LOS BRUJOS TAMBIÉN CUENTAN

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  BRUJOS Y CONJUROS

 Por ejemplo, algunos nigromantes llaman al Diablo haciendo en el suelo un círculo en el que escriben ciertas fórmulas. Otros recurren a redomas con aguas especialmente hechizadas. Y los hay que lo conjuran en espejos, o en sortijas, y, en fin, en sitios imaginativos y siempre exitosos.

El Diablo suele aparecerse en forma de hombre, otras en forma de fantasma ensabanado y diciendo que es un alma en pena, otras en forma de gato, o perro, o lobo, o gallo (o como le ocurrió a la pobre Eva, en forma de serpiente, no lo olvidemos), y, en fin, adoptando la forma que más le plazca, pues para eso es el Diablo.

Ya lo dice Gaspar Navarro:

 

También ese maldito Satanás, invocado por sus hechiceros, suele en tiempo de invierno, cuando los árboles están secos y no haber cosa verde en los huertos, hacer que instantáneamente aparezca un vergel florido con muchos arrayanes, rosas, flores y frutos: al fin un jardín maravilloso con muchedumbre de ruiseñores, cardelinas, pajarelas, mierlas, con otro género de aves con exquisitos cantos, como lo atestigua Joan Salifuerinenses (¿?).

 

Incluso, si quiere, puede aparecer como una avellana, según la canción popular que puede cantarse con música de Los Campanilleros:

 

 El demonio, como es tan astuto,

 en una avellana se quiso meter,

 y vinieron los padres franciscos

 y lo machacaron en el almirez.

 

 … Vaya destino, ser machacado en un almirez. Aunque no importa, porque el Diablo siempre vuelve, siempre, y nada puede detenerle.

Además, es un metomentodo de mucho cuidado, pues no sólo se aparece a quienes le conjuran, sino a quienes no le necesitan para puñetera la cosa, como son los frailes ocupantes de monasterios o las monjas ocupantes de conventos, en los cuales ambos produce ruidos horrendos y causa grandes y pérfidos destrozos, amén de revolver toda la abadía y de acudir a las camas de monjas y doncellas (no se tienen noticias de que el Diablo tenga otras tendencias sexuales, o sea, vamos, que no he sido informado de que busque y pretenda relaciones o contactos del mismo signo…, ¿me explico?), a las que somete a tocamientos deshonestos, y si puede les hace otras cosas…

Lo que ocurre es que al amparo del Diablo y sus sinvergonzadas (o desvergüenzas, no sé, porque el diccionario contiene “desvergüenza”, pero no contiene “sinvergonzada”, cosa que me sorprende, porque la principal obligación del diccionario es recoger la voz del pueblo, y yo siempre he oído decir “sinvergonzadas”), siempre hay quien saca su buena tajada.

Verbigracia:

Había en una gran casa, un cortijo con muchas habitaciones, un diablo que se obstinaba en aparecer siempre en la misma habitación, en la cual dormía una mujer sola, a la que el demonio íncubo "oprimía violentamente" [quiere decir, interpreto en mi sincero saber y entender actuales, que pretendía tirársela], al tiempo que la hacía objeto de amenazas infernales si ella no se dejaba, lo cual causaba desazón y rechazo en la mujer, que lograba alejarlo de encima de su cuerpo vez tras vez sin que el pérfido infernal lograra sus pecaminosos propósitos.

Sin embargo, era tal la insistencia del tal íncubo, que finalmente la mujer optó por cambiar su cama a otro dormitorio de la casa, aprovechando que había sitio de sobra. Nada más cambiar la cama de lugar, el demonio desistió de sus violadores propósitos, dejó de aparecer.

Este asunto lo explica así el famoso y entendido padre Feijóo:

 

El tal íncubo no lo era, sino que se trataba de algún pícaro atrevido el cual podía entrar en aquel cuarto [el de la mujer] y no en otro de la casa, o porque, si era doméstico [quiere decirse si era de la casa], sólo para aquél había tránsito sin estorbo desde el sitio donde él se recogía [es decir, donde él dormía], o porque, si era extraño [es decir, de fuera de la casa], sólo podía introducirse por la ventana de aquel cuarto.

 

La aclaración del padre Feijóo termina con estas palabras:

 

Yo creo firmemente que el conjuro de una buena tranca (se entiende perfectamente que el sacerdote habla de un formidable garrote bien manejado además) sería el más eficaz para aquel íncubo.

 

En su Historia crítica de la Inquisición, Juan Antonio Llorente (que de esto entendía lo suyo, porque era canónigo y además secretario de la Inquisición), describe al Diablo, durante su presencia en un aquelarre, del siguiente modo:

 

En la sesión toma figura de hombre triste, iracundo, negro y feo;

está sentado en silla grande, unas veces dorada, otras veces negra como el ébano, con muchos adornos de trono majestuoso, la cabeza ceñida con corona de cuernos pequeños, dos de ellos grandes como de macho cabrío, y otro grande al medio de la frente, con el cual ilumina el prado, más que la luna y menos que el sol;

el cuerpo y talle, parte como de hombre y parte como de macho cabrío; las manos y los pies, en su final, como humanos;

los dedos todos iguales, con uñas largas, enfiladas hacia lo alto en punta;

la parte superior de las manos, corva, como ave de rapiña, y la de los pies como de ganso;

la voz como de rebuzno, desentonada, espantosa y ronca;

sus palabras, mal pronunciadas, en tono bajo, iracundo y destemplado, con modo grave, sereno y arrogante;

su semblante melancólico y enojado.

 

¡Qué bárbaro!

Aun así, o sea, siendo nada agraciado, por decirlo finamente, ha reinado durante siglos entre las brujas y entre las gentes de mentalidad sencilla (o sea, de mentalidad escasita) de la Edad Media.

Por ejemplo, en 1515 se quemaron en Ginebra, durante tres meses, QUINIENTAS brujas, claro está que por servir fielmente al Diablo y sus designios y proyectos de lo más borde y miserable.

Un tal Nicholas Rémy, juez de Nancy, llevó a la hoguera a más de OCHOCIENTAS brujas durante sus dieciséis años de ejercicio profesional. Las buenas gentes del obispado de Wurtzburgo incineraron NOVECIENTAS brujas.

Los puritanos ingleses, siempre tan peculiares en su comportamiento verdadero (tan diferente al de boquilla) hicieron una enorme escabechina de brujas tanto en las Islas Británicas como en sus colonias americanas, se entiende los actuales U.S.A. y Canadá.

Mientras tanto, como España siempre ha sido más pobre que el resto del mundo, aquí sólo teníamos unas cuantas brujas y brujos de calidad made in Spain, o sea, de calidad mínima-fraudulenta, que pasaban su tiempo engañando a los crédulos con brujerías de tres al cuarto, o sea, que en lugar de hacer venenos, ponzoñas, untos, brebajes, mejunjes diversos muy poderosos y filtros de gran poder afrodisíaco o similar, hacían enjuagues para dientes podridos…, que además, no funcionaban.

Normal.

Por ejemplo, según cuenta Francisco Santos, durante el siglo xvii había en la parroquia de San Sebastián, de Madrid, un cura que decía que entre sus feligreses había muchas brujas, y prevenía a las gentes contra ellas, apoyando su advertencia con el obsequio de unos pequeños crucifijos de plata (o sea, unos amuletos, para quien sepa y quiera ver y entender objetivamente) para que se los colgaran del cuello los niños, que, al parecer, eran los que más peligro corrían, pobrecitos ángeles.

Cierto día se hallaba el buen cura platicando en un lado de la iglesia con unas personas, a las que dijo:

—Tengo tantas brujas en mi parroquia que desde aquí me atrevo a dar con esta naranja a una de ellas en la cabeza.

Diciendo esto, hizo ademán de arrojar hacia los bancos de la iglesia una naranja que tenía en la mano, y fue notable observar cómo muchas de las mujeres que siempre estaban allí reza que te reza escondían rápidamente la cabeza.

Claro que eran brujas de medio pelo, de las que, como mucho, utilizaban sus "sapiencias" para fabricarse filtros de amores o, más prosaicamente, elixires para mear en abundancia y fácilmente, lo cual, tengo entendido, les encanta a las viejas, especialmente cuando son brujas.

(¡Otro inestimable dato identificativo! Atención a la mujer meona, aunque sea joven y bonita.

Ya hemos visto que también hay brujas que da gozo mirarlas, así que ¡mucho cuidado!

Hay que estar atento a la preciosa que nos hemos ligado, y si vemos que va a los servicios más de tres veces en una tarde no lo dudemos ni por una milésima de segundo: ¡es bruja!)

 

 
EL GRAN CONJURO

 

Un antiguo conjuro conozco yo que es de gran eficacia para lograr la aparición del Diablo, y aseguro que el tal conjuro pertenece a lo más secreto y selecto de la Magia Negra y Tenebrosa. Lo voy a contar aquí porque estamos entre amigos.

O sea:

a las doce de la noche del día de Todos los Santos el brujo o bruja debe encerrarse a solas en una habitación cuyas paredes estén tapizadas de negro (o pintadas, y si no se tienen lienzos de este color se pueden teñir unas cuantas sábanas para forrar con ellas las paredes) y en la cual haya como único mueble una mesa de tres patas. Sobre esta mesa colocamos dos cirios de cera a ser posible algo pestilente y, entre ellos, un cráneo humano. Encendemos los cirios. A continuación, la bruja o el brujo debe desnudarse completamente, colocarse de pie ante la mesa, y colocar la mano izquierda sobre el cráneo o monda calavera; en   la mano derecha debe sostener un tridente; esto así, elevará la vista hacia el techo (por supuesto igualmente de color negro, aunque sea a base de humos), con expresión suplicante, y todavía mejor si consigue que sea un poco abyecta.

Preparado ya el ritual, debemos proceder a pronunciar mentalmente las siguientes palabras:

¡ADONAI! LUX, TENEBRAE… ¡BELIAL! ¡BOOZ! ¡BOOZ!

Se hace una pausa.

Después se pronuncia, también mentalmente, una larga oración que debe consistir en una sarta de elogios al Diablo inventados en ese preciso instante, por lo que no vale aquí confeccionar ninguna oración concreta. Sí puedo advertir que esa oración debería contener palabras tales como emperador, magnífico, excelso, grandioso, perfecto, incomparable, poderoso, bienamado, cachondo, esplendente, omnipotente, granmacho, biencornamentado y, en fin, cualquier otra ocurrencia de índole encomiástica, admirativa, respetuosa y sumisa.

Terminada esta sublime oración, con el tridente dibujamos en el aire un triángulo, y acto seguido hay que arrojarse rápidamente de bruces en el suelo, porque no somos dignos de contemplar la deslumbrante belleza del Gran Cabrón, el cual aparecerá dentro del triángulo dibujado e iluminado por un foco enorme cuya luz hará resaltar la grandiosidad de su magnificencia.

Pero no podemos mirarlo.

Debemos permanecer tendidos de bruces en el suelo, aunque, eso sí, ha llegado el momento de hacer nuestras peticiones, a las que él contestará con voz que sin duda provocará nuestros más grandes pánicos, ya que es cavernosa, profunda, retumbante a veces, y con frecuencia parecida al chillido de una lechuza cabreada.

Aceptemos lo que nos diga el Bien Parido, pero, sobre todo, nada de alzar la vista para mirarlo. ¡Podría costarnos la vida o la vista!

Es claro que, para que estos conjuros surtan efecto, uno debe tener ya, digamos, una cierta relación con el Diablo, que no se crea cualquier desconocido que puede invocarlo así como así talmente como si el Admirable fuese un mago de tres al cuarto. Lo más adecuado y conveniente es que, previamente a estos contactos de tan profunda emoción, existan pactos, o lo más parecido al significado de esta palabra. Básicamente, existen dos clases de pactos con el demonio: explícitos e implícitos, y, aunque bien se entiende en qué consiste cada uno tan sólo oyendo su nombre, voy a hacer unas pequeñas aclaraciones, amparándome de nuevo en la sapiencia admirable del padre Castañega:

 

Se tiene pacto explícito no porque hayan hablado alguna vez con él o le hayan visto en alguna figura o aspecto conocido, salvo con otros ministros suyos que son encantadores, hechiceros o brujos y hacen la misma profesión que los primeros, o aunque nunca con otro hablen o al demonio en alguna figura hayan visto, ellos mismos hacen tal pacto y promesa al demonio, apostatando de la fe de Cristo, y hacen las cerimonias que los otros hechiceros hacen, o las que el demonio les inspira y enseña.

 

Y éstos, los unos y los otros, que por pacto expreso están al demonio consagrados, se llaman, por vocablo familiar, brujos y jorguinos o megos.

 

A por otra:

 

Se tiene pacto implícito u oculto cuando, sin renegar ni apostatar la fe católica a su parecer, tienen y creen y hacen las mismas cerimonias e invocaciones diabólicas, y estos tales tienen pacto oculto y secreto con el demonio porque oculta y virtualmente en aquella creencia y confianza, que en los tales execramentos, cerimonias y supersticiones tienen, se encierra la apostasía de la fe de Cristo…, y éstos, comúnmente, se llaman hechiceros.

 

Vale. Más o menos, es como cambiar de chaqueta en el terreno político. Hoy soy amigo tuyo, pero mañana no, porque aquel otro político o partido me ofrece más dineros, prebendas, presunciones y sobre todo más mojigangas.

No es nada complicado.

La pregunta es:

¿Vale la pena ser amigo del Diablo?

Preguntas complementarias:

 ¿Realmente es tan poderoso, SABE tantas cosas, tiene tantos PODERES como se le atribuyen, conoce secretos PASADOS Y FUTUROS?

He aquí lo que dijo al respecto el maestro Ciruelo hace más de cuatrocientos años:

 

Dicen los doctores teólogos que los malos ángeles o diablos, cuando pecaron y fueron expulsados  del cielo perdieron la gracia y la gloria y las virtudes y ciencias infusas que Dios les había dado sobre su naturaleza, mas no perdieron sus buenos ingenios, ni las ciencias que ellos alcanzan por su natural ingenio.

Alcanzan ellos a tener muy clara ciencia de las cosas corporales, que son menos perfectas que ellos, que son espíritus vivos, y así tienen ciencia de toda la orden del mundo corporal y de todo el curso de natura…

 Saben los movimientos de los cielos y los elementos, y saben las virtudes de las estrellas, los eclipses y las conjunciones y otros aspectos de los planetas; saben las propiedades de los metales y piedras, yerbas y todas las medicinas, y las de los peces y aves y de las animalias de la tierra; saben la astrología, la filosofía y medicina mejor y más perfectamente que to   dos los filósofos y sabios del mundo que son y fueron en los hombres…

De las cosas ya pasadas en el mundo, aunque los hombres las tengan olvidadas, el Diablo tiene memoria y las sabe casi todas cómo y en qué manera acaecieron, y las puede contar como un grande cronista, porque todas las tiene en su memoria, y puede luego recontar las historias de los patriarcas de las primeras edades del mundo…

Otro tanto dice de las historias que agora son presentes, y las puede revelar a sus servidores los nigrománticos y adivinos, y así algunas veces ellos dicen dónde hay tesoros escondidos y dónde hay venas de agua debajo de la tierra…

Y así vemos que los nigrománticos y adivinos dicen y aciertan en qué días, meses y años ha de llover o nevar, tronar o granizar, cuáles dellos serán fríos o calientes, secos o húmedos, cuáles serán serenos o nublados, claros y oscuros, en cuáles habrá cometas, rayos o terremotos, pestilencia de hombres o de ganados…, y dicen de los hombres enfermos en qué días y horas sanarán o morirán.

 

Caray.

Ni dudarlo.

Por si acaso, vale la pena ser amigo del Gran Cabrón.

Y ahora comprendo aquel dicho que dice así: ““Hay que tener amigos hasta en el infierno”“.

Dicho sea sin ánimo de ofender ni encrespar a nadie.

 

 
LOS SACRIFICIOS Y LOS SADISMOS

 

Esto sí: hay que corresponder.

Porque no todo ha de ser beneficios para nosotros, sin ninguna compensación para el generoso donante de riquezas y prebendas mil.

Hay que corresponder.

Y para ello nada mejor que los sacrificios.

Al Diablo le encantan los sacrificios.

Así pues, vamos a hablar un poco de sacrificios, recurriendo a la documentación que al respecto he conseguido:

 

Trayendo a la memoria los sacrificios del pasado, en que le sacrificaban niños y derramaban en los templos mucha sangre humana, como si en ello se deleitase, agora por sus ministros lo mesmo trabaja, como dicen que se hace entre los idólatras de la Nueva España (éstos deben de ser, digo yo, los indios americanos a los que fuimos a enseñarles cómo se tenía que vivir, porque ellos, pobres, no sabían: sólo sabían de Humanidades, Astrología, Matemáticas, y construir pirámides fabulosas que no servían para nada, mientras que nuestras iglesias sí servían para mucho), y donde esto públicamente no se puede hacer, como es entre los cristianos, hace que los ministros, en la más sotil [sutil] y secreta manera que pueden, maten niños, como hacen muchas parteras brujas, o chupen sangre humana por exquisitos y cautelosos modos que para ello el demonio les enseña, y aunque esto parezca cosa fuera de razón y muchos no lo puedan creer, crean que el demonio procura todos los modos y maneras a él posibles para ofender a los hombres y engañar a sus ministros y servidores, y más que ellos mismos confiesen que así lo hacen.

 

Ah, no.

Ya no soy amigo del Diablo.

Es que se pasa.

Porque lo de hacer cuatro pijerías con velas y calaveras hasta puede resultar divertido, y lo de ofender a los hombres o engañar a sus propios ministros hechiceros, pues, francamente, me hace gracia, pero lo de matar niños me parece una exageración, y más que nada una prisa innecesaria: ya se encargarán de ello las epidemias, los infartos estudiantiles o los infartos laborales precoces o los accidentes de circulación y, cómo no, el hambre y las guerras, los viejos y grandes recursos de siempre para tener contento al Diablo…, y a los amigos del Diablo, claro está.

Pero yo, repito, ya no lo soy.

Las brujas ya es otra cosa. Porque resulta que al demonio, si nos detenemos a pensarlo, nunca le ocurre nada lamentable, como por ejemplo que le tiren del rabo o le arranquen algún cuerno, y si se trata de quemarlo vivo, claro, la cosa es simplemente de risa, sería como condenar a un tiburón a que se ahogara en el mar.

Pero a las brujas sí les hacían barbaridades, como azotarlas, escupirles, lapidarlas, patearlas, mil lindezas más por el estilo y, además, para redondear la fiesta, las quemaban vivas, y ellas sí que sufrían con ello.

Es que a las brujas se les ha hecho de todo, pobrecillas.

Por ejemplo, según consta en el Spill de Jaume Roig haciendo referencia a estas mujeres malignas,

 

… a una la quemaron viva por ser gran hechicera y envenenadora; venía de noche, sin compañía, y por sí misma se encaramaba a arrancar dientes y muelas de los que, subidos en altos postes, habían sido ahorcados.

Llevaba la loca falaz una luz muy ingeniosamente escondida, metida en un puchero, y cuando veía que pasaba alguien y se acercaba, descubría la luz. Vista a distancia aparecía como espantosa cabeza de diablo: por cinco agujeros bien situados surgían los rayos de la luz, a semejanza de ojos, nariz y gran boca de ardiente fuego. Por medio de tal artificio espantaba a todos y huían presurosos, y ella seguía imperturbable la tarea hasta terminar de recoger sus ingredientes para los maleficios.

 

Me pregunto yo si la tal bruja que iba en busca de los dientes y las muelas de los ahorcados no sería una traficante de oro. Más o menos, como hoy en día, que a algunos muertos los profanan para quitarles no sólo las joyas que puedan haberles dejado encima sus parientes, sino también para arrancarles las prótesis de oro de la boca.

O lo que sea, porque si se enteran de que el cadáver lleva, pongo por caso, una prótesis de platino en la cadera, le cortan lo que haga falta para arrebatársela, y si es necesario se corta por la mitad el cadáver, que sólo es vil materia. También se cortan dedos, manos, y, en fin, ya digo que lo que haga falta cortar.

Porque no hay que confundir: una cosa es ser una bruja y otra cosa es ser una simple ladrona de dientes de oro que se disfraza de fea y recurre a trucos de tres al cuarto para asustar a los bobos.

Entre una y otra yo prefiero tener tratos con la bruja. No sólo porque soy un brujo, sino porque todavía hay clases, sentido de lo macabro, y dignidad profesional.

Además, las brujas, si como ya he dicho repetidamente, se las trata bien, pueden proporcionarnos beneficios de muchas clases, uno de las cuales, no el menor, es el de la salud. Si le compramos a una bruja una “nómina” podemos estar seguros de que vamos a tener muy pocos (por no decir ninguno) percances de salud.

Una nónima es algo así como una serie de conjuros y oraciones especiales escritas en pergamino virgen o en otros materiales poco usuales y que se llevan colgadas del cuello. Hay nóminas para muchas especialidades, por ejemplo para aliviar y hasta curar diarreas, vómitos, dolores de cabeza, estreñimiento, etcétera, pero si la bruja es de categoría puede escribirnos una nómina completa, o sea, que lo cura todo, y con la cual colgada del cuello podemos andar por la vida rebosantes de salud.

(No confundir con las recetas que extienden las doctoras en medicina, o sea, esas damas que han estudiado en la universidad y tonterías semejantes matándose de sueño y disgustos para sacar la carrera adelante.

No. Ésas sólo saben Medicina.

Yo estoy hablando de las brujas, que sin tanto estudio ni tanto sacrificio ni tantas tonterías te cuelgan una nómina del cuello y te convierten en Superman para toda la vida.

Así que cuidado, ¡mucho cuidado!, si quien te entrega una de esas nóminas tiene un título universitario y no te dice que te la cuelgues del cuello, no te fíes de ella, porque ¡no es una bruja!)

Pero no vamos a engañarnos, que sería de tontos. La verdad, verdad, verdad, es que las brujas no son precisamente buenas. Algunas llevan su maldad a extremos estremecedores.

Por ejemplo, en Zugarramurdi, un pueblo situado en el valle de Baztán, a ochenta kilómetros de Pamplona, había (y aún están, para quienes quieran hacer una excursión interesante) unas cuevas en las que se reunían cantidades fantásticas de brujas y brujos. Se cazó en ellas tal cantidad de brujas que tuvo que ser consultado el Papa sobre si se quemaban todas o no, porque quemarlas todas iba a dejar un olor a chamusquina en todo el planeta que habría sido excesivo.

Decisión salomónica: sólo fueron quemadas dieciocho, aquellas que persistieron en seguir siendo brujas, o sea, las que no dieron su brazo a torcer.

La reina de estas brujas era una tal Graciana de Barrenechea, la cual se declaró autora de numerosos infanticidios cometidos para vengarse de las madres de las inocentes víctimas.

La hija de Graciana (y del Diablo, claro, o sea que debía de tener forma de sapito o de cabrito) se jactó de haber dado muerte a varias personas usando para ello polvos envenenados y “el agua verdinegra de los sapos” (¿no lo estaba diciendo?).

Mientras las brujas se divertían grandemente con estas orgías siempre había algún colaborador que amenizaba la fiesta con la música. Por ejemplo, un tal Juan de Sansín, que tocaba la flauta. Y otro, el bruto de Goiburu, que además de poner música con su tamboril, en una de las fiestas colaboró más en profundidad matando a su hijo; enterró su cadáver, y al cabo de algunos días lo desenterró y lo obsequió a las brujas…, las cuales posiblemente lo interpretaron como una fineza por parte de Goiburu.

Esto nos lleva a una conclusión y por tanto a nueva advertencia: la mujer que mire con buenos ojos a un muerto de varios días, ¡atención con ella, es una bruja!

Pero quizá menos que aquella llamada María de Zumaya, la cual se convertía en liebre y se divertía por todo lo alto poniéndose a tiro de la escopeta de un cura de Rentería, gran aficionado a la caza, al cual, pobre hombre, mataba de cansancio haciéndole perseguirla inútilmente por montes y cañadas, echando fuera los befos y agotando en vano los cartuchos.

Esto ya es sadismo, pero bueno, para eso la María era una bruja, y las brujas pueden también ser sádicas.

(Atención al nuevo dato: si observamos que a nuestra novia o similar le gusta retorcernos los pezones, o mordernos, o clavarnos astillas encendidas en alguna parte del cuerpo, o simplemente pincharnos con alfileres en ciertas partes del cuerpo de forma redondeada y mullida y que pueden parecer acericos ¡pero que no lo son!, no nos descuidemos, pues casi seguro que es una bruja y rebruja.)

Y, en fin, en general cualquier actividad por parte de la fémina que nos parezca mínimamente relacionable con un sacrificio debe ponernos sobre aviso. (Tampoco consta “relacionable” en el diccionario, pero… ¿a que se me entiende? Por tanto, hay que incluir esta palabra, sin más, y al menos darme las gracias.)

Esto de los sacrificios, en las brujas, se ha convertido en una manía.

Incluso para volar tenían que echar mano de sacrificios. Sabemos ya que para poder volar la bruja tiene que recurrir a un ungüento con el que se embadurna manos y cara, el cual ungüento puede confeccionarse con diferentes productos cuya composición sería muy arriesgado para mí revelar a personas ajenas a la brujería, ya que podría dar lugar a que me hiciesen objeto de represalias que serían, cuando menos, incómodas.

Como ejemplo, cito uno de los más antiguos productos, el cual se preparaba con una fórmula salvaje heredada de las lamias, styrgas y empusas de Tesalia, que costaba siempre la vida a un niño, con cuya grasa añadida al jugo de beleño, belladona y jugo de adormidera (más un último producto que no puedo revelar y sin el cual la parte de fórmula hasta aquí revelada no sirve de nada) se confeccionaba un afrodisíaco excepcional, que las brujas administraban secretamente al hombre elegido cuando el cuerpo les pedía marcha imparable.

También, claro está, lo vendían a precio de oro a hombres y mujeres cuyos deseos y sobre todo cuyas fuerzas sexuales habían disminuido por cualquier causa.

Horrible drama que ellas solucionaban… a buen precio. Por eso, se enfadarían mucho conmigo si divulgara gratuitamente la fórmula completa. En cambio, así, nada más diciendo que el producto existe y que lo tienen las brujas, les hago publicidad.

Advertencia: antes de comprar ese producto a alguna bruja hay que asegurarse muy bien de dos cosas, a saber:

 

a) que efectivamente se está en tratos con una bruja, no con una desvergonzada vividora que pretende estafarnos haciéndose pasar por bruja.

b) que sea, verdaderamente, el producto genuino y eficaz que se va a pagar a precio de oro; dicho producto puede presentarse bajo diferentes nombres, pero eso no es importante; lo importante es que sea el verdadero; si lo es, el hombre lo sabrá inmediatamente porque, nada más olerlo, experimentará una formidable, admirable, fastuosa erección; la mujer, por su parte, tendrá la sensación, apenas oler el producto, de que mil hombres hermosos la están besando a la vez mientras intentan amarla; si ni uno ni otra experimentan las reacciones y sensaciones dichas, tengan por seguro que el producto es FALSO.

Y no digamos la bruja.

A esta bruja falsa habría que llevarla a un aquelarre, para que se le quitaran las ganas de andar suplantando a la gente.

 

Y hemos llegado al meollo del asunto: ¿qué es, cómo es un aquelarre, quiénes intervienen, dónde y cuándo se realiza?

Vamos a verlo enseguida.

 

 

 
PRADO DEL CABRÓN

 

Precisamente.

Este capítulo se titula “prado del cabrón” porque esto es lo que en vascuence significa la palabra aquelarre.

Y no hace falta explicar que se llamaba prado del cabrón porque allá, presidiendo la ceremonia espeluznante, se halla omnipresente el cabrón entre los cabrones, el Gran Cabrón, con su espectacular e impresionante aspecto de las solemnidades.

Allí, como ya he dicho antes, se solía iniciar la orgía con la danza, a los batidos de un “pandero de mal son”. Brujos y brujas danzaban enloquecidamente (¡qué tiempos aquellos!) mientras el Multicuerno (5 cuernos tiene el Gran Cabrón, 5) presenciaba el espectáculo desde su trono antes de comenzar a ofrecer su culo a los presentes para que se lo besaran, mientras cantaban muy contentas:

 

Huevos cocidos

para nuestros maridos;

huevos asados

para nuestros enamorados;

el carnero

para mí lo quiero.

 

El carnero o cabrón es el Diablo, claro está.

Pero el hecho es que, mientras tanto, los maridos de algunas de estas secretísimas brujas duermen apaciblemente, engañados por ellas, que en la cama han dejado en su lugar un tronco de árbol, un saco lleno de trapos, una vieja manta liada, o, a veces, como es notorio, ¡el mismísimo Diablo en persona!

O uno de sus múltiples cuerpos, ya que, en realidad, el Diablo está en el aquelarre, donde después que le hubieran besado el culo a satisfacción, se mezclaba con sus siervos, y entonces era cuando los participantes alcanzaban el frenesí absoluto.

(Nueva pista identificativa: si alguna de las chicas que nos ligamos tiene caprichos de lo más exótico, siempre será de agradecer, pues suelen dar aliciente a la vida, y la imaginación y la fantasía son ingredientes maravillosos para que uno se sienta vivo, feliz y en plena evolución.

Pero si la chica en cuestión se empeña en besarnos el culo, ni que decir tiene que debemos salir disparados del lugar, estemos donde estemos, porque bien claro se comprende enseguida que ella, por guapa, simpática, cariñosa, cachonda, liberada, libidinosa, complaciente, estimulante y encantadora que nos resulte… ¡ES UNA BRUJA!)

A todo esto, y siguiendo con el aquelarre, las velas que alumbraban el escenario estaban hechas de pez, y el propio Cabrón llevaba una colocada artísticamente entre sus numerosos cuernos. A esta luz siniestroide se cometían todas las aberraciones imaginables por la más incontrolable fantasía, bien entendido, claro está, que dichas aberraciones estaban todas basadas en la maldad. El Gran Cabrón dirigía con pericia y regodeo la fiesta orgiástica, y, de cuando en cuando, a alguna bruja le trazaba una señal, generalmente dentro de la boca, y allá donde él había tocado se volvía insensible.

Luego, las brujas se contaban entre sí sus impresiones:

—A mí me daba cornadas —decía una.

—A mí me azotaba con la cola —decía otra.

—Pues a mí me ha pillado y vamos a tener sapitos —decía una tercera.

—Yo he sido poseída y he quedado inservible para cualquier otro macho durante el resto de mi vida.

Hay varias clases de aquelarres, si bien los más importantes son el llamado “imaginario” y el que tiene por objeto las prácticas de “magia negra”.

Para la celebración del aquelarre imaginario las brujas se valían de los ungüentos, a los que mezclaban generalmente un poco de hollín de la chimenea, savia de cáñamo verde, estramonio y otros ingredientes, entre los cuales se hallaba con mucha frecuencia la adormidera, por ser una planta de las de más uso entre las brujas, por sus grandes y diferentes propiedades.

Los aquelarres de la magia negra presentan facetas verdaderamente inquietantes, y sugiero que sean tomados muy en serio. En ellos intervienen machos cabríos encerrados en jarras y redomas, de las cuales salen para cometer tropelías espeluznantes y luego regresar a ellas, para ponerse a salvo, pues es muy difícil meterle mano a un macho cabrío encerrado en una vasija, cualquiera que sea ésta.

En estas ceremonias de magia negra se hacen cosas de las más extrañas, como:

 

utilizar mierdas del macho cabrío para preparar determinados hechizos a la luz de candelas hechas con grasa humana y sangre de esa misma víctima;

 

servirse de polvos diabólicos para conjuros de una perfidia inconmensurable; preparar brebajes con ingredientes tales como la cabeza de gato negro cebado durante cinco días con sangre humana o un murciélago ahogado en sangre;

 

se llevan a cabo danzas de monstruos y orgías en las que abundan los más insólitos, nefastos, funestos y siniestros desenfrenos;

 

se luce y se presume de amuletos tales como clavos arrancados del féretro de un ajusticiado, o el cráneo de un parricida;

 

y no quiero silenciar esa faceta de uno de los festines más horripilantes que podamos imaginar y durante el cual los participantes en el aquelarre comen abortos hervidos sin sal… ¡Qué asco, sin sal!

 

Se habla también de aquelarres en los que el Diablo interviene en forma de perro o mono, vigilando el contenido de la gran caldera en la que, entre las inevitables hierbas y arbustos mágicos, hierven serpientes, víboras, lagartos, salamandras, escorpiones, sesos de pardillo, de gato, y cabezas de rana, muy bien aliñado todo el conjunto con sangre de paloma y de murciélago.

Todo ello sin que falten los más representativos utensilios y armas de la brujería, que Agustín G. de Amezúa describe magistralmente:

 

Estampas de santa Marta, san Erasmo o san Cristóbal, pegadas a las paredes, clavos hincados tras de la puerta, bolsas de paño rojo por una vuelta y azul por otra, conteniendo sogas de ahorcados, ochavos de verdugos, barajas de 41 naipes, polvos quemados de piedra alumbre, piedra imán, cabos de cera blanca, hilillos de ombligo de niños, habas de mar y caracolillos, figuras de cera y atravesados en ellas alfileres y agujas, sesos de asno, hienda [mierda] de lagartos y otras mil porquerías, sin que falte su sapo entre dos velas, o su bien cuidada maceta de valeriana, regada con vino, muy propia para hechizos.

En estas cocinas suelen reunirse dos o tres brujas, no más, y salvo alguna joven principianta todas son viejas, feas, altas y huesudas, o arrugadas y contrahechas, de mala catadura, ojos de arpía, pelo revuelto, canoso y desgreñado, que les cae sobre el sucio y miserable corpiño…

Recógense a la lumbre las jorguinas, desnúdanse con presteza hasta de la camisa misma y, tomando la olla de barro, úntanse las coyunturas de los pies y de las manos, diciendo al mismo tiempo la oración a Satanás u otras fórmulas y palabras misteriosas:

 

Lucifer, hijo de príncipe, sobrino de Corer,

pan y quesito te daré a comer.

Lo que te pidiere dámelo a entender

por hombre que pase o agua que vacie,

o perro que ladre;

que te doy palabra, si me la otorgas,

de no santiguarme en la cama ni en la iglesia,

ni delante del santo que encontraré.

 

Así y todo, las brujas nunca terminan de fiarse del demonio, y han ideado diversas triquiñuelas para protegerse de él si en un momento dado el Gran Cabrón cambiase de humor y las cosas fuesen mal dadas.

Entre los recursos que las brujas han ideado para esta clase de protección, el más práctico, eficaz y frecuentemente utilizado es el de trazar en el suelo un círculo utilizando una vara, a ser posible de nogal.

Una vez trazado el círculo, hacen una cruz en su centro, y ellas se colocan sobre la cruz, sabiendo que, en estas condiciones, el diablo no sólo no puede acercarse a ellas físicamente, sino que pierde todo poder de cualquier clase que quisiera ejercer para agredirlas o castigarlas de algún modo.

Al respecto de este círculo protector se han cantado coplas muy expresivas, de entre las cuales selecciono la siguiente:

 

Qué será verte en un cerco,

cuando al Cocito conjuras,

sin zapatos, patizamba,

sin tocado y pelirrucia,

con el escobo en la mano

que descerraje espeluncas,

que divierte al cancerbero

y que al Flagetonte enturbia,

cuyo mandato obedece

toda la canalla inmunda,

como a miembro de su centro,

como a dueño de sus furias.

 

Una de estas brujas se llamaba Marichuloca, y, allá por el año 1615, fue apedreada por los niños, porque decían éstos que ella se había llevado a algunos al aquelarre. Y debía de ser cierto, pues luego lo contaban los que en lugar de ser sacrificados lograban salir bien librados del festejo en el prado:

—Me sacaba de mi cama decía el niño y me llevaba a un sitio, me daba una vara blanca, y me ordenaba que me quedase allí guardando sapos hasta que amanecía.

Esto de los sapos era tan obsesivo que se decía, incluso, que cuando llovía con cierta violencia caían sapos entre las gotas de agua. Lo que no decía el niño era que Marichuloca le daba nueces como regalo para contentarlo. Y es que, al parecer, a las brujas les encanta regalar nueces, así que…«»

¡Un momento!

¡Ya tenemos otro dato de lo más revelador!

Atención, por tanto: si la novia, o la hermana, o alguna otra mujer, ofrece como regalo de contentamiento algunas nueces…, ¡es una bruja!

También son brujas, y de mucho cuidado, las que participan en las estadeas gallegas, que son reuniones o celebraciones brujeriles que pueden parecer, sin que se distingan demasiado una de otra, bien una procesión de brujas o bien una procesión de muertos…

Y las hay de lo más pintorescas, como aquellas que fuerzan a la gente a pederse, por lo general en momentos de lo más inoportuno, ya que causan pestilencias y molestias acústicas, lo cual es precisamente una de las cosas que a ellas más les divierte.

 

Otro tipo de brujas chocantes son las llamadas “nuberas”, porque hacen llover a voluntad atrayendo las nubes al lugar elegido. Yo para mí que estas son brujas a tener muy en cuenta, porque, a poco que se analice el asunto, una sola de ellas puede decidir incluso el destino de una nación, e incluso de un continente.

Verbigracia: si una bruja nubera se propone arruinar un país,  lo tiene fácil llevándose de encima de él las nubes que contienen las beneficiosas lluvias que riegan los campos y llenan los embalses de reserva. En un año, o dos si es necesario, o los que sea, pues las brujas nunca tienen prisa, un país queda más seco que un lagarto.

Con esa misma agua que se lleva de encima de ese país, puede provocar la ruina de otro acumulando nubes sobre él y haciendo que llueva torrencialmente hasta el punto de que todo quede destruido, desde las cosechas a los embalses, desde las carreteras a miles y miles de hogares, los medios de comunicación alámbrica (volvemos con las mismas: si en el diccionario consta “inalámbrica”, esto es, con hilos conductores, ¿por qué no consta alámbrica, esto es, con hilos conductores?), la calefacción, las instalaciones sanitarias…, en fin, todo.

Demostrado el gran poder de las brujas llamadas “nuberas”.

Y supongo que el lector ha captado ya otro detalle digno de ser muy tenido en cuenta a efectos de identificación de brujas: el hecho de que ellas nunca tienen prisa.

O sea, que si una mujer nos hace esperar, o suele presentarse tarde en todas partes, o nunca tiene ansia por cumplir sus compromisos o sus horarios, y, en fin, si se comporta como si tuviera a su disposición todo el tiempo del mundo y todos estuviéramos también a su disposición, no lo dudemos ni un instante: ¡es más bruja que la bruja Piruja!

La bruja Piruja es el prototipo de las brujas sabias, es decir de las brujas que tienen lo que han de tener y saben lo que han de saber, o sea:

 

Sabe legar, deslegar,

hacer cient mil bebedizos

para bienquerencias dar:

también sabe en cerco entrar;

sabe de agüero y de hechizos;

sabe de ojo y aun de estrella;

y es davina;

grolia habrás de conoscella.

Sabe hacer bollo maimén,

y hace asbondo zahumerios

de las barbas del cabrón;

topar l’has hecha visión

de noche en los cementerios…

 

Legar, o ligar, se refiere a ciertos encantamientos por medio de los cuales impide que el hombre pueda engendrar. Sabe, como dice la canción, provocar amores y malos agüeros.

En cualquier caso, lo que sí parece indiscutible es que a las brujas les gusta mucho andar por los cementerios en busca de reliquias de difuntos para hacer sus pócimas y elixires, para lo cual no vacilan en destrozar sepulturas y profanar y destrozar cuantos cadáveres sea necesario.

Pero no hay que asustarse, porque en cuanto amanece todo esto termina.

Ya lo dice el duque de Rivas en esta copla:

 

Diz que cuando el gallo canta

desaparecen de improviso

los aquelarres de brujas,

los fantasmas y vestiglos

 

Los vestiglos, claro está, son esos enormes, horrorosos, fantásticos y alucinantes monstruos que, al parecer, acompañan siempre a los asistentes a un aquelarre.

No se privan de nada.

 

1 comentario »

  1. generar trafico web …

    […]Lou Carrigan » Blog Archive » LOS BRUJOS TAMBIÉN CUENTAN[…]…

    Trackbacks por generar trafico web — Febrero 7, 2012 @ 8:43 pm

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