como el granujilla del rabino Jequiel, descubridor de la electricidad (además de cabalista era físico), lo cual utilizaba para dárselas de mago impregnando de aquélla el llamador de hierro de su puerta, de tal modo que quienes llamaban recibían una moderada descarga que, claro está, atribuían a poderes especiales del rabino.
Lo seguro, lo indiscutible, lo absolutamente cierto es que en la Humanidad siempre ha habido pillos que han sabido aprovecharse de los menos pillos recurriendo a cualquier procedimiento más o menos ingenioso.
Y la magia era ingeniosa, ¡vaya si lo era!
He aquí algunas de las opiniones del maestro Ciruelo respecto a las magias:
En las historias más auténticas y dignas de fe entre los hombres cuerdos y sabios, se cuenta que acaecieron muchas cosas maravillosas; y esto en diversas tierras y gentes del mundo, de las cuales maravillas ningún sabio del mundo sabría dar razón por causas naturales de las cuales viniesen aquellos efectos maravillosos, que ni pueden venir por virtudes de los cielos y estrellas ni de los elementos, ni por artificio de los hombres, ni de otras criaturas acá abajo en la tierra, o en la mar o en el aire; luego es necesario decir que allende destas causas corporales naturales hay en el mundo otras virtudes y fuerzas de causas espirituales sobrenaturales que hagan aquellos efectos maravillosos.
Mudar en un súbito un grande monte todo entero de un lugar a otro, o ver algún animal bruto hablar como hombre en la lengua de los hombres que le entiendan, o lograr que algún hombre ya días muerto y enterrado se apareciese visiblemente y hablase con los vivos, o si algún hombre rústico, labrador o pastor, que nunca aprendió letras, hablase una hora entera en latín muy perfecto o en griego o en otra lengua muy extraña de la suya, y en pasando aquella hora no poder tornar a decir lo que habló ni aun acordarse dello. Ítem ver que una mujer flaca y doliente, en cierta hora pueda luchar con un varón de muchas fuerzas, con toro o león, y vencerle y echarle en tierra muy ligeramente [quiérese decir fácilmente], y pasada aquella hora no poder hacer la menor cosa dello. También las cosas que hacen las brujas o jorguinas son tan maravillosas que no se puede dar razón dellas por causas naturales.
(A las brujas se las llama también <jorguinas>, palabra derivada del jorguín u hollín, a consecuencia del hollín que se les pega al salir volando por los huecos de las chimeneas.)
Podría ser que, para encontrar explicación a todas estas cosas, el Hombre inventase la ciencia llamada Magia, encargada de investigar los extraños fenómenos a los que las ciencias reconocidas no podían acceder, o, más posiblemente, no les hacía el menor caso.
Como fuese, y según nos cuenta Enrique de Villena, la Magia adquirió un desarrollo tal que fue necesario organizarla o distribuirla en varias ramas o especialidades a las que se llamó Ciencias Veladas, y de las cuales cabe destacar como principales las siguientes: Matemáticas, Prestigio, Maleficio y Encantación.
A su vez, las mencionadas se subdividieron del siguiente modo:
MATEMÁTICAS:
Hidromancia, Piromancia, Feomancia, Espatulomancia, Fulgurancia, Ciromancia, Tremularia, Sonosítica y Auspicina.
PRESTIGIO:
Absconsoria, Pulsoria, Congragatoria, Transformaria, Pasionaria y Ludibia.
MALEFICIO:
Mediaria, Sopreciaria, Invocatoria, Nigromancia, Estricatoria, Fíbrica, Extaria, Sortilegio, Amatoria y Vastatoria.
ENCANTACIÓN:
Empérica, Imprecatoria, Ligatoria.
Hubo, además, subdivisiones de estas subdivisiones, del siguiente modo:
De Nigromancia surgieron: Atromancia, Conomancia, Pedoxomancia y Arnomancia.
De Estricatoria surgieron: Cursoria y Fascinatoria.
De Conomancia surgió la Litomancia.
Como se ve, todo un surtido de magias, naturalmente alcanzando cada una de ellas muy alto grado en su especialidad. Sería imposible detallar aquí dichas especialidades, pues cada una de ellas necesitaría para sí sola un libro entero.
Esto sin contar que actualmente existen otras mancias no menos interesantes, como son:
Quiromancia,
Cartomancia,
Brizomancia,
Oniromancia,
Oneiromancia o Somnomancia,
Geomancia,
Hidromancia,
Aeromancia,
Piromancia,
Espatulomancia,
Coscinomancia,
Aritmomancia,
Onomomancia,
Hipomancia,
Eteromancia,
Onicomancia,
Meteoromancia,
Genatliomancia,
Metopomancia,
Glosomancia,
Uronomancia,
Crommiomancia,
Sicomancia,
Apantomancia,
Rabdomancia…,
Vamos a dejarlo.
Pero, cuando menos, sabemos que existe la Magia, que está bien organizada, y que dispone de especializaciones concretas para todas las circunstancias o necesidades.
BRUJAS Y CONJUROS
Hablemos de las brujas.
Las brujas son, según Covarrubias:
Cierto género de gente pérfida y endiablada que, perdiendo el temor de Dios, ofrecen sus cuerpos y sus almas al demonio a trueco de una libertad viciosa y libidinosa. Se ha de advertir que aunque hombres han dado y dan en este vicio y maldad, son más ordinarias [se quiere decir más corrientes o abundantes] las mujeres, por la ligereza y fragilidad, por la lujuria y el espíritu vengativo que en ellas suele haber.
Respecto a esto último, el famoso padre Castañega, que fue muy aficionado a estas cosas, explica seis motivos por los cuales la brujería tiene más servidoras que servidores.
Son los siguientes:
1º, porque Cristo las apartó de la administración de sus sacramentos.
2º, porque más ligeramente (fácilmente) son engañadas del demonio, como parece por la primera que fue engañada (evidentemente, se refiere a Eva).
3º, porque son más curiosas en saber y escudriñar las cosas ocultas, y desean ser singulares en el saber.
4º, porque son más parleras que los hombres y no guardan secreto, y así se enseñan unas a otras, lo que no hacen los hombres.
5º, porque son más sujetas (propensas) a la ira y más vengativas, y como tienen menos fuerzas para vengarse de algunas personas contra quienes tienen enojo, piden el favor del demonio.
6º, porque los hechizos que los hombres hacen, atribúyense a alguna ciencia o arte y se les llama a éstos nigrománticos y no brujos.
Casi nada.
Pero todavía se puede decir más cosas sobre este particular, ahora de boca de Gaspar Navarro:
Más crédito se ha de dar a las revelaciones del hombre que de la mujer, porque este sexo femíneo es más flaco de cabeza, y las cosas naturales o ilusiones del demonio las tienen por del Cielo y de Dios; sueñan más que los hombres, y piensan que son verdades apuradas [puras verdades].
También, porque abunda la mujer de pasiones vehementes, y lo que procede de la pasión propia, piensa que nace de la verdad.
También las mujeres son de su naturaleza muy húmedas y vaporosas, y lo que es húmedo más fácilmente recibe figuras varias que la imprimen, y también con mayor dificultad deja de seguir el movimiento que una vez aprehende y toma.
Y las mujeres son más imaginativas que los hombres, pues como tengan menos de juicio y discurso y menos prudencia, más se inclina el demonio a engañar a las mujeres con aparentes y falsas imaginaciones, revelaciones y visiones.
¡AVISO!
¡Esto no son opiniones mías!
¿Se enteran ustedes, señoras brujas?
Además de todo lo dicho, y que deja a las mujeres para el arrastre o poco menos, resulta que las brujas HAN DE SER POBRES. No importa que algunas se escapen de este cruel designio y puedan llegar a vivir en la más refinada, engolfada, viciosa, fantástica, desenfrenada y magnífica opulencia, pues a la postre morirán pobres, es decir, que terminarán sus días sumidas en la más siniestra miseria.
(Vaya cosa. Para mí lo quisiera, vivir hasta los cien años rico podrido y quedarme hecho un miserable un par de días antes de morir. Yo para mí que estas meigas se las saben todas…)
Lo que sí es cierto es que en muchas ocasiones a las brujas se las calumnia vilmente, acusándolas de todo lo malo que acontece a nuestro alrededor.
Y se las acusa también de feas, con ojos legañosos, piojosas criadoras de liendres, con aspecto general de terrorífica ave de rapiña, sucias, asquerosas, y habitando lugares infectos y durmiendo en colchones o jergones llenos de chinches, y sin más compañía que algunas víboras odiosas, malignos gatos y lechuzas de mirada enloquecida…, mientras van perdiendo fuerzas y envejeciendo inevitablemente, aunque más lentamente que las mujeres normales, gracias a salmos y plegarias que dirigen al Diablo.
(Atención al dato: cuando después de conocer durante mucho tiempo a una mujer se observe que permanece con un aspecto igual o prácticamente igual al de tiempo atrás, ¡cuidado con ella, porque es bruja!
Sí, ya sé, ella dirá que se cuida mucho, que hace bodybuilding, o pesas, o algo parecido, que tiene una dieta muy estricta y sana, o que cada noche se pone crema facial conservadora de cutis y ahuyentadora de arrugas, etcétera. Pero nada de nada: es bruja.
Si se fija uno bien, pronto se descubre que son brujas.
A ver si no: supongamos que al hombre le salen canas, o, peor todavía, se le cae el pelo, y, en cambio, ella siempre lo tiene igual, tan abundante y colorido… No lo dudemos: esta mujer es una bruja. ¡Cuidado con ella!, insisto.)
La bruja Guilleuma
Además, algunas son hermosas, como por ejemplo, Guilleuma, la reina del castillo de Montsoliu, que cada tarde salía de paseo acompañada por numerosa corte de doncellas, todas las cuales eran brujas asimismo encantadoras.
(GORGA: Remolino que forman las aguas de los ríos en algunos lugares, excavando en olla las arenas del fondo.)
Pero de nada les sirvió su belleza, porque un día un buen sacerdote las increpó, y ellas, para escapar, cayeron a la gorga negra, donde todavía viven en el fondo de los mares, pero justamente en una zona que se hallaba llena de brujas rebrujas, que ni por asomo eran tan bellísimas como la reina Guilleuma, y se dedican a provocar pedriscos por doquier…
Se cuenta que la reina Guilleuma, pobrecilla, murió de pena al verse rodeada de tanta fealdad.
Pero las realmente peligrosas son las que dirigen plegarias al Diablo conforme a ciertos rituales que éste mismo les enseñó en sus años mozos, cuando ellas, aunque feas, tenían apetitosas magras que entonces complacían al cornudo infernal, el cual, a cambio de disfrutarlas les facilitaba esos recursos de plegarias para más adelante, cuando fuesen viejas además de horrendas y ya ni siquiera tuvieran fuerzas para hacer brujerías que atrajeran a los hombres. Porque resulta que la mayoría de las brujas son unas libidinosas de mucho cuidado, prácticamente unas ninfómanas, y por eso siempre están pecando con el mayor de los pecados, y, al parecer, el único que tiene verdadera importancia, que es el de la carne, o sea, el del sexo.
Así debía de ser, una ninfómana, la tal Catalina de Salazar, natural de Córdoba y vecina de Aguilar, la cual, en 1625 fue castigada con cien azotes, que por cierto se tenía bien merecidos, porque no había derecho a que hiciera lo que hacía. (Se conoce que entonces todavía era más pecado el pecado del sexo, o sea, que ahora lo vamos devaluando, y dentro de cien años a lo mejor ya no es pecado, y dentro de mil a lo peor ni siquiera tenemos sexo, con lo cual, al no tener las brujas con qué pecar tan insistente y profundamente, ya no podrán ser brujas, o sea, que dentro de mil cien años seguro que ya no habrá brujas, con lo simpáticas que son y los grandiosos servicios que han prestado a la Humanidad entera y en especial a la Literatura…) Porque una cosa es hechizar a un hombre cualquiera para darse un gusto con él y otra cosa es dedicarse sistemáticamente a robarles los novios o maridos a sus amigas, lo cual hacía de continuo la Catalina, refocilándose con ello y gozando lo indecible.
Y no había novio o marido que se le pudiera resistir, porque ella usaba siempre un conjuro que el demonio le había enseñado para que recurriese a él en casos de tales pasiones arrebatadoras.
Así que la bruja Catalina le dirigía al diablo el conjuro que éste le había enseñado, en estos términos:
Yo te conjuro
por tizón
y por carbón,
y por cuantos diablos con él son
y por el diablo cojuelo,
para que con pronto vuelo
me traigas a Bartolomé.
Venga, venga y no se detenga,
por el aire como torbellino,
sin que encuentre tropiezo en el camino,
y haz que yo le parezca como una leche.
Se supone que lo de parecerse a una leche debía de ser entonces muy apetitoso sensualmente. Y se entiende que si el elegido por el corazón de Catalina no se llamaba Bartolomé, sino Felipemé, pongo por caso, utilizaría este nombre y no el otro.
Evidentemente, a juzgar por el enfado de quienes acusaban a Catalina, sus conjuros debían de tener éxito, lo que no puede sorprender, considerando que la fórmula se la había facilitado el Diablo, y que el Diablo es un granuja que sabe más que nadie, por más que en ocasiones se las arregle para complacer a quienes algo le piden, con el fin de ganárselos como aliados futuros.