ANIVERSARIO CELESTIAL

 

EL CUMPLEAÑOS DE DIOS

por

 ANTONIO VERA

 

Aquella tarde, cuando vieron al tonto sentado al pie de una higuera, los dos viejos y sabios filósofos tuvieron la misma idea: reírse un poco ya que filosofar se les estaba poniendo más difícil cada día debido a que habían agotado todos los temas.

Pero reírse sin mala intención, en absoluto; no pensaron ni por un instante en burlarse del tonto, ni nada remotamente parecido, actitud que no habría correspondido a su gran categoría intelectual y humana; sólo se trataba de distraerse, porque como bien se sabe, no sólo de pan, ciencia y filosofía vive el Hombre. Aunque tal vez pudieran filosofar sobre la tontería que suponía esperar en pleno mes de julio que cayeran ya maduros los higos que sólo estarían maduros en septiembre. Sería curioso, y hasta quizá pudiera tener un punto de interesante, tratar de penetrar en los oscuros recovecos de la mente de aquel pobre hombre que confortaba su espera dormitando a la sombra de la higuera.

 

Hacía ya muchísimo tiempo que los dos viejos y sabios filósofos salían casi todas las tardes a dar un paseo por el campo. Muchos años atrás, cuando eran jóvenes, aprovechaban aquellos paseos para sostener una vibrante, apasionada e interminable conversación en la que desarrollaban y solucionaban muchos abstrusos temas de toda clase, pero actualmente la conversación era más pausada, más sosegada y, ciertamente, menos vibrante.

No sólo la edad los había apaciguado; también la sabiduría.

Sabían muchísimo más que sesenta años atrás, sabían tantas cosas y habían resuelto tantos enigmas éticos y filosóficos de la humanidad que habían llegado al punto en que apenas hablaban, salvo observaciones casuales o, muy de tarde en tarde, un comentario sobre vivencias y conversaciones anteriores. Aunque sabían que los temas de la existencia y de la ciencia —¡y no digamos la filosofía!— son inagotables, lo cierto era que se hallaban en un momento crucial: cada día tenían más dificultad para encontrar un tema digno del interés y atención de su ciencia, sapiencia y experiencia.

Se puede decir que los dos sabios filósofos solamente tenían pendiente un problema a cuya solución, habían tenido que admitirlo, ni siquiera se habían aproximado pese a haberle dado vueltas y vueltas y haber alambicado cientos de teorías filosóficas, matemáticas, cósmicas e incluso teológicas. Dicho problema consistía en determinar cuándo era el cumpleaños de Dios. Es claro, ellos no creían en la existencia de Dios, y ni siquiera en lo que la gente vulgar suele ampararse para disfrazar su ignorancia por un lado y su cautela por otro, es decir, esa frase absurda que debió de ocurrírsele al primer tonto del mundo: «Hombre, yo no creo en Dios, o sea, en ese sujeto con barbas de las estampitas y grabados religiosos, pero Algo hay, ¡Algo tiene que haber!».

¿Tal vez el tonto estaba esperando un milagro divino que acelerase la maduración de los higos un par de meses? Naturalmente, esto era imposible, pero… ¿lo creía posible el pobre tonto y simplón? Es más: ¿creía el tonto en Dios? Porque si creía en Dios quizá se le hubiera ocurrido algo respecto a su cumpleaños. Es más, en general… ¿cómo verían este asunto los tontos que creían en la existencia de Dios? ¿Qué gigantescas tonterías se les podía ocurrir a los mortales corrientes y dolientes sobre el cumpleaños de Dios? Porque a ellos, eminentes filósofos, simplemente no se les ocurría nada por una no menos simple razón: nada se les podía ocurrir sobre algo que no existía.

Los dos sabios se detuvieron en el camino y se miraron, desalentados. Hacía tanto tiempo que intercambiaban ideas, conocimientos y filosofías que en muchas ocasiones ni siquiera necesitaban hablar para entenderse, para saber el uno lo que pensaba el otro. De modo que la idea pasó también en esta ocasión de una a otra mente, con una lucidez fantástica, como el pequeño relámpago que va de uno a otro aparato de física: si ellos, que llevaban años y años estudiando, elucubrando y filosofando sabiamente no habían encontrado respuesta a su pregunta…, ¿cómo habrían de encontrarla los humanos vulgares, cómo podría encontrarla un desdichado ignorante?

Ignorante, bien se entiende, en el más puro y exacto significado de la palabra según la habían remodelado los dos sabios, o sea, <no quien nada sabe sino quien ni siquiera sabe que no sabe pero que podría llegar a saber>. Ése es el verdadero y gran ignorante. Porque se podía suponer que si al tonto de la higuera se le informaba de algunas cosas podría llegar a aprenderlas, pero seguiría siendo un ignorante pues continuaría ignorando que podía saber más cosas.

Ellos sí sabían que podían llegar a saber.

Sabían que podían llegar a saber infinidad de cosas, a decir verdad cada día más cosas, porque el ser humano, aunque bastante tonto, se las estaba arreglando no sólo para llegar a saber lo que ya existía sino para crear cosas nuevas que luego lo obligaban a saber más. Por ejemplo, todo aquello de Internet, donde se hacían descripciones y se ofrecían unas entelequias de lo más jocoso, cuando lo más sencillo y discreto a la par que digno es no hablar de lo que no se sabe… En fin, esto de Internet más valía dejarlo. Valía más seguir en la ciencia y en la filosofía. Y en un conocimiento amplio y general de la vida y la existencia, claro. Que por cierto, ellos sabían que no es lo mismo la vida que la existencia por más que la masa humana crea que es la misma cosa; más aún, no es que la masa humana “crea” que la vida y la existencia son la misma cosa. No creen nada, porque creer es conocer y asumir, y la masa humana no cree nada porque no conoce realmente ni sabe asumir nada: se limita a obedecer  aceptando lo que le dicen sobre la vida y la muerte quienes los han amaestrado… Ni se les ocurre que la vida es sólo la que vive un cuerpo y que la existencia consiste en las vidas encadenadas de infinitos cuerpos por los que va pasando un espíritu conscientemente, es decir, recordando todos los cuerpos, todas las vidas con sus respectivas vivencias y experiencias carnales.

Los dos viejos y sabios filósofos estaban al corriente y en el conocimiento incluso de lo improbable, de lo abstruso, de lo oculto. Habían logrado solucionar, por ejemplo, no sólo la cuadratura del círculo sino también su triangulación. También habían elucidado la verdad sobre la auténtica utilidad y sentido de las pirámides, pero esta verdad era tan sorprendente e impresionante que no se atrevían a hacerlo público, pues consideraban que la humanidad actual no estaba preparada para tamaño sobresalto. Sabían que el átomo tenía un elemento intruso que, hasta el momento, nadie salvo ellos habían localizado y clasificado. Sabían con absoluta certeza cuál era el origen verdadero del ser humano, que por cierto no desciende del mono sino que es el revés: el mono desciende del hombre…, de ciertas actividades del hombre que aquí no vienen al caso.

Y así, miles de cosas.

Entonces… ¿cómo podían ellos descender a preguntarle al tonto si sabía cuándo era el cumpleaños de Dios? ¿Cómo unos sabios que habían dedicado su vida entera a las más altas sapiencias, presunciones, teorías, elucubraciones y disquisiciones podían tan siquiera entrar en conversación con una persona cuya ignorancia era espantosamente deplorable?

Por fin, se impuso su generoso y buen talante y decidieron que, a fin de cuentas, todos los seres humanos —bueno, casi todos— merecen un trato de mínima consideración y el beneficio que pueda derivarse del contacto con sus semejantes más preparados para comprender el mundo y entender la vida. De modo que se acercaron al tonto. Éste se hallaba sentado en el suelo, con las piernas estiradas, las manos sobre el vientre y la espalda apoyada en el tronco de la higuera. Estaba tan plácida y profundamente dormido que no se enteró de que los dos sabios filósofos se habían detenido ante él y le estaban contemplando.

Los sabios no tenían prisa.

El sol era hermoso.

Cantaban las cigarras.

El tiempo pareció tornarse de cristal dorado y quedar inmóvil.

De pronto, seis o siete minutos más tarde, el tonto despertó.

Primero vio sus propios pies, y luego los de los dos filósofos, un poco más allá. Alzó rápidamente la mirada, los vio contemplándole y enseguida sonrió espontánea y sinceramente.

—¿Tú crees en Dios? —le preguntó uno de los filósofos.

El tonto pareció recibir un ramalazo de vitalidad. Se sentó más erguido, mirando rápidamente de uno a otro sabio, parpadeando mucho, como súbitamente deslumbrado. Era de temer que ni siquiera hubiera entendido la pregunta, de modo que el otro sabio inquirió:

—¿Tú sabes quién es Dios?

El tonto asintió con la cabeza.

—¿Y cómo lo sabes? —indagó el sabio.

—El padre Orencio me lo ha dicho —terminó por sonreír de nuevo el tonto.

—Ya. ¿Y sabes cómo es Dios?

—Sí.

—¿Cómo es?

El tonto comenzó a parpadear de nuevo. Los dos sabios se miraron y por supuesto se entendieron a la perfección. Estaban tan compenetrados que incluso se turnaban sin fallo en tomar la palabra.

—¿Es alto, hermoso, de mirada bondadosa y con largas barbas? —propuso el primer sabio.

El tonto asintió con entusiasmo.

—¿Lo has visto alguna vez? Quiero decir, tal como nos estás viendo ahora a nosotros.

El tonto negó. Su mirada iba velozmente de uno a otro filósofo.

—¿Y si yo te dijera que Dios no existe?

Los ojos del tonto se abrieron de par en par. Se había asustado. No dijo nada. Iba mirando de uno a otro, eso era todo. Por fin, dijo:

—Sí que existe.

—¿Sí? ¿Cómo lo sabes?

—Hablo con él.

—Vamos, que sois amigos.

El tonto recuperó la sonrisa.

—Sí, somos amigos… Dios y yo somos amigos…

—Entonces seguramente sabes cuándo es su cumpleaños.

Hubo un brevísimo instante de desconcierto en la expresión del tonto; pero enseguida volvió a sonreír y dijo:

—Sí, sí lo sé.

Los dos sabios se quedaron mirándolo, sonrientes a su vez. Habían llegado al punto culminante. La conversación con el tonto había valido la pena. ¿Qué se le había podido ocurrir a aquel simple ser humano? Podía decir un millón de tonterías, empezando por asignarle a Dios el día de Navidad como fecha de su cumpleaños. Fuese cual fuese su respuesta (que sin duda y en definitiva sería representativa de la tonta generalidad humana), la diversión estaba garantizada.

—Bueno, dinos, ¿cuándo es el cumpleaños de Dios?

El tonto no titubeó ni un instante para decir:

—Siempre.

Los dos viejos y sabios filósofos se quedaron petrificados. Sus cerebros hicieron un alto en el camino de la sabiduría e incluso en el de la filosofía. Sus mentes estaban sumidas en la densa e impenetrable oscuridad de la perplejidad. La luz se había apagado de repente en sus luminosas mentes.

El tonto se puso en pie y comenzó a alejarse, bostezando, y esto hizo reaccionar a los dos viejos sabios. En algún rincón de aquellas mentes recientemente maltratadas por la oscuridad y el pasmo, brotó un punto de maldad que generó el deseo de venganza.

—¿Ya te vas?

—Sí. Voy a merendar.

—Precisamente. Si esperas un poco más caerán higos maduros y podrás merendar.

El tonto los miró atónito. Su gesto se tornó amable y condescendiente.

—Los higos no madurarán hasta septiembre —dijo.

—Entonces… ¿por qué estabas aquí esperando que cayeran?

—No estaba esperando que cayeran los higos.

—¿Pues qué esperabas?

—Nada. Sólo me puse a la fresca de la sombra para echar una siesta.

Y se fue a merendar.

3 comentarios »

  1. Antonio, que fábula fantástica e encantadora ! O “tonto” não é nada idiota, e sabe que o aniversário de Deus é sempre, todos os dias.
    Figos maduros em setembro ?
    Hummm, adoro !

    Abraços e parabéns por mais esse texto de grande sensibilidade !

    A gata Cindy está muitíssimo interessada em conhecer o sedutor gato espanhol Trueno.

    Beijos na minha querida espiã, a eterna Baby Montfort.
    Seu amigo de Copacabana
    Jôka P.

    Comentario por Jôka P.-Av.Copacabana — Abril 10, 2007 @ 10:45 pm

  2. Jôka, una vez más gracias por tus elogios, eres un grande y querido amigo.
    Tu gatita Cindy es tan linda que Trueno está ya muy enamorado y me dice que cuando vaya a Brasil lo lleve conmigo. Ya ves de qué modo tan sencillo y simpático ha surgido una historia de amor…, aunque sea de gatitos enamorados. Por correo aparte te envío una fotografía de Trueno.
    Como siempre, Brigitte te envía besos.
    Y yo te envío un fuerte abrazo.
    LOU

    Comentario por Lou Carrigan — Abril 11, 2007 @ 9:46 am

  3. Cuento resultón y gratamente reflexivo, que te induce a pensar sin duda que, por mucho que creas que sepas gracias a unos conocimientos adquiridos a través de los años y la experiencia, siempre habrá alguien a quien consideras inferior que tendrá la respuesta que a ti se te pasa por alto… Respeto y tolerancia para todos, para los que creemos que sabemos y para los que creemos que no, que a buen seguro tendrán siempre algo que enseñarnos a los demás.

    Manuel C.

    Comentario por Manuel C. — Abril 18, 2007 @ 5:17 pm

Suscripción RSS a los comentarios de la entrada. URI para TrackBack.

Disculpe, los comentarios están cerrados.