ASESINANDO…

EL FACTOR PSICOLÓGICO

Por

LOU CARRIGAN

 

En alguna de mis novelas policiales el protagonista investigador del crimen decía algo así como:

-Habría que conocer el factor psicológico que ha intervenido en el asesinato.

Incluso, una de esas novelas mías tiene precisamente ese título, Factor Psicológico. Y ello porque, en verdad, al principio por pura intuición, siempre he estado convencido de que dicho factor es básico en cualquier delito, y sobre todo en el de más entidad, en el que determina la muerte de una o varias personas. Porque robar o estafar, y hasta el chispeante acto de timar, está al alcance de cualquiera, prácticamente. Pequeños hurtos, engaños, mentirijillas de conveniencia… puede llevarlos a cabo una persona nor­mal y corriente en un momento dado.

Pero matar es otra cosa, y bien distinta.

Y aquí, en el acto de privar de la vida a otro ser humano, es donde interviene el factor psicológico. Podríamos hacer una división muy simplista pero muy aclaratoria de la idea que estoy tratando de desarrollar, siempre, bien entendido, refiriéndome a las muertes que suceden en las nove­las policíacas: el asesinato y el homicidio.

En mi diccionario he comprobado que se establece una diferencia no demasiado sutil entre un acto y otro. Para definir el homicidio dice así: muerte causada a una persona por otra. Y el ase­sinato lo define de este modo: acto de matar alevosamente, o por pre­cio, o con premeditación.

La cosa está bien clara. Si A y B discuten, se encoleri­zan, y B agarra el primer objeto contundente que tiene a mano y le parte la cabeza a A en un arrebato de furia, es un homicidio. Se ha producido la muerte de una persona por otra, pero no ha habido ale­vosía, ni premeditación, ni el homicida ha percibido precio o premio alguno por esa muerte. El hecho de que, en el momento de asestar el golpe mortal, B se halle poseído de tal cólera que en ese momento desee o crea desear matar a A, no es suficiente para que el acto pase de homicidio. Se trata de una muerte ya no diré accidental, pero sí circunstancial.

En estos casos, por lo general, la policía no tiene grandes dificultades en encontrar al culpable, y ello por dos motivos básicos:

a) cometido el acto, el propio autor queda tan horrori­zado que en la mayoría de los casos decide entregarse.

b) en el supuesto de que decida huir si se hallaba a solas con la víctima, es decir, que nadie ha presenciado el acto, deja tras de sí tal cantidad de evidencias acusatorias, empezando por sus relaciones con la víctima, sean éstas cuales sean, que la policía lo hallará sin mayores problemas.

El asesinato ya es bombón de otra caja.

Generalmente, la idea de asesinar se va gestando a un ritmo lento, alimentada por mo­tivos muy concretos. Tan concretos, que cuando la gestación termina y la idea está ya lista para ser puesta en práctica el asesino en ciernes es el primero en darse cuenta de que si mata a tal persona van a sospechar de él, porque tiene motivos, sean cuales sean éstos, para desear la desaparición de la víctima.

Y de aquí arranca la trama base de cualquier novela policíaca: matar a la víctima de tal modo que nunca la investigación policial pueda enfocar al asesino. De modo que hay que preparar el asesinato, y aquí es donde se justifican las palabras alevosía y premeditación. El asesino en potencia hace planes, inventos y toda una serie de preparativos más o menos fantásticos o sofisticados hasta que llega el momento en que, convencido de que todo está a su gusto y provecho, mata a la persona elegida. Luego, lógicamente, se va, dispues­to a agazaparse en su coartada, a la quimérica espera de que el in­vestigador de turno no le descubra.

Yo no sé qué pasará en la realidad, pero todos sabemos que en nuestras novelas el culpable siempre paga, porque si él es listo, el protagonista investigador le da ciento y raya, así que acaba por capturarlo.

Muy bien, esto es moralmente aleccionador, y no hay nada que oponer. Sin embargo, para mí, lo más chocante del asunto es cuando se le pregunta al autor del crimen que por qué lo cometió, y el asesino expone sus “razones”; porque  siempre hay unas razones para el asesinato, claro está. Y una vez expuestas estas razones, to­dos dicen: ah, así se comprende…

Pues no.

No señor.

Yo, al menos, no lo comprendo. Bien sé que se cometen asesinatos en la vida real, por supuesto, y que al­gunos son incluso más fantásticos que los de nuestras novelas. Lo sé, pero… ¿comprenderlo? Puedo comprender el homicidio, pues la ira puede cegar a cualquiera. Pero no el asesinato, ese crimen pre­meditado y alevoso. Y aquí es donde interviene lo del factor psico­lógico: yo suelo construir mis novelas partiendo del asesinato, y luego coloco a su alrededor el resto de la trama. Y siempre, cuando tras colocarme en lugar del asesino me dispongo a causar la muerte a una persona, pienso <¿sería capaz de hacerlo en la realidad?>.Tengo la certeza de que no, porque una cosa es matar sobre el papel y otra cosa degollar a una persona, o meterle dos balas en el corazón a que­marropa.

No es tan sencillo matar, ni mucho menos.

Imaginémoslo…

Estamos ante una persona que, ciertamente, no nos cae nada bien, y que nos gustaría que desapareciera, eso sí. Para siempre. Pero cla­varle un cuchillo, y oír sus gritos, y ver cómo brota la sangre, y sentir su desorbitada mirada sobre nosotros, oír sus estertores, contemplar su agonía, sus sacudidas, escuchar su último aliento…, eso no es tan fácil de soportar.

Y es por eso que siempre me ha interesado, intrigado y estremecido la cuestión del factor psicológico. Porque… ¿qué hay dentro de la cabeza de un asesino? ¿Lo mismo que dentro de la mía? Fisiológicamente hablando se diría que sí, pero me niego a admitir eso. Debe de haber algo diferente, no es posible que su cerebro sea igual que el mío en todos los detalles y circunvoluciones…

Es por eso que me gustaría ser capaz de asesinar a un asesino, arrancarle el cerebro, e ir desmenuzándolo lenta y primoro­samente hasta encontrar, en cualquier húmedo y pringoso rincón, ese factor psicológico que, al parecer, le da fuerzas y agallas para arrebatar la vida a otro ser humano.

 

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