¿HAY MUERTE DESPUÉS DE LA VIDA?
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Libro II
SECRETÍSIMAS CONFIDENCIAS
que nos enseñan
a no tenerle miedo a los muertos
y a respetar su eterno y merecido descanso
MUERTE. (Del latín mors mortis.) f.
1. Cesación o término de la vida.
2. En el pensamiento tradicional, separación del cuerpo y del alma.
3. Mitología. En la antigua Grecia (Homero y Hesíodo) aparece como personificación de la muerte Thánatos, hijo de
PARCA. (Del latín parca) f.
1. Mitología. Cada una de las tres deidades hermanas, Cloto, Láquesis y Atropos, con figuras de viejas, de las cuales la primera hilaba, la segunda devanaba y la tercera cortaba el hilo de la vida del hombre [representan la erte,en suma].
2. Figurado:
¿HAY MUERTE DESPUÉS DE
Sí, en efecto, la pregunta suele hacerse al revés, esto es: ¿hay vida después de la muerte?
Sin embargo, no tenemos por qué ser tan acomodaticios a lo ya formulado, no tenemos por qué ser tan clásicos en nuestras disquisiciones. O, puestos a serlo, seamos al mismo tiempo consecuentes.
Veamos.
Si tanto se insiste en que después de la muerte hay vida, ello implica que realmente no morimos; por tanto, tal paso de un estado a otro no podría llamársele propiamente muerte, palabra que, según hemos visto en la acepción 1 del término en el diccionario, significa cesación o término de la vida.
Pero si se insiste en que después de la muerte hay vida, entonces no es verdad que ésta haya cesado sino que, en todo caso y como máximo (y dejando aparte la idea de la separación del cuerpo y del alma, que ésa es otra cuestión que aquí no estudiamos), ha pasado de un estado a otro merced a un proceso de transformación, no de muerte.
¿Complicado?
Yo creo que no, en absoluto.
Me explico.
Si morir significa cesar en la vida, pero resulta que después de "morir" seguimos inmersos en un cierto estado de vida, sea cual sea este "estado de vida", significa, obviamente, que no morimos. Incluso quizá signifique que ni siquiera nos transformamos, como dicen otros clásicos, sino que, simplemente (sugiero yo), nos trasladamos de un ambiente a otro diferente, de una materia a otra materia. Algo así como estar tomando el sol en una playa del Caribe y, de repente, decidir cambiar de ambiente y trasladarnos a esquiar a Saint Moritz. Eso justificaría la acepción 2, que explicaría la existencia de las almas o espíritus que sólo entran en acción cuando ya no se hallan alojados en el cuerpo, es decir, cuando se han separado de éste.
¿Comprendido?
De modo que insisto: ¿hay muerte después de la vida?
Si alguien lo sabe, por favor, que me lo comunique.
EL TERROR DEL OCIO
Según parece, el Hombre es tan listo que siempre se ha preocupado más por los "misterios" de la noche que por las maravillas del día.
Durante el día, simplemente, se lo pasaba de maravilla.
Cómo no: sol, frutos, el cielo y la vida. Todo iba bien. Luego, de noche, en lugar de dormir, que era lo más adecuado considerando las fatigas del día y que, al no ver en la oscuridad, nada se podía hacer, le dio por aprender a tener miedo.
A esto, hoy lo llamaríamos masoquismo puro.
En su Mitología Ibérica, Constantino Cabal escribe, refiriéndose a lo que él llama <la humanidad originaria>:
Amaba las caricias de la luz, los esplendores del sol, los brillos de las estrellas; pero en sus soledades imponentes de las noches tenebrosas, cuando se congregaba en una cueva, o posaba [descansaba] bajo un árbol, sin el calor del vestido, sin el halago del fuego, sin defensa contra el frío que le iba atenazando poco a poco, y sin fuerza contra el aire que le iba repitiendo su canturia de bramidos y amenazas, la humanidad primitiva se llenaba de terror.
También la noche era muerte; también cuando se entraban en la noche todas las cosas del día, semejaban entrar en el sepulcro… Y era entre las negruras de la noche por donde caminaban los espíritus escapados de los cuerpos con mayor libertad y más poder, y todo lo que era sombra, y todo lo que temblaba en las entrañas del bosque, y todo lo que estallaba en el más ligerísimo rumor, era espíritu de muerto que llegaba en busca de una presa…
A mí me parece que Cabal se excede.
Aunque supongo que, en realidad, se limita a recoger temores y supersticiones de estos tiempos, de nuestra cultura actual, no de los tiempos primitivos.
¡Cualquiera sabe lo que pensaban o sentían nuestros antepasados hace uno, dos o cinco millones de años, cuando aún no se había inventado el espiritismo, ni la brujería, ni las mil gilipolleces más sobre vivos y muertos!
Cualquiera sabe.
Pero yo para mí que entonces, cuando alguien se moría lo dejaban allá donde caía, y ahí terminaba todo. Vamos, que ya estaba la vida bastante difícil como para encima complicársela con los muertos.
La noche era dominio de los muertos sigue Cabal, y los muertos de aquel tiempo se llamaron después divinidades; y en Grecia tomaron nombre y se envolvieron en fábulas, y en Roma tomaron nombre y se cubrieron de púrpuras, y en
Vale.
Pero ni Grecia, ni Roma, ni España tienen nada que ver con eso que Cabal llama la humanidad originaria. Porque estos nombres son históricos, no prehistóricos. Los hombres originarios eran tan prehistóricos que, consecuentemente, nada sabemos de ellos, salvo lo que podemos deducir por algún que otro cráneo, hueso, vasija o instrumento que de cuando en cuando aparecen bajo montones de lava, ceniza o simple tierra.
Esto aparte, yo me inclino a creer que la humanidad originaria no tenía miedo a nada, salvo a lo que se ha de tener miedo.
Como por ejemplo, a un rayo; o a un volcán que entrase en erupción; o a un terremoto; o a un maremoto (más pavorosamente conocido como tsunami); o a una bestia más poderosa que el hombre, que las había a cientos, porque entonces no había escopetas, ni cañones, ni venenos, ni cosas así, y cuando a un hombre le atacaba un mamut o un diplodocus (que dicen que cuando pululaban por ahí los diplodocus y bichos así todavía no existíamos nosotros, pero al respecto tengo no pocas dudas), pongo por caso, lo tenía claro: correr hasta morir o esconderse en cualquier agujero como un gusano.
A esto sí debía de tenerle miedo la humanidad originaria. O a algo parecido, es decir, a fuerzas visibles y directas que pudieran causarle auténtico perjuicio en cualquier forma.
Pero… ¿a los muertos?
No, hombre.
Eso de tenerle miedo a los muertos es cosa de desocupados.
Es algo así como el terror del ocio.
Un ejemplo sencillo, para que el lector se ponga a reflexionar: que observe a su alrededor las putadas y granujadas que se intercambian todos los días entre los vivos, y que anote todas aquellas putadas o granujadas que con sus propios ojos vea que hacen los muertos, ya sea entre sí o a los vivos.
Y ya me dirá los resultados de una y otra anotación. Seguro que quedarían siete mil a cero, por supuesto a favor de los vi vos. Quiero decir que los que hacen putadas son los vivos, no los muertos.
A fin de tener una variada base para reflexionar sobre los vivos y los muertos y en general sobre la muerte, he aquí unos cuantos refranes.
ACUSAR A MUERTE.
Acusar de delito a que correspondía pena capital.
DE MALA MUERTE.
De poco valor o importancia baladí, despreciable.
DE MUERTE.
Implacablemente, con ferocidad (úsase con los verbos odiar, perseguir, acosar, etcétera). Dícese de los enfermos y heridos y también de la misma enfermedad o herida.
ESTAR UNO A
Hallarse en peligro inminente de morir.
LUCHAR UNO CON
Estar por mucho tiempo en agonía.
MÁS VALE DEJAR EN
Referencia que demuestra cuánto contribuye una justa economía para librarse de la vergüenza y pena que ocasionan las deudas.
MUERTE NO VENGA QUE ACHAQUE NO TENGA.
Referencia con que se da a entender que nunca faltan disculpas o pretexto para cualquier suceso desagradable.
SENTIR DE MUERTE.
Frase con que se explica el sumo sentimiento o dolor de una cosa, parecido al de la muerte.
SER UNA COSA UNA MUERTE. En sentido figurado, ser una cosa en extremo molesta, insufrible o enfadosa.
VOLVER UNO DE
En sentido figurado, restablecerse de una enfermedad gravísima.
A continuación otros refranes, éstos sin la subsiguiente explicación expresa, con el fin de aumentar la intensidad de nuestras reflexiones sobre el tema que nos ocupa.
* Al buey viejo múdale el pesebre y dejará el pellejo.
* No me lleves, tiempo, que yo te irá alcanzando.
* Buena vida, arrugas tira.
* El muerto el hoyo y el vivo al bollo.
* A quien se muere, lo entierran.
* Catarro, Casamiento, Cagalera y Caída, son cuatro <ces> que quitan al viejo la vida.
* De aquí a cien años, todos seremos calvos.
* De la muerte no se escapa ni el rico, ni el rey, ni el Papa.
* Entre la cuna y la sepultura no hay cosa segura.
* Ni buscar la muerte es valentía, ni huirla cobardía.
* Vida reposada, muerte lejana.
* Al año de fallecido, más come el muerto que el vivo.
* Al morir, no hay huir.
* Contra la muerte, nadie es fuerte.
* Después de muerto Pascual, le llevan el orinal.
* Engordar para morir, no es gordura de reír.
* La vejez es fría, y la muerte más todavía.
* Muerto está el ausente, y vivo el presente.
* Una vez muerto, ¿para qué quieres huerto?
* Si vives y no te mueres, ¿qué más quieres?
EL IMPRESIONANTE
MUNDO DE LOS MUERTOS
Es conveniente efectuar un breve repaso al capítulo titulado <Legislaciones en torno a la brujería y la muerte>, situado al principio de este volumen, a fin de recordar lo referente a los <conjuradores>, que pretendían determinar los acontecimientos de modo que influyeran en la suerte, y a los practicantes de la evocación de los muertos, los nigrománticos, y otros brujos creadores de maleficios, llamados malefici, también a los llamados venefici. Los brujos o nigromantes, hábiles intermediarios entre los vivos y los muertos, no tenían sin embargo ningún poder sobre los muertos que habían sido incinerados (y esto daba lugar a que muchas personas temerosas de las cuestiones de ultratumba desearan ser incineradas a su muerte, o a que fuesen incinerados los cadáveres de personas cuyos familiares no deseaban posteriores relaciones con ellas, y cosas de este orden) o enterrados según los ritos del derecho pontificio (iura Manium), pero era creencia general que encontraban auxiliares a sus propósitos entre las almas que no habían recibido sepultura o entre las que vagaban por un período indeterminado de tiempo debido a que sus cuerpos habían muerto antes de que les correspondiera.
En especial estas almas errantes, a las que llamaban <larvas>, ejercían siempre influencias maléficas y daban lugar a grandes contratiempos, disgustos y enfermedades, tanto a personas como a animales, en ocasiones a rebaños enteros. Solían aparecer por las noches adoptando formas imprevisibles, desde las de indescriptibles espectros a las de animales.
En cualquier caso, su influencia era siempre nociva, y en ocasiones podían ser evocadas y utilizadas contra personas o propiedades determinadas por medio de ceremonias y sacrificios nocturnos, llamados sacra nocturna, como por ejemplo los que se ofrecían a los citados demonios de
PODERES
DE
Por medio de brujerías, las larvas podían entrar en los cuerpos de los vivos por la boca y por la nariz, e incluso en el estómago, llegando al mismo mezcladas en los alimentos, preferentemente las habas. De aquí podría provenir la aversión de Pitágoras hacia las habas, al relacionarlas con esta superstición sobre las temibles consecuencias de comerlas, entre las cuales hay que contar multitud de epidemias y, en especial, la temida peste.
Para preservarse de estas calamidades, los romanos nombraron un dictador que subía solemnemente al Capitolio con el fin de clavar un clavo de hierro en el templo dedicado a Júpiter, hecho que, claro está, les convencía de que se hallaban a salvo de cualquier perjuicio de esas índoles.
Todas estas supersticiones y temores provenían de la antigua creencia de que la muerte nunca era natural, sino que era causada por enfermedades originadas por maléficos poderes invisibles.
Las supersticiones alcanzaron grados impresionantes. La epilepsia, por ejemplo (morbus sacer), se cuidaba de idéntica forma que la peste, y era considerada una enfermedad sagrada a causa de sus efectos espantosos y fulminantes. En el lugar donde había caído alguna persona víctima de un ataque epiléptico se colocaba un clavo, con el fin de fijar en el suelo la enfermedad y liberar con ella al paciente, acción que se acompañaba con el pronunciamiento de fórmulas mágicas de encantamiento.
También los lugares podían estar malditos por la presencia de larvas insistentes. Según Suetonio, es un hecho cierto (satis constat) que quienes guardaban los jardines de Lamia, donde había sido arrojado el cadáver de Calígula medio incinerado, fueron atosigados por las larvas; además, la casa en la que habían matado a Calígula resonaba cada noche en terribles ruidos inexplicables. Las larvas podían, incluso, entrar en posesión de los vivos y perturbarlos grandemente en su actividad social y familiar, en sus actitudes, en todo cuanto afectaba y definía su propia personalidad, y de aquí provendría el extraño comportamiento que tenían en ocasiones algunos vivos, que daba lugar a que los llamasen larvati, es decir, larvados, en el sentido de que estaban locos debido a esa invasión de una o varias larvas en su cuerpo y mente.
Para curar de la locura a estos desdichados había ceremonias purificadoras diversas, como sacrificios y exorcismos, casi siempre temibles. No menos temible era el sistema de las varas, que consistía en apalear con varias de éstas a los <larvados>, con el convencimiento de que la víctima no experimentaba dolor alguno, y sí en cambio se ahuyentaba al maléfico poder demoníaco del que estaba poseído.
En definitiva, la brujería era considerada en la antigüedad romana como cuestiones relativas a los muertos y sus almas o larvas, y a los daños o maleficios que podían causar; en consecuencia, las leyes se confeccionaron en este sentido, buscando siempre, por otra parte, el destierro de ritos y costumbres paganas, aunque fuesen a nivel casero, y auspiciando y fortaleciendo continuamente la hegemonía de
Al parecer, se concedía más credibilidad y fuerza a los muertos que a los bebedizos para trastornar a los vivos.
Y así debía de ser, realmente, puesto que los bebedizos no podían ocasionar más que, como mucho, alguna diarrea, mientras que las creencias de tipo pagano, religioso, supersticioso, etcétera, restaba adeptos y creyentes a
ESTE ASUNTO DE LOS MUERTOS
Pero en fin, vamos con esto de los muertos, porque a lo mejor sí que los muertos "existen".
He aquí algunas sentencias referidas a la conveniencia de tenerle miedo a los muertos, o sea, a cederles el terreno:
Por no ver visiones
me acuesto a las oraciones.
De las nueve a las diez
deja la noche para quien es.
Andar de día dicen los muertos,
que la noche es sólo mía.
Allá va el diablo presto
después que el sol ya se ha puesto.
Entre las doce y la una
anda la mala fortuna.
Todo esto, claro está, no es prehistórico. Es cosa digamos casi actual. La cuestión llegaba a tal extremo, respecto a la noche, que algunos preferían no nombrarla siquiera, por lo que se referían a ella con eufemismos. Así, la llamaban <la en que no hay nadie>, <la en que no hay ruidos>, <la silenciosa>, <la mala consejera>, <la buena consejera>, <la de las luces frías>…
Cosas de este jaez.
Hoy día, la noche se llena de juerguistas que, además de matarse a porrazos con los coches, o como mínimo hacerse polvo los hígados con los güisquis, se lo pasan fenómeno. Se lo pasan pipa. O guai. Y los muertos, nada, ni aparecer. Quizás es que no les gusta la jarana diver. Quizás es que, realmente, como están muertos, lo que les va es lo tétrico y lo macabro. No sé para qué, pero quizás.
Antiguamente (muy antiguamente) existía la creencia de que los muertos querían tener muertos para "estar acompañados". A causa de la soledad que se padecía en vida debido a la escasa población de
Y es que, admitámoslo, estar muerto debe de ser aburridísimo.
Volvamos a Roma.
Y cuando digo Roma, claro está, me refiero al Imperio Romano, a aquellos tiempos de los Césares y las Cleopatras, cuando los pobres cristianos eran devorados por leones perversos. Volvamos a Roma, digo. Y a sus dioses o divinidades. Digo esto por lo anteriormente escrito de que <<los muertos de aquel tiempo se llamaron después divinidades>>.
Había unas divinidades a las que los romanos llamaban manes. Los manes, o almas de los muertos, se hallaban entre los dioses subterráneos o divinidades subterráneas llamadas dei inferi, y su culto ofrecía un terrible y misterioso carácter (occulta et abdita religio deorum Manium). Estos manes, al parecer, tenían un cierto prestigio de buenos, de benéficos. El diccionario dice de ellos que son <<dioses infernales que purificaban las almas>>.
Pues vaya.
No entiendo eso de que un dios "infernal" pueda "purificar" las almas.
A mí me enseñaron que en el infierno todo era malo, empezando, claro está, por el mismísimo demonio. El infierno era malo y todo cuanto había y sucedía en el infierno era malo. Tanto era así que, claro está, la amenaza de enviarlo a uno al infierno era la más brutal, bestial y terrorífica que se le pudiera hacer a una persona.
(Pese a lo cual, las encantadoras monjitas de mi colegio me amenazaron más de una vez en este sentido, con el añadido de que, una vez allí, en el infierno, y tras meterme en una olla llena de fuego o de agua hirviendo, unos demonios se dedicarían con todo esmero a tirar de mi lengua con unas tenazas, para hacerla salir de la boca a fin de poder atravesármela, repetidamente y con enconada saña, con grandes agujas de hacer media al rojo vivo. Claro, ante aquellas perspectivas yo pasaba sin dormir noches enteras de mi crédula infancia. Por fortuna, ahora sé que nunca iré al infierno, porque soy muy bueno. Vamos, que me he reformado. De niño, o sea, cuando tenía siete u ocho años, debía de ser malísimo, pero me he enmendado. ¡Joder, a ver quién es el guapo que no se enmienda!)
O sea, que los manes (cuando todavía no eran divinidades, cuando eran solamente muertos) estaban en todas partes, apareciéndose por diferentes motivos, pero al parecer haciendo reclamaciones frecuentemente: que no los habían enterrado bien, que exigían promesas que habían quedado incumplidas, que seguían amando a los vivos, que sentían un enorme dolor por estar muertos, que en vida alguien les había robado tierras, que no les gustaba la mortaja con que los habían enterrado, que no querían que la esposa estuviera casada de nuevo, que no les habían hecho funerales a su gusto… La lista sería interminable.
Pero… ¿a quién no engañan o defraudan de un modo u otro en esta vida? ¿Acaso existe la perfección? En cuanto uno se descuida, ¡zas!, ya le han dado el timo de la estampita, o le han robado la billetera, la hacienda, e, incluso, a poco que se descuide, las mismísimas entrañas.
Y estas cosas (todas las cosas) hay que protegerlas y/o reclamarlas en vida, no en muerte. Porque seamos consecuentes: si en vida no nos han hecho caso ni nos han respetado…, ¿nos van a hacer caso y nos van a respetar en muerte?
Yo creo que no.
Pero es muy posible que esté equivocado, y que quienes estén en lo cierto sean los que creen que, en efecto, los muertos (los manes) vuelven para hacer sus peticiones, reclamaciones e incluso exigencias. Una de ellas, según parece de las más primitivas, consiste en que no se les lleva alimentos. Esto se intenta explicar diciendo que los muertos conservan las apetencias de los vivos, quiere decirse de cuando estaban en vida.
En el llamado Imperio de los Muertos (la noche) todo es posible, pueden suceder las cosas más peregrinas. Los muertos (se entiende que sus espíritus o larvas) deambulan libremente a sus anchas, generalmente en busca de vivos a los que incomodar, incordiar y amedrentar. Tal parece que los muertos no tienen nada más que hacer.
Incluso se hacen coplillas en las que se pone de manifiesto esta tendencia peripatética de los muertos.
He aquí una de ellas.
En camino de Santiago
iba un alma peregrina,
una noche tan escura
que ni una estrella lucía;
por donde el alma pasaba
la tierra se estremecía.
Pero a veces, los muertos no van errantes, sino que van a lugares concretos y sabiendo muy bien lo que quieren o necesitan. Como ejemplo, veamos lo que sucedió en San Esteban de Illano, según Cabal, y que reproduzco textualmente porque luego deseo comentarlo:
En San Esteban de Illano, íbase a recoger un individuo a altas horas de la noche, y oyó que le llamaban en la sombra:
¡Pedro…! ¡Pedro…!
Se volvió. En la sombra no halló a nadie.
Si eres cosa del Diablo dijo entonces "arreniego" de ti, déjame en paz… Si eres cosa de Dios, yo te requiero a que digas lo que buscas…
Quien le llamara era un muerto, a quien amortajaran [habían amortajado] con el hábito de San Francisco de Asís, y que no podía entrar en el infierno hasta que se lo quitasen. No quiso hacerlo el vecino [Pedro]; pero el muerto le urgió, le conminó, le anunció inacabables desventuras, y al cabo, [Pedro] prometió así:
—Yo volveré mañana a este lugar y haré lo que me demandas…
Y fuese al otro día a ver al párroco, que le cargó de reliquias y le llenó de consejos. Y fué al lugar por la noche, llevando las reliquias y una hoz. Con la hoz marcó un círculo en tierra, y dentro de él una cruz. Colocóse en el centro de la cruz, y cuando el muerto llegó, éste le suplicó rendidamente:
—¡Corta el hábito así, de arriba abajo…!
Pero él desoyó la súplica: lo cortó sin temor de abajo arriba, y según lo iba rasgando, iba el muerto sumiéndose en la tierra. Al cabo surgió una llama, se hundió el muerto totalmente, y el hábito quedó sobre la tierra, junto a la línea del círculo… El cortar de arriba abajo, hubiera significado para el vecino piadoso el hundirse también en el infierno…
Y esto es lo que quiero comentar.
¿He entendido bien?
¿El muerto quería hundirse en el infierno?
Porque al principio del relato ya explico que el muerto no podía entrar en el infierno porque llevaba el hábito de San Francisco de Asís, y quería que se lo quitaran. ¿Tiene esto sentido? ¿Un muerto que quiere ir al infierno?
¡A ver si yo no entendí bien lo del cielo y el infierno cuando era niño…!
¡A ver si es que donde se está realmente bien es en el infierno…!
¡Mira que si estamos aquí haciendo esfuerzos para merecernos el cielo y luego resulta que es mejor el infierno…!
Porque una cosa que tengo por cierta es que uno nunca acaba de aprender, y quizás a mí, entre muchas otras cosas, me faltaba por aprender ésta del infierno. De modo que sigo con el asunto.
Quizás al mencionar el infierno algunos se refieren a una cueva en la que había gases "malignos" que limpiaban los pecados. Esta cueva se hallaba en el llamado Mons Sacer, que quiere decir Mons mortuorum, o sea, más o menos, el Monte de los Muertos. Si es así, se puede comprender que aquel muerto quisiera ir al "infierno", bien entendido un infierno donde se limpiaban los pecados por medio de gases "malignos". Pero resulta que en la caverna había un dragón <<que si personificaba en varias mitologías las potencias subterráneas, era "tan sólo" como encarnación y representación de los difuntos>>.
El monte en cuestión se halla en Galicia, tierra tradicionalmente ligada a las cosas misteriosas, empezando por las simpáticas meigas. Pero no sólo hay meigas, dragones y muertos, hay una vieja cultura enigmática de la cual habla así el licenciado Molina:
De la laguna de las Lamas de Goa se cuentan dos cosas extrañas, que si no las hubiese oído a personas de crédito y de mucha fe, no me ocuparía mucho en escrevillas [escribirlas, claro]… Una, que sale a veces de las aguas el bramar de un animal, y otra, que cuando este lago, algunos años por gran falta de aguas, se viene a secar parte de él, en aquello que queda como tremedales se hallan cosas de hierro labradas, y piedras cortadas, y ladrillos, y clavos, y ollas, y todas otras cosas de esta calidad, que demuestran claro haber habido allí edificios y población…
Es decir, que no basta la existencia de una ciudad sumergida en un lago, cosa perfectamente posible, sino que hay que añadirle la presencia de un animal que brama (algo así como el monstruo del lago Ness, pero en gallego, que para mí es mucho más emocionante; porque afirmo: entre el monstruo del lago Ness y el galleguiño, prefiero mil veces el galleguiño). Y no sólo esto, sino que a ese tipo de ciudad se la denomina rápidamente <ciudad de los muertos>. Y no menos rápidamente se empiezan a urdir historias en torno a ella, al animal que brama, y a sus muertos, que, ¡por supuesto!, se ocupan en hacer apariciones más o menos impresionantes.
Incluso, en forma de animales.
LA CONVERSIÓN DE LOS MUERTOS
Se cuenta que cuando una persona muere su alma se convierte en animal: gallina, pájaro, mariposa, culebra, lagarto, lagartija… Así, en estas formas, parece que se dirigen hacia el fin del mundo en silenciosa procesión por demás insólita. ¡Y ay de aquel que se atreviera a dañar a una de estas almas!
Lo que no parece saberse a ciencia cierta es adónde van estas almas, porque, claro, el fin del mundo es un nombre que parece explicarlo todo, pero… ¿dónde está?
No hay constancia de que a ese lugar al que con tanta naturalidad se dirigen los muertos haya llegado ningún vivo, ni se sabe de ningún muerto que lo haya revelado a los vivos de modo concreto. Se habla del cabo Finisterre como fin del mundo, como lugar donde termina el mundo, pero eso quizá podía aceptarse hace muchos años, cuando dicho cabo (cuyo nombre significa <fin de la tierra>) parecía el más extremo del continente, y, por tanto, de la tierra conocida. Hoy, más allá del finis terre hay islas y un continente enorme.
De modo que el fin del mundo es ignoto.
Las ánimas ya es otra cosa, pues muchas de ellas se dan a conocer de una forma u otra a los vivos.
Por ejemplo, el caso de aquella jovencita cuya madre se murió, dejando a la hija sola y desesperada; con toda lógica, pues aparte del natural dolor de perder a la madre, ésta era la que resolvía todas las dudas y problemas de la muchacha. Y por cierto que ésta tenía un problema que ella sola no sabía cómo resolver.
Era el caso que un hombre la rondaba con mucha insistencia, y la moza no sabía qué respuesta darle. Por un lado, estando sola, parecía conveniente y hasta necesaria la presencia y la fuerza de un hombre en la casa, pero por otro lado la moza no terminaba de decidirse a aceptar al pretendiente, sin saber bien por qué.
—¿Qué hago, madre? —inquiría la muchacha, atribulada—. ¿Qué hago? ¿Me caso o no me caso?
Pero no recibía respuesta.
El hombre la atosigaba cada vez más apasionadamente, más insistente, más exigente. Cierta tarde, la situación estaba poniéndose insostenible para la moza cuando, de repente, un pájaro entró en la casa.
Rápidamente, el hombre lo agarró y se dispuso a retorcerle el cuello para matarlo.
—¡No! —gritó la moza—. ¡No lo mates!
El hombre dejó suelto al pájaro, y se dispuso a reanudar sus exigencias de macho impaciente, pero la muchacha le señaló la puerta.
—No quiero casarme. ¡Vete!
—¿Qué dices ahora? —se enfadó el hombre—. ¡Claro que vamos a casarnos!
—¡Nunca me casaré con un hombre que quería matar un pájaro!
El hombre tuvo que comprender que la decisión de la muchacha era inamovible, y se fue.
La muchacha cayó de rodillas, dando gracias al cielo que hubiera permitido a su madre presentársele en forma de pájaro para hacerle comprender que aquel hombre tenía malos sentimientos y que, por tanto, no le convenía casarse con él.
Otro tanto le ocurrió a la que llamaban tía Marica de Sulsanto, de la cual se sabía a ciencia cierta que era una buena mujer, cuya única pena en esta vida consistía en que, habiendo fallecido su madre hacía ya años, no había conseguido "volver a verla". Ésta era una honda pena para la tía Marica, que siempre rogaba para que su madre se le apareciera.
Un día, cuando se hallaba en el huerto trabajando, oyó un rumor tras ella. Se volvió, y vio una gallina que la contemplaba con suma atención. La tía Marica sabía que aquella gallina no era suya, así que decidió no hacerle caso, convencida de que finalmente la gallina sabría volver a su propio corral.
Sin embargo, la gallina no se fue, sino que se quedó por allí, siempre mirando a la tía Marica, siguiéndola a todas partes y cantando alegremente…
Hasta que, de pronto, la tía Marica comprendió ¡que aquella gallina era su madre! Comprendido esto, le entró tal miedo que salió disparada hacia el pueblo, donde procedió a esconderse hasta que se le pasó el susto, que no fue poco ni breve.
Si insólita resulta la conversión de un alma en pájaro o en gallina, o en lagartija, más insólita debería parecernos la conversión en una piedra. Sin embargo, parece que así sucede. Cuando menos, lo creen todavía en algunos lugares, donde se recomienda no darles puntapiés a las piedras, ya que ellas suelen ser frecuentemente purgatorios de las almas.
Y no se crea que esto sucede solamente en Galicia, o en toda España, o en Europa, sino también en lugares muy alejados, como China; entre los chinos de Lien Chow Kwang Si existe la firmísima creencia de que cuando alguien golpea una piedra con un pie no va a tardar mucho en ponerse enfermo; y así sucede en muchas ocasiones.
En Finlandia se considera que las enfermedades son seres personales. ¡Y no hablemos de la mala suerte y el terrible peligro que significaba cruzarse con el entierro de un amigo o un simple conocido! ¡La de malos "aires" que eso podía acarrear!
En Borneo existe la enfermedad del dayack, que la produce un espíritu, ya sea introduciéndose en la persona viva o causándole alguna herida.
De modo que, en esos lugares, nadie molesta a los animales ni a las piedras, porque, en fin, son o contienen las almas de los muertos queridos.
Sí, las piedras también.
PIEDRAS CON ALMA
Esto se afirma con gran aplomo y seguridad.
Así, en muchas peregrinaciones, los participantes van recogiendo piedras en el camino y las depositan luego en el santuario; acción que es tenida por altamente misericordiosa, pues todos sabemos que las piedras no se pueden mover, lo que daría lugar a que muchas almas permaneciesen tiradas en un camino polvoriento, lejos de lugares santos y de posible expiación y perdón, si personas de nobles y generosos sentimientos no las transportaran a santuarios y otros lugares donde se alcanzan privilegios y perdones.
Al parecer, las piedras era donde más confortablemente instalados se consideraban los espíritus, o, por lo menos, se hallaban más próximos al Hombre, al mundo que habían abandonado.
Otra cuestión a tener en cuenta es que el primer y único instrumento que utilizó el hombre en sus principios, fue la piedra, con la que podía trabajar y defenderse.
Mas no se crea que era el hombre el que manejaba la piedra.
No.
Era la piedra la que actuaba sabiamente por sí sola, lo cual no podía ser de otra manera considerando que dentro albergaba un espíritu que deseaba colaborar…
Pero no sólo en estas cuestiones mecánicas y rudimentarias, sino nada más y nada menos que en el acto más importante de cualquier especie, o sea, el de procrear.
Al menos, así lo creen algunos indígenas de Australia: para ellos, esas piedras que contienen espíritus están destinadas a la generación. Y ello de un modo que, evidentemente, a los tales aborígenes debe de parecerles normal, natural y, consecuentemente, fácil: las piedras esperan a que pase una mujer, se introducen entonces dentro de su vientre, y, al poco, se desprenden de éste en forma de criatura.
Más cosas de las piedras cargadas de espíritu. Existía en el Finisterre un lugar llamado Virgen da Barca donde había una piedra especial en la que, al parecer, cualquier mujer estéril que en ella se acostara quedaba preñada.
Pero esto ya no tiene tanto mérito, porque la mujer debía acostarse con el marido; era una sesión sin duda incómoda para ambos, pero del todo razonable: hombre + mujer = niño. A lo mejor lo único que requería la supuesta esterilidad de la mujer era un cambio de postura. Ningún misterio. Aconsejo a mis lectores que esto sí se lo crean.
Lo que ya no sé si creerme es que la piedra tuviera algo que ver con el niño, por más que la llamaran la piedra del amor.
Yo creo que eran unos caprichosos. Pero bueno, nada que se relacione con el amor bien entendido tiene por qué molestar a nadie.
Además, las mujeres cantaban bonitas canciones, como aquella que dice:
Venho da Virgen da Barca,
da Virgen da Barca venho;
venho de balar la pedra,
mayor consolo non tenho.
Lo que más o menos quiere decir (con perdón de los gallegos) que la mujer supuestamente estéril venía de hacer uso de la piedra de
Tal vez la piadosa actitud de los transportadores de piedras antes mencionados provenga de la antigua creencia de que la vida dependía de los muertos. Éstos eran quienes "habitaban" las cosas y los seres para animarlos.
Sin embargo, al mismo tiempo eran causantes de muchas muertes misteriosas, pues, cuando lograban introducirse en el cuerpo de una persona viva no paraban hasta que conseguían que el espíritu de esa persona abandonara el cuerpo y se fuera con ellos.
Y no sólo actuaban como espíritus, sino también como bestias nocturnas.
Las aves y las fieras de la noche eran los muertos, que deambulaban queriendo morder, picar, hacer el mal de alguna manera. También las enfermedades que de pronto padecían algunas personas eran muertos que se habían introducido en sus cuerpos para poder así luchar directamente contra su espíritu y obligarle a abandonar el cuerpo, con lo que, claro está, éste fallecía, pues es bien sabido que sin espíritu o alma que nos anime no es posible vivir…
Pero más espeluznante que esto, más espeluznante que todo lo hasta aquí relatado, es lo que hace referencia a los muertos que se quedan con los ojos abiertos.