HADAS Y SIRENAS, TODAS BUENAS

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      y 9

 

        Libro III

 

DISCRETAS Y MÁGICAS ORIENTACIONES

para conseguir la fortuna a manos llenas

gracias a las Hadas y las Sirenas

 

 

HADA. (Del latín fata.) f.

 

1. Ser fantástico que se representaba bajo la forma de mujer y al cual se atribuía poder mágico y el don de adivinar lo futuro.

 

2. Mitología. Las hadas ocupan un lugar preferente en las tradiciones y en la literatura de muchos pueblos y constituyen una de las supervivencias más arraigadas del animismo. Por regla general se las considera seres benéficos, favorables a los inocentes o perseguidos, y se les hace presidir en los actos solemnes de la existencia, como el matrimonio, el nacimiento, etcétera. La fantasía poética les señaló tres reinos: una isla legendaria llamada Avalón, una morada en el interior de la Tierra y otra en la espesura de los bosques. Allí tienen sus ocupaciones especiales, y, como dotadas de naturaleza intermedia entre la de los espíritus y la del hombre, gozan de poder superior al de éste, pues son magas, hechiceras, pitonisas…

 

 

LAS MARAVILLOSAS HADAS 

Uno vive mucho tiempo pensando que las hadas son sencillamente maravillosas y que se pasan la vida haciendo prodigios con su varita mágica, como por ejemplo aquello de La Cenicienta, cuando el hada madrina de la pobre fregona convierte unos ratones en hermosos corceles y una calabaza en la más lujosa carroza imaginable, para llevarla al baile donde perderá el lindo zapatito que pondrá al príncipe tras su pista.

 

 

 

¿No es una historia maravillosa?

Claro, son cosas de hadas.

Pero luego viene alguien y te dice que las hadas no son tan simpáticas como parece, ni tan prodigiosas, pues también ellas pueden hacer encantamientos y diversas jugarretas. Y que, además, a veces incluso tienen mala uva.

Mentiras miserables.

Ganas de fastidiar.

¿Cómo podría uno tan siquiera sospechar que las hadas no son de verdad, de verdad lo que siempre han sido para nuestra imaginación?

Claro que no.

¿O sí?

¿O quizás hay que ser realistas e incluso desconfiados y vivir prevenidos contra ellas?

También son ganas de fastidiar, pero, francamente, tal como está hoy el mundo yo diría que nunca estará de más hacer un estudio al respecto.

Naturalmente, un estudio serio.

 

 
ESTO NO ES UN CUENTO DE HADAS

 

Y como no es un cuento de hadas, sino un intento de clarificar las cosas sobre las hadas, voy a intentar exponer algunos puntos de vista, si es que logro aclararme con esto de las hadas. Que no es tan fácil como parece.

Es lógico que nadie se aclare con respecto a las hadas, porque para aclararse habría que conocer a algún hada y preguntarle:

Oye, ¿qué y cómo sois las hadas?

Entonces y suponiendo que nos diese respuesta sí cabe tener la esperanza de que dispondríamos de una información digna de crédito.

Mientras tanto, quien quiera hablar o escribir sobre las hadas tiene que contentarse con la documentación que pueda hallar en libros considerados dignos de crédito, o bien inventarse lo que mejor se le ocurra.

A fin de cuentas, lo que yo me inventase sobre las hadas no sería más fantástico que lo que se han inventado otros. Ni menos cierto.

A lo que yo no me atrevería (pues nada sé de estas cosas) es a escribir sobre matemáticas, o sobre la teoría de la relatividad, o sobre la materia quántica, o sobre la moda femenina en los años cincuenta, y, en fin, sobre cualquier materia realmente existente y que pudiera ser probada.

Pero… ¿sobre hadas?

Sobre éstas sí me atrevo a escribir, porque… ¿quién podría refutar mis escritos? ¿Quién sabe más que yo de hadas? La respuesta es: nadie. Por una razón muy sencilla: nadie sabe DE VERDAD nada sobre las hadas.

Otra cosa es saber <sobre las LEYENDAS de las hadas>, que en esto, en leyendas, sí hay quien está bien introducido. Por ejemplo, Constantino Cabal, que en su Mitología Ibérica escribe así sobre el tema:

 Y he aquí cómo nace la leyenda completa de las hadas: sus cabellos son de oro, como los de la Diana fabulosa; y suena su voz a música, como la de las Musas cantarinas; e hilan a la manera de las Parcas, y danzan como las ninfas, y se sirven como ellas de dragones; roban jóvenes, como ellas; tienen ganado, como ellas. Y roban niños…

 Francamente, yo no acabo de aclararme.

Una parte de la descripción nos sugiere que las hadas pueden ser criaturas encantadoras cuya voz suena a música, como las de las Musas cantarinas, y que danzan como las ninfas, o sea, según yo entiendo, de un modo digamos sugestivamente cachondo y por demás simpático, porque las ninfas, nadie va a discutirme esto, son unas cachondas de primera, y está demostrado que una mujer cachonda es simpática, cariñosa, inteligente, amable, y, en fin, una mujer ideal para pasárselo en plan paraíso…

Pero luego resulta que las hadas en cuestión también hilan a la manera de las Parcas, lo cual ya no me hace ninguna gracia, porque las Parcas, dicho sea entre nosotros, eran una malas pécoras de cuidado, y si no, sólo hay que leer cómo las describe el diccionario, descripción que, como sin duda recuerdan, se halla en el Libro II, dedicado a los muertos.

¿Son o no son unas malas pécoras las tales parcas? Sobre todo, la tercera, claro está. Sea como sea, yo opino que una cosa son las parcas, cuyas actividades están relacionadas única y estrictamente con la Muerte y por tanto son del todo previsibles, y otra cosa bien diferente son las hadas, que tienen mucha más imaginación y que resultan imprevisibles las más de las veces.

En fin, ocupémonos de las hadas, las cuales, además de todo lo dicho de ellas hasta ahora, se dedican a robar niños y jóvenes, lo cual, ciertamente, es censurable.

Así que… ¿en qué quedamos, señoras hadas?

¿Son ustedes buenas y unas encantadoras cachondas o, por el contrario, son unas malas pécoras perversas y pervertidas que cortan el hilo de la vida del hombre y roban niños?

¿O lo hacen todo, es decir, ser buenas y ser malas, según les convenga? Porque si se trata de esto no le veo el mérito, eso sabemos hacerlo todos.

Y eso no puede hacerlo una personalidad con tanta fama como ustedes.

Cuando se alcanza un nombre y un renombre, hay que ser consciente y constante, y, sobre todo, consecuente. Por ejemplo, el demonio es malo, y punto. Cualquiera que trate con el demonio ya sabe a qué atenerse. Que se deje engañar o no, es cuenta suya, depende de lo crédulo o tonto que sea cada cual. Pero nadie ignora que el demonio es malísimo.

¿Y las hadas?

¿Son buenas o malas?

Sigamos hablando de ellas conforme al contenido de Mitología Ibérica.

 

Y las hadas son los muertos…

Pero los muertos que hacían que aparecieran los frutos y que se abrieran las flores, y que brotaran las fuentes…

Y acaso fueron las fuentes las que pusieron más en la labor de personalización de este género de manes (manes, recordemos, son muertos)…

Las fuentes, que se cubren de vapores en el nacer del crepúsculo y a veces semejan nubes que quieren escaparse de la tierra. Los manes de las fuentes son el agua, y el hada que los encarna es por eso tan hermosa…

Y la aurora de aurum, oro pone reflejos de oro sobre el agua, y el hada, quizá por eso, tiene los cabellos de oro…

Y la voz del hada es música, porque el amanecer lo era asimismo para el hombre primitivo, que en el riscar de la luz, tornaba a escuchar las fuentes y a gozarse con las aves.

Además, el hada lava, porque las aguas despiertan coronadas de vapores, que semejan lienzos blancos, temblorosos y sutiles. E hilan, porque los rayos de la luna se reflejan en la fuente, y parecen llenarla de cadejos. Y danzan, porque el agua hierve y brinca, y porque las nubes danzan presididas por la luna. Y se enamoran y arrebatan jóvenes, porque así se explicaban las desgracias en los venajes profundos…

Además, tienen ganado, porque las corrientes de agua se las representaban los antiguos con la figura de toro y porque las hadas fueron manes en su origen, y el mercado primitivo se celebraba al lado de los túmulos, y era moneda el ganado; por esta misma razón ponen tienda las hadas todavía; y por esta misma razón se dice que las hadas roban niños, ya que a los manes, primitivamente, les sacrificaban niños.

Y las hadas tienen pollos, porque pollos y gallinas comienzan a moverse y a cantar con las primeras nubes del crepúsculo…

El hada, fuente y nube al mismo tiempo, manes que se hacen nube y se hacen fuente… Por eso eran creación, generación y potencia; y por ser generación, iban hadas y ninfas a las bodas, ayudaban en los partos, eran cantadas en la primavera, y les prestaban su nombre a las mujeres casadas.

La tradición aún recuerda que las hadas nacieron de los manes. Aun hoy es señal de muerte el que aparezca en el agua la imagen de un individuo;

y las hadas y los muertos siempre llaman por su nombre a las personas que necesitan;

y las hadas y los muertos siempre ofrecen manjares peligrosos;

y las hadas y los muertos en muchas ocasiones hilan juntos.

En la leyenda irlandesa, los que vienen del mundo de las hadas le dicen a un guerrero de este modo:

 Nosotros, aunque vivos, somos muertos…

 

Y las analogías continúan.

En Irlanda la beansidhe, extraña anunciadora de la muerte, unas veces es un hada y otras veces un fantasma.

Y las hadas y los muertos recorren con frecuencia los caminos. El hierro que protege contra aquéllas, vale contra los muertos a la vez, y los días consagrados a las unas son los mismos consagrados a los otros. La noche de Samhain [Todos los Santos] los muertos beben vino con las hadas, participan de sus goces, danzan a los fulgores de la luna…

En Irlanda es creencia general el que las personas jóvenes en realidad no mueren, sino que son robadas por las hadas. Y así, la leyenda céltica confunde todos los rasgos de las hadas y los muertos, lo mismo que la latina unificó las fatas [hadas] con las parcas en una sola personalidad.

Y aun el hada lavandera es un muerto en gran número de sitios. Cuando una lavandera, por codicia, lava con piedras la ropa perteneciente a los pobres por no gastar el jabón, cuando muere torna al mundo, y torna a lavar ropa sin cesar afirman en la Bretaña.

La lavandera —se contaba en Francia cuando aún se conservaban plenamente las tradiciones más remotas— lava como un vapor de color lívido, de transparencia de nube, que es el alma de un niño o de un adulto.

Y hay sitios, como en este de Dinan, donde se ven lavanderas que turban el silencio de la noche con el ruido de sus palas. Y cuando el caminante se aproxima, extienden el brazo rígido para que no avance más, y mueven la cabeza, ¡que es de muerto…!

¡La leyenda de plata de las hadas arranca de los tiempos primitivos y se hunde en las primeras sepulturas!

 

Seguiré comentando estos párrafos, pero antes veamos unos cuantos refranes referentes a las hadas:

 

* Poco queda de hadas malas, once meses y tres semanas.

* De alhajas y hadas malas presto se llenan las casas.

* Da Dios habas a quien no tiene hadas.

* A malas hadas, malas bragas.

* Acá y allá, malas hadas ha.

* Hadas malas, corazón ancho.

 

En fin, que, como se ve, las pobres hadas salen muy malparadas se mire por donde se mire y se mire como se mire.

Volvamos a la frase que dice <<Y las hadas son los muertos…>>.

¿Realmente?

¿En esto queda toda la romántica fama de las hadas?

No puede ser. ¡Me niego a admitirlo!

Lo que sí puedo admitir es que las hadas sean personajes encantados. Esto sí. Por tanto, estoy dispuesto a admitir que pudo ser realidad esto que aparece como leyenda portuguesa y que podríamos titular

 

 

El cuento de los tres bollos

 

Érase una vez un hombre que siempre andaba de un lado a otro, le gustaba mucho viajar. En cierta ocasión, hablando con un sujeto al que había conocido casualmente en un pueblo, se tocó el tema de la inquietud viajera del personaje que nos ocupa, y su interlocutor le preguntó:

—Entonces…, ¿de dónde es usted?

—De Santa Catherina.

—¡Hombre…! ¿Y piensa volver por allá?

—¡Ya lo creo que sí!

—En ese caso, quizás usted querría hacerme este favor: yo    le entregaré tres bollos, para que los lleve usted al <Cabeço do Castel> y para que los ponga en el Cabeço sobre el <Penedo amarello>. Alrededor del penedo dará tres vueltas, después, y así librará un hada de su encanto.

—Y los tres bollos…, ¿para qué los quiere?

—Para que se conviertan en caballos que transporten el hada, su tesoro, y la persona que los desencante.

El entusiasmo del viajero fue considerable.

Tanto, que decidió regresar inmediatamente a Santa Catherina, sin más entretenerse en otros lugares que previamente se había propuesto visitar. De modo que emprendió el camino, tristras, tristras, tristras, camina que te andarás… Iba el hombre cargado con sus alforjas, dentro de las cuales llevaba los tres bollos.

Finalmente, llegó a su casa, y, como era de noche, decidió aplazar para el día siguiente el asunto de los bollos. Dejó pues las alforjas preparadas y se dispuso a descansar.

Mientras tanto, su esposa, que era persona muy curiosa, quiso saber qué traía esta vez su marido en las alforjas, de modo que las abrió, las registró concienzudamente, y, entre otras cosas, encontró los tres bollos.

Le parecieron muy apetitosos, y con la idea de que su marido los había traído para ella pensó en comerse uno. Pero temiendo el mal genio del hombre, que a lo mejor quería darle una sorpresa con tan ricos bollos, no se atrevió. Era mejor esperar al día siguiente. Un poco de paciencia y todo iría bien.

Pero los bollos tenían tan apetitoso aspecto que no pudo resistir la atentación de darle un pellizco a uno de ellos y comérselo.

Al día siguiente, el hombre se despertó muy temprano, y, sin hacer ruido para no despertar a su mujer, decidió ir a cumplir el fabuloso encargo de los bollos. Se fue al penedo, puso los bollos encima, efectuó las maniobras que se le habían indicado, y, acto seguido, se le apareció el hada, pero en forma de bruja tal que le dio un susto al hombre.

—¡Vaete —le gritó ella, angustiada—, que me dobraste o meu encanto!

El hombre salió disparado de allí, sin saber la gran suerte que había tenido de no encontrar un hada verdaderamente mala.

 Porque en un caso así, lo que un hada mala habría hecho, enfurecida por recibir uno de los bollos pellizcado, y por tanto doblársele el tiempo de su encantamiento, habría sido disimular y darle al hombre un obsequio consistente en un cordón de oro para adornar la cintura de su mujer.

Y en cuanto el hombre hubiera colocado el cordón de oro en torno a la cintura de su mujer, ésta habría ardido como una tea… A menos que el hombre hubiera sabido algo de encantamientos, y, por si acaso, antes de ceñir con el cordón el talle de su mujer hubiera probado con un árbol, en cuyo caso habría sido el árbol el que se habría incendiado inmediatamente.

Esta leyenda de los bollos no es privativa de Portugal, pues se cuenta también situada en muchos pueblos de España. Tanto da, porque en esto de las supersticiones y miedos poca diferencia hay entre portugueses y españoles.

Hay más leyendas, o más cuentos.

Por ejemplo, ¿recuerdan el caso de Lope, El Desventurado? Pues bien, en algunos sitios se cuenta una versión diferente del mismo en cuanto a su desenlace. Hagamos memoria. Situémonos otra vez en el cuento mencionado y en el momento en que la bruja le dice a Lope:

 

—Juraste que harías lo que yo quisiera —recordó la bruja—. Pero si no tienes valor ni entereza para hacer el amor conmigo puedes decirlo y me iré sin exigirte nada.

Lope se quedó mirando los legañosos ojos de la asquerosa vieja, sintiendo aquellos estremecimientos de asco incontenible. Pero muy bien: ¿él era un hombre o un burro? Era un hombre, ¿no? Y los hombres cabales cumplen sus promesas, ¿no es cierto? Porque ser hombre es algo más que beber vino y hacer el amor con una mocita, ¿verdad? Ser hombre requiere valor, fuerza y honor.

Y si él no cumplía su palabra demostraría que no tenía ni fuerza, ni valor ni honor.

De modo que sonrió a la feísima bruja y le dijo:

—Tú me has complacido a mí, y yo voy a complacerte a ti proporcionándote ese amor que necesitas.

La abrazó, la besó en la boca, y acto seguido la hizo suya…

 

(Ahora viene lo bueno, ahora se verá la diferencia grandiosa que hay entre vérselas con una bruja o vérselas con una hada. Atentos.)

 

Entonces, sucedió algo increíble, algo fantástico y maravilloso, y que convenció a Lope de que, realmente, existían las brujas buenas, es decir, las hadas, y que él había tenido la inmensa fortuna de encontrar a una de ellas en la Fuente del Grillo.

Sucedió que, sin la menor duda, tenía entre sus brazos a un hada: la vieja horrenda se transformó en la más bella, tierna, delicada, encantadora, fascinante y fragante joven de resplandecientes y largos cabellos que parecían de fuego; y tenía los ojos color verdemar, que eran los ojos de mujer que Lope había estado soñando toda su vida desde que una vez, de jovencito, vio el mar.

Ella, la bellísima muchacha de los ojos color verdemar, besó a Lope tiernamente en los labios, y susurró:

—A partir de ahora, serás Lope el Bienaventurado y Afortunado…

 

Por cuentos de hadas que no quede. Se podría llenar un enorme volumen con sólo una pequeña parte de ellos. Aquí sólo podemos explicar unos cuantos, por razón de espacio. Veamos uno especialmente seleccionado cuyo título es

 

 

 La moza y la serpiente

 

Iba la moza tan ufana por el campo cando se le apareció una hada, joven y hermosa, efectivamente con sus cabellos que parecían hebras de oro.

—¡Oh! —exclamó la mozuela, sobresaltada.

—No te asustes —le dijo cariñosamente la bella aparecida—… Soy una hada, y deseo pedirte un gran favor.

—¿Qué favor?

—Este que ves es mi aspecto habitual, pero actualmente estoy bajo un encantamiento que sólo me permite aparecer así una vez al año, y sólo el tiempo necesario para rogarle a alguien que me desencante.

—¿Y si te desencanto ya serás siempre así, como te veo ahora?

—En efecto.

—Y si no te desencanto…, ¿qué pasará?

—Que seguiré teniendo mi aspecto encantado durante otro año.

—¿Y qué aspecto es ese?

—El de una serpiente.

—¡Jesús me valga! —se santiguó la moza.

—¿No quieres ayudarme?

—No sé… ¿Qué tengo que hacer?

—Yo voy a aparecer ante ti con el aspecto de serpiente de mi encantamiento. Entonces, tú tienes que tomarme por la cabeza y darme un beso. Inmediatamente que hayas hecho eso, yo volveré a tener el aspecto que estás viendo ahora, y ya para siempre, pues habrás roto el encantamiento. ¿Vas a hacerlo? ¡Por favor!

—Bueno… Está bien.

—Cierra un instante los ojos.

La moza cerró los ojos. Había un gran silencio.

De pronto, oyó un agudo silbido que la estremeció fuertemente. Abrió los ojos, y vio ante ella, erguida, una imponente serpiente de pérfidos ojos verdosos y cuya lengua bífida aparecía y desaparecía con veloces movimientos entre sus mandíbulas provistas de agudos colmillos…

Al ver aquello, la moza dio un fuerte suspiro, y se desmayó de puro y simple miedo.

—¡Ay de mí! —gimió entonces la serpiente—. ¡Has doblado el tiempo de mi encantamiento!

Y desapareció arrastrándose rápidamente por entre unas matas llenas de pinchos. 

También he dicho que las hadas roban jóvenes y niños.

En cierta ocasión, en un pueblo de Asturias, una mujer se fue a trabajar la tierra, y se llevó con ella una niña de pecho que había parido hacía poco. Cuando llegó al campo, dejó a la niña, bien envuelta, en el suelo, y cogió el azadón y se puso a trabajar. Al poco rato, miró hacia donde había dejado a su hijita, y… ¡ésta ya no estaba donde la había dejado!

¡Un hada se la había robado!

Pero no se había de salir con la suya. La mujer corrió hacia el camino, llevando en la mano el azadón. Todavía acertó a ver a la hada, corriendo con su hijita en brazos, alejándose…

—¡Hada malvada! —le gritó la mujer—. ¡Deja a mi hija o te parto la cabeza con mi azada!

El hada dejó a la niña, y continuó corriendo, pues sabía que, ciertamente, la mujer no vacilaría ni un instante en partirle la cabeza si se ponía a su alcance.

Así que la campesina recuperó a su hijita.

Pero hay hadas que son más astutas, y en el lugar de la niña o el niño robado dejan a su propio bebé, de modo que cuando la campesina mira hacia donde dejó a su criatura, y ve allá un envoltorio con un bebé que lloriquea, da por cierto que es el suyo, y sólo se da cuenta del cambiazo cuando termina de trabajar o cuando en un descanso, se dispone a dar de mamar a la criatura.

¡Cómo no se ha de dar cuenta del cambiazo, si los hijos de las hadas son menudos, resecos y feísimos! Claro, por eso los cambian por los hijos de las aldeanas sanas y de buenas ubres que crían hijos hermosos. Las hadas que tienen tales hijos esmirriados y feos se pasan el tiempo espiando a las lozanas campesinas, para darles el cambiazo a la menor oportunidad. Pero si la aldeana sabe lo que ha de hacer, es casi seguro que recuperará a su propio bebé.

Y esto es lo que ha de hacer:

Ante todo, para asegurarse de que aquella criatura no es la suya sometida quién sabe a qué extraño proceso de fealdad o quizás a un encantamiento fabuloso, tiene que poner a prueba al bebé hallado.

Esta prueba consiste en poner al bebé ante una hilera de grandes pucheros. Si el bebé es el de la aldeana, metamorfoseado cualquiera sabe por qué, no pasa nada. Pero si el bebé colocado ante tantos y tan grandes pucheros exclama:

 

¡Cien años ha que nací

y nunca tantos pucheros vi!,

 

no cabe la menor duda de que se trata del engurruñido y enrevejido hijo de un hada envidiosa. Una vez sabido esto con toda certeza, la lozana aldeana tiene que ponerse a gritar:

 

¡Inxana, dame mió neña rebolluda,

y toma la tuya revelluda!

 

Claro está, esto lo dirá si se halla en Asturias, pero si se halla en tierras castellanas, por ejemplo, lo dirá de otro modo:

 

¡Hada, dame mi niña regordeta

y llévate la tuya ruin y seca!

 

En el extranjero lo hacen de otra manera.

Una vez se han percatado del supuesto cambiazo, para comprobarlo colocan ante el fuego del hogar las cáscaras de varios huevos, y dentro de estas cáscaras colocan unas astillas. Al poco, las cáscaras de huevo comienzan a hervir, y las astillas a dar saltitos, lo cual provoca inevitablemente el pasmo del hijo del hada, que, sin poderse contener, exclamará:

 

Voilá que j’ai bientôt cent ans,

mais jamais de ma vie durant

je n’ai vu de tant petits pots buillantes…!

 

¡Es decir que el diminuto personaje se ha delatado!

Por tanto, la aldeana debe entonces gritar furiosamente:

 

Vilan petit sorcier,

je vas te tuer…!

 

 Al oír esto, el hada madre se apresura a reaccionar, respondiendo así a la moza aldeana y sanota:

 

N’tue pas l’mien,

j’te renrai l’tien;

n’tue pas l’mien,

j’te renrai l’tien…!

 

Y efectivamente, le devuelve su bebé a la aldeana hermosota. Porque, como ya habrá comprendido el lector, el intercambio verbal entre el hijo del hada, la aldeana y el hada, es el siguiente:

 

¡Hete aquí que ya tengo cien años

y nunca durante mi vida

había visto tantos potecitos hirviendo!

 

¡Pequeño villano hechicero,

voy a matarte!

 

¡No mates al mío,

te devolveré el tuyo;

no mates al mío,

te devolveré el tuyo…!

 

Como ya he dicho, en efecto, se devuelven los niños una a otra. Y aquí no ha pasado nada.

Las hadas extranjeras tienen vacas, aunque muy frecuentemente son vacas invisibles, que sólo pueden ver las hadas encargadas de cuidarlas.

También tienen caballos, corderos y pollitos.

Las hadas extranjeras ponen tenderetes en las ferias, en los que ofrecen baratijas mil, todas muy atractivas, pero engañosas, siempre a la espera de algún incauto que crea que todo cuanto ve es auténtico: sedas, perlas finas, joyas de toda clase, oro, brillantes, sortijas, diademas…

Y no sólo esto, sino que las hadas extranjeras son todas pequeñitas y graciosas, hilan…, ¡y danzan bajo los rayos de la luna! Eso sí, estas pequeñas hadas graciosas que danzan bajo los rayos de la luna son todas vírgenes.

Las hadas españolas, no. Como ya se ha visto, tienen hijos, pero además las solteras atraen a los jóvenes para enamorarlos, y se los llevan a sus grutas, donde, según parece, los hacen desaparecer, eso sí, después de haberlos convertido en su amante.

Esto sucedía por ejemplo en Granada, donde, a la entrada de una cueva que llamaban <La Encantada> y de cuyo interior llegaba un bello resplandor, aparecía <<una hermosa doncella toda vestida de blanco y peinando con dulces gestos su cabellera hecha con hilos de oro>>…

Ante aquella visión, los jovenzuelos no podían resistirse por mucho que se esforzaran.

Se acercaban a la hermosa muchacha, que les sonreía encantadoramente y les ofrecía peinar sus cabellos tan hermosos, a lo que el jovenzuelo accedía contentísimo… Luego, la hermosa joven se llevaba al jovenzuelo hacia el interior de la iluminada cueva, y… ¡jamás se volvía a saber de él!

En Asturias también había otra cueva así, y sobre ella se canta un romance que explica la historia de la bella joven que atrae a bellas niñas.

Porque las hadas también roban niñas…

 

¡Ay, niñas, las tres garridas,

ay, salen de madrugada,

ay, niñas las de la Torre,

ay, salen a coger flores…!

 

¡Ay, que una xana hechicera

vestida de mil primores,

lavando cadejos de oro,

lavando está en la Fuente Noble!

 

¡Ay, que dentro suenan llantos,

ay, que la fuente no corre,

ay, que la culebra canta,

ay, niñas, las de la Torre…!

 

Bueno, ya se entiende que esta hada, en lugar de estar peinándose delante de su cueva se está lavando la melena en un lugar llamado <Fuente Noble>…, aunque al fin se lleve a la niña al interior de una cueva a la cual se refiere el romance cuando dice: <<¡Ay, que dentro suenan llantos…!>> Y es que ya se sabe, la cabra tira al monte y la hada a la cueva…, lo cual no le impide salir a lavarse la melena en una fuente, y más si ésta tiene un nombre tan bonito.

¿Entendido?

Precisamente leyendo este nombre, Fuente Noble, me pregunto por qué a algunas personas les gustan tanto los nombres extranjeros, como por ejemplo Wasgau, Alsacia y Nothweiler, que al pronunciarlos se le hacen a uno nudos en la lengua. Compárense estos nombres con Fuente Noble, y enseguida se echará de ver lo feos que resultan los extranjeros.

No obstante, me veo obligado a mencionarlos, aunque sólo sea para contar una historia de hadas que sucedió en el Wasgau, de la Alsacia, en el famoso castillo de Nothweiler (incluso al escribirlos se me retuercen los dedos en las teclas).

En dicho famoso castillo residía un hada que era duquesa (claro, cómo no, si era extranjera, ¡qué menos que duquesa!), y que había sido encantada como castigo a su desmedido orgullo (¡ajajá!). Esta hada duquesa se aparecía los viernes cuando iba a bañarse, unas veces transformada en serpiente, otras en sapo y otras, en cambio, en su auténtica y verdadera figura gentilísima  y bellísima de hada de primera categoría, no sólo duquesa, sino con prendas físicas muy atractivas y, claro está, con su hermosa cabellera que parecía hecha con hilos de oro.

Pues bien, quien quisiera desencantarla debía ir a coger un marisco que al parecer había en la cima de una montaña (¡¿?!) y que en su interior contenía un rizo de cabello, un trozo de piel de serpiente y un trozo de piel de sapo. Una vez tenga esto en su poder, debe apostarse cerca del lugar donde el hada encantada suele ir a bañarse en sus tres formas dichas de serpiente, sapo y hermosa doncella.

Cuando el viernes aparezca la serpiente a bañarse, el desencantador debe darle un beso en la boca. Al viernes siguiente, cuando aparezca el sapo, debe besar a éste en la boca. Al viernes siguiente, cuando aparezca la hermosa hada, debe besar a ésta en la boca.

Y ya está.

El hada queda desencantada, y ya nunca volverá a tener la apariencia de sapo ni de serpiente, siempre aparecerá ya en toda su espléndida, juvenil, e incluso virginal belleza rubia y acogedora. Tan acogedora que pagará los buenos servicios del desencantador llevándoselo a su famoso castillo de Nothweiler, en el Wasgau de la Alsacia, donde, después de darle y tomarle amores hasta quedar satisfecha, lo enviará a los infiernos como tributo al Diablo para que la deje en paz (esto es verídico).

En fin, que las hadas roban de todo y engañan todo cuanto pueden a quien se les ponga a tiro. Esto, además de ser manifiestamente desagradecidas, como acabamos de comprobar.

En cambio, sorpresivamente, en otras ocasiones favorecen a las personas, sin que se sepa bien por qué. Como le ocurrió a aquel labrador que vivía en los cortijos de Jesús del Valle (otro nombre: Jesús del Valle; compárenlo con Massachusetts o con Nothingam Hill, pongo por caso).

 

En los cortijos de Jesús del Valle, de la tierra granadina, hubo un labrador famoso que se hizo millonario en una noche. Descubrió una gallina junto al Dauro, vio que cuidaba polluelos, advirtió que los polluelos eran todos de color de oro, y notó que picaban en la arena y sacaban granos de oro…

El labrador era listo: se acercó, cogió los granos, y los cogió en abundancia. Los polluelos y la madre desaparecieron instantáneamente. Pero él no se asustó, vendió su presa y fue rico desde entonces.

 

La historia no se para en detalles, mas debiera añadir que la gallina era cosa de las hadas. Hay constancia de otro gran número de historias, en las que la gallina es de oro, y son de oro asimismo los polluelos… Etcétera.

O sea, que ya sabemos de dónde ha salido la leyenda de la gallina de los huevos de oro: ¡de las hadas!

Las cuales, como se sabe, suelen residir en cuevas, ya sean éstas tenebrosas o bellamente iluminadas, y en las fuentes.

En estas fuentes, con frecuencia, aparecen hilos de oro. Y se cuenta de una mujer de Barroso, en Portugal, que un domingo, cuando se dirigía hacia la iglesia, pasó cerca de la fuente y acertó a distinguir en ésta un hilo de oro. Naturalmente, se acercó y comenzó a tirar del hilo. Tira que tirarás, fue haciendo un ovillo, hasta que, falta de codicia, se dijo que ya tenía bastante oro, que ya podía considerarse suficientemente rica. Entonces, cortó el hilo de oro…

¡Tal no hiciera jamás!

El hilo de oro se convirtió inmediatamente en un hilo de sangre, al tiempo que del agua de la fuente brotaban horrendas maldiciones dirigidas contra la mujer. Quien así demostraba su ira era el hada de la fuente, pues lo que la mujer tenía que haber hecho era seguir tirando del hilo de oro hasta que hubiera terminado la misa, y entonces el hada habría quedado libre de su encantamiento.

Es que esto de los encantamientos se da mucho entre las hadas.

Pero…, ¿cómo podía saber aquella mujer que tenía que estar tirando del hilo de oro hasta que terminase la misa? Las hadas son muy exigentes, a veces.

En cambio, con el hereu Rovira, en Cataluña, fueron ni más generosas…, aunque mejor estaría decir que no fueron rencorosas. (El hereu es el heredero de las posesiones de la familia, que van pasando de generación en generación, en cada una de las cuales hay el correspondiente y único hereu; y si no hay hijos varones en la familia la herencia pasa a la hija mayor, que es la pubilla; y si no hay hijos ni hijas pues no sé qué pasa, supongo que la herencia se la quedan las hadas… ¡o las brujas!)

El caso es que el hereu Rovira iba caminando y pasó cerca de donde las hadas tenían tendida su ropa, y, simplemente, le dio por robarles una toalla. Echó a correr, pero las hadas ya le habían visto, y salieron en su persecución, gritándole:

—Lladre, lladre…! [Ladrón]

Pero Rovira corría que se las pelaba, y, en cuanto hubo cruzado un arroyuelo, las hadas comprendieron que de ninguna manera iban a poder alcanzarlo, así que decidieron tomárselo con filosofía y, a lo mejor, incluso ganarse la amistad del hereu.

—Rovira —le gritaron—, guàrdala bé, que mai més seras pobre…!

[¡Rovira, guárdala bien, que nunca más serás pobre!]

Y en efecto, desde que se hiciera con la toalla de las hadas, al hereu Rovira comenzaron a irle las cosas de maravilla, y no tardó en ser riquísimo sin necesidad de tener el mal gusto y el duro corazón de esperar con impaciencia que se muriesen sus mayores para así hacerse él cargo de la herencia.

¡Estas hadas…!

No sé a quién se le ha podido ocurrir que son malas. Yo creo que se trata de que algunas personas confunden las hadas con las brujas, que éstas ya son harina de otro costal…, aunque sin pasarse, que las brujas también tienen su encanto, ¡si lo sabré yo!

Quizá las hadas hagan alguna que otra diablura, pero… ¿quién no las hace alguna vez? De lo que se trata es de que sean buenas en el fondo y en líneas generales, y eso nadie me lo va a discutir, ni siquiera esos que tienen tan mala lengua para las pobres hadas, que se pasan la mitad de la vida encantadas convertidas en serpientes, ranas, sapos y cosas así.

Además, yo estoy plenamente convencido y seguro de que las hadas son buenas, pero hay que saber tratarlas. Cuando se las sabe tratar, puedes obtener de ellas lo que quieras, te pueden hacer rico, te pueden mimar, convertirte en su favorito. Todos esos cuentos de hadas que circulan por ahí son pura filfa comparados con la realidad.

Ahora lo sé, porque si bien cuando empecé a escribir esto sobre las hadas no tenía ni idea de ellas, ahora sé mucho. Tanto, que quería retocar lo escrito hasta aquí, pero ella, la morenita, no me lo permite. Dice que deje las cosas como están, y que allá cada cual si no sabe cómo tratar a las hadas y comprender que son buenas y encantadoras…

En fin, que no puedo negarme a nada que me pida la morenita. Tiene unos ojazos negros que cuando me miran me provoca temblor en las piernas y taquicardias enloquecidas. Y unos labios…    Y unos… Y unas…

Pero empecemos por el principio, porque quiero que esto de mi morenita quede bien claro.

Iba yo por el campo, muy sediento, cuando de pronto oí el inconfundible rumor de agua. Me acerqué, y, en efecto, vi una hermosísima fuente de aguas cristalinas. Bebí, y eran puras y frescas como nunca había probado otras aguas. De repente apareció ante mí, sobre una piedra de la fuente, una rana absolutamente repugnante: era jorobada, tuerta, le faltaba una pata, tenía verrugas, su cuerpo estaba recubierto por una especie de baba absolutamente asquerosa, y, además, estaba aquejada de hipo perpetuo.

—¡Ho… hip… hola! —me saludó.

—Hola —dije yo—. ¡Coño, qué fea y repelente eres!

—Sí, pero es porque… ¡hip!… porque estoy encantada. Si tú quisieras… ¡hip!… darme un beso en la boca, yo… ¡hip!… me convertiría en… ¡hip!… en… ¡hip!…. en… ¡hip!… en lo que realmente soy.

—Soy… ¡hip!… soy la más… ¡hip!… la más bella hada del mundo… ¡Hip!

—¡Anda ya!

—¡Que sí! ¡Te lo… ¡hip!… juro!

—Pues vamos a ver si es cierto. Pero te lo advierto —la amenacé—: si me estás tomando el pelo te despachurraré bestialmente con uno de mis pies que, como ves, van calzados con gruesas botas claveteadas de alpinista.

—No te… ¡hip!… te estoy tomando el… ¡hip!… pelo.

—Vale, rana.

Así que cogí a la rana y le di un beso en la boca.

Milagro.

En un instante, aquel asqueroso producto de la enigmática y maravillosa Naturaleza se convirtió en la más bella joven que jamás vieran mi pecadores ojos. Alta y espléndida, rubia, de ojos azules y boca sonrosada que parecía enviar besos eternos.

Casi me desmayé de la emoción.

Ella, sonriendo deliciosamente, me dijo:

—Pídeme lo que quieras y te lo concederé.

—¿Cualquier cosa?

—Sea lo que sea lo que me pidas, lo tendrás —aseguró ella.

—Pues bien. Quiero que te conviertas en una morenita bajita y delgadita pero con buenos bustos, que me ames locamente y de modo maravilloso toda la vida, y que me conviertas en un hombre rico, guapo, inteligente, y que siempre sea joven.

Y no hay más que verme a mí, y a mi cariñosa novia morenita, para darse cuenta de que el hada me complació en todo lo que le pedí… y en más.

 

 

 SIRENA. (Del latín tardío, sirena, por siren, sirenis, y éste del griego seirén). F.

 

1. Cualquiera de los seres fabulosos marinos con busto de mujer y cuerpo de ave, que extraviaron a los navegantes atrayéndoles con la dulzura de su canto.

2. Mitología. Las SIRENAS son figuras mitológicas caracterizadas por su voz melodiosa. Generalmente se cuentan tres, llamadas Parténope, Leucosia y Ligea. Algunos autores griegos les dieron los nombres de Aglaophono, Thelxiepia y Pisionoe. Las SIRENAS aparecen ya en Homero (Odisea, XII), donde Circe las describe a Ulises como musas del mar, que seducen con su canto a los navegantes, cuya muerte procuran. Las SIRENAS tenían la cabeza y el cuerpo de mujer hasta la cintura, y figura de ave de la cintura abajo; o bien tenían todo el cuerpo de ave, y sólo la cabeza de mujer, pues de ambas maneras se hallan representadas en los monumentos antiguos y en la mitología. Algunos autores modernos, apartándose de una y otra opiniones, han supuesto que las SIRENAS tenían la forma de pez desde la cintura abajo, y que Horacio quiso aludirlas en su Arte poética, al describir una mujer muy hermosa, cuyo cuerpo termina en forma de cola de pez.

3. Figurado: Mujer muy seductora.

 

 

¡… Y QUÉ DECIR DE LAS SIRENAS!

 

La fantasía es uno de los mayores bienes de la Humanidad.

Esto es absolutamente indiscutible, porque a poco que nos pongamos a pensar nos daremos cuenta de que sin fantasía el mundo no sería como es hoy día.

Tal vez sería mejor, tampoco se trata de discutir esto, pero sería muy diferente.

Por ejemplo, no existirían los paraguas, ni los zapatos, ni se habría inventado la rueda, o los rayos X, o la tan masculina prenda llamada calzoncillos, o la tan femenina prenda llamada sujetador, y, quizá, ¡qué horror, qué tragedia!, tampoco existirían los automóviles.

En fin, que muchas cosas que ahora forman parte corriente de nuestra vida no existirían, y tendríamos que arreglárnoslas sin ellas. La verdad es que, si lo pensamos detenidamente, podemos dudar que un mundo sin fantasía, sin imaginación, fuese mejor que éste.

Yo creo firmemente que no.

La fantasía es fundamental. La imaginación es imprescindible. Como suele decirse: la imaginación al poder. Y yo añado: y la fantasía a la gloria.

Así que, ya sin más dudas ni vacilaciones, sí, la fantasía es conveniente, beneficiosa e incluso primordial en nuestra vida. La necesitamos. Todo debe tener su dosis de fantasía.

Pero… ¿tanto?

Me refiero a las sirenas.

Las sirenas, todo el mundo lo sabe, son ese ser insólito mitad pez y mitad persona. Qué digo, insólito: ¡es absurdo! Es fascinante, atractivo, simpático, estimulante, imaginativo…, pero totalmente absurdo, como lo sería cualquier otro ser cuya reproducción no fuese posible.

Y éste es el caso de las sirenas. Porque si su cuerpo estuviese compuesto al revés, o sea, si la mitad superior fuese de pez y la mitad inferior de mujer, la cosa sería muy diferente.

Sería otra cosa. Porque, pongo por caso, algún marino perdido que hubiera naufragado y se hallara en una isla a la espera de ser rescatado más pronto o más tarde por algún barco, podría encontrarse con una sirena, y, en su soledad, decir como decía aquel sujeto cuya mujer era feísima.

Le preguntaron:

—¿Cómo es tu mujer?

Y replicó:

—Mejor que nada.

Cabe suponer que lo mismo opinaría el marino respecto a la sirena. El marino o cualquiera que hubiera naufragado, se entiende.

Imaginémonos el asunto: un náufrago solitario y muerto de aburrimiento ve emerger de las aguas una gran cabeza de pez y a continuación el cuerpo…, cuya parte inferior la constituye una encantadora barriguita con su ombliguito encantador, unas soberbias caderas de mujer, unos muslos espléndidos, y, entre ellos, lógicamente, el sexo femenino adecuado a las caderas y las piernas de mujer.

Ciertamente, en primera instancia el náufrago sería presa del pasmo, de la incredulidad, y hasta, inicialmente, del rechazo ante la visión de aquel monstruo marino.

Pero…

Pero, como mirar es gratis y no consume energía, él seguiría mirando aquella barriguita, aquellas caderas, aquellos muslos espléndidos, y, entre ellos, el velludo sexo femenino. La imaginación comenzaría a torturarlo. O quizá, simplemente, los recuerdos. ¡Lo bien que se lo había pasado él cuando estaba en tierra firme y se citaba con Mariloli…!

Y allá, sentado en una roca, estaba aquel ser, cruzadas las piernas, o quizá tentadoramente separadas, mientras desde más arriba, la cabezota de pez albergaba aquellos ojos saltones, acuosos, inexpresivos, fijos en él.

El náufrago volvería a mirar los muslos, las caderas, el… En fin, todo.

Y finalmente, de modo incontenible, exclamaría:

—¡Mariloli, vida mía!

Echaría a correr hacia el ser surgido de las marinas profundidades y, con un descontrolado y frenético aunque gustosísimo polvo lo pondría en vías de reproducción. Esto, en cambio, no podría hacerlo nunca con una sirena tal como son ahora.

Por tanto, las sirenas son absurdas (deliciosamente absurdas), no pueden existir. Y sin embargo, existen.

Claro que se me puede argüir que igual podrían existir siendo la mitad superior de mujer y la mitad inferior de pez, habida cuenta de que en el mar hay muchos peces machos que podrían preñar a la sirena. Del mismo modo que el náufrago había podido hacerlo con la mitad inferior de un cuerpo de mujer, los peces podrían hacerlo con la mitad inferior del cuerpo de pez de la sirena.

Pero eso ya no es tan fácil, y yo diría que ni siquiera posible.

En primer lugar, la sirena se apresuraría a esconderse en cuanto apareciese, por ejemplo, un tiburón dispuesto a preñarla. ¡Cielos, qué espanto, un tiburón…! ¿Y si en lugar de buscar jarana sexual lo que quería aquel demonio de los mares siempre hambriento era devorarla…?

Por tanto, la sirenita se escondería.

Y lo mismo ocurriría cuando viese aparecer peces de otras especies lo suficientemente grandes para poder relacionarse con ella en esos menesteres. Todos los peces grandes, ya se sabe, se comen al pequeño. Así que siempre estaría corriendo el riesgo de ser devorada. Y no se trata, claro está, de que se dejase preñar por una sardina macho.

En segundo lugar, la sirena tal como la conocemos tiene glándulas mamarias de mujer, de modo que… ¿cómo habría de dar de mamar a un pez, que ya de chiquitines tienen unos dientes que más bien son sierras o puñales? En dos mamadas la dejarían sin pechos, cosa nada simpática, además de posiblemente mortal.

En tercer lugar, si la sirena actual tiene glándulas mamarias de mujer significa que su aparato sexual interior es también de mujer, o sea, que tiene ovarios que producen óvulos… ¿Y cómo podría un perverso tiburón o cualquier pez de gran tamaño fecundar unos óvulos humanos? Pues, de ninguna manera. La lástima es que, al no tener la sirena vagina ni útero, tampoco el hombre puede preñarla, y así, la pobre, se pasa los siglos buceando por esos mares sin conseguir reproducirse.

A menos que sea hermafrodita, o sea, uno de esos seres que dispone de los dos sexos y puede reproducirse por sí mismo, sin ayuda de ningún otro sexo, claro está. Caramba, esto sí que sería práctico…, pero bastante aburrido. ¡Qué tontería, pasarse la vida preñándose uno mismo, vamos, qué majadería…! Aunque es posible, claro…

Total, que se mire como se mire, las sirenas son seres absurdos.

¿O no?

Para encarrilar el tema con un mínimo de rigor, no está de más releer con todo detenimiento la descripción de las sirenas que encabeza este capítulo. Veamos… Sí, aquí está.

Un momento que lo leo……………………………………………………………….. ……………………………………………………………………………………………………….

……………………………………………………………………………………………………….

………………………………….. Vale. Leído. Explica cosas diversas, pero yo voy a ceñirme a los conceptos relativos a las sirenas.

 

Para empezar, me guardaré muy bien de discutirle nada a una enciclopedia, pero… ¿no parece una tontería decir que las sirenas podían ser aves con cabeza de mujer?

Que me lo expliquen: ¿qué diferencia hay entre una cabeza de hombre y una de mujer? Quiero decir, sexualmente, claro, es decir, una diferencia evidente y representativa de uno u otro sexo. Por tanto, lo que se podría decir, en este caso, es que era un ave de sexo femenino con cabeza de persona. Y no es que tenga ganas de discutir, es que las cosas son como son. ¿O no?

Lo de medio cuerpo de mujer y medio de ave, ya es otra cosa, pero, simplemente, no me gusta.

Además, a ver: ¿hasta dónde era mujer y desde dónde comenzaba a ser ave? ¿Dónde estaban las alas, en la parte del cuerpo de mujer, o en la parte del cuerpo de ave? Porque si estaban en la parte del cuerpo de ave, las alas deberían estar más abajo de la cintura, lo que ni fisiológicamente ni aerodinámicamente sucede con las aves, que en general siempre (hasta donde yo sé, que admito que es poco) tienen las alas más bien hacia la cabeza que hacia la cola, es decir, más adelantadas que atrasadas.

Y si estaban en la parte del cuerpo de mujer, resulta difícil   de admitir pues aquel torso humano habría tenido que dispo    ner de una musculatura colosal para mover las alas hasta conseguir el vuelo.

Así que, ya sin más disquisiciones, yo me sumo a los autores modernos, y, por tanto, quedamos en que las sirenas tienen la mitad superior del cuerpo como una mujer y la mitad inferior como un pez. O sea, criaturas absurdas.

Pero encantadoras. Y comprensibles en cuanto a su mezcla, que es más posible que el asunto de las aves. Criaturas bellísimas y encantadoras. En cuanto a eso de que eran malas, pues… pueden ser puntos de vista.

Por ejemplo, se dice que cantaban con el fin de atraer a los navegantes para que se estrellaran contra las rocas y naufragaran. 

Vamos a darlo por cierto.

Pero… ¿realmente lo hacían por maldad? Podía ser por precaución, ¿no? Quiero decir que a lo mejor las sirenas estaban ya hartas de que llegaran a sus aguas aquellos horrendos seres con piernas, para arponearlas desde su barco, subirlas a cubierta, y allá hacer cochinadas con ellas utilizando la parte superior de su cuerpo para luego terminar matándolas para comerse la parte inferior y arrojar la parte superior al mar para que se la comieran los otros peces.

Para librarse de esto…, ¿no cabe admitir como razonablemente legítimo que las sirenas decidieran eliminar antes que ser arponeadas, humilladas, ultrajadas y finalmente eliminadas? Seamos justos; o imparciales, al menos.

O quizá lo hacían por tristeza de soledad.

Quizás ellas, al principio, llamaban a los navegantes con su melodiosa voz rogándoles que se acercaran para hacerles compañía y darles unos cuantos besitos, pero los navegantes, rudos y soeces, se burlaban de ellas, les hacían cortes de mangas y hasta, quizá, les escupían…, para acabar arponeándolas por simple diversión. Y todo esto terminó por hacer enfadar a las sirenas, que entonces sí, claro, ya fueron con mala uva.

Pero no al principio.

Al principio eran dulces y cariñosas, y simpáticas, y muy estimadas y admiradas. Pese a lo cual, no faltó quien les compusiera canciones como éstas:

 

La sirena de la mar

es una moza gallarda,

que por una maldición

la tiene Dios en el agua.

 

Yendo por la mar abajo,

oí cantar la Sirena,

¡válgame Dios, qué bien canta,

una cosa tan pequeña!

 

O sea, calumnias, porque no es cierto que Dios le echara maldición alguna a la sirena.

El origen de la sirena es otro, pero los hombres siempre buscan el lado perverso y morboso de las cosas.

Vamos a ver: ¿de dónde se puede deducir que ser sirena sea una maldición… y no una bendición? ¿Por qué ha de ser una maldición vivir en el agua? ¿Quiere decir eso que los seres que viven en el mar están malditos y los que viven fuera de él no lo están? ¿De qué regia, docta y ágil mollera ha surgido esta teoría? Y otra cosa: ¿desde cuándo las sirenas son "pequeñas"? Son "normales", o sea, que tienen las medidas de una mujer normal, sólo que repartida en dos secciones bien diferenciadas.

Menos mal que los gallegos, mis amigos galleguiños, de las cosas de la mar entienden más que la mayoría, y así, lo que cantan ellos respecto a las sirenas es lo siguiente:

 

Si ti quixieras oir

os meus melhores cantares,

non sabrias si era eu,

ou á serena d’os mares…

 

Lo que quieren decir en Galicia con esta copla es que las sirenas cantan tan bien y tan dulcemente, que

 

Si tú quisieras oír

mis mejores cantares

no sabrías si era yo

o la sirena de los mares…

 

¡Ésta sí que es una copla bonita y que hace justicia a las sirenas!

Y llegados a este punto, es hora ya de que diga cuál es el origen de las sirenas. Nada tenebroso, nada peligroso, nada malvado, nada inquietante. Nada de nada…, salvo el gran amor que hacia el mar sentía una bella jovencita a la que vamos a llamar Rosiña (gallega, claro).

Rosiña se pasaba el tiempo en la orilla del mar, paseando entre las rocas, o bien, siempre que podía, metiéndose entre las olas. Era una ansiedad increíble la suya. Nada le interesaba salvo el mar. Su madre, que estaba disgustada y muy preocupada por ella, siempre la reprendía, siempre la estaba llamando para apartarla del mar y hacerle cumplir sus otras obligaciones. Pero no había nada que hacer: Rosiña siempre volvía al mar, a la menor oportunidad.

Sus escapadas tenían ya tan enfadada a su madre, que un día le dijo:

Em peixe sejás tú feita!

Cual si hubiera sido un frase del más grande encantamiento de la más grande y poderosa hada, Rosiña se convirtió en pez, tal como le deseaba su madre…, pero solamente de la cintura para abajo. Se conoce que la madre de Rosiña no era hada, ni bruja, o, si era alguna de estas cosas, no se tenía bien aprendida la carrera, y así, su conjuro no salió perfecto sino que dio lugar a la más absurda pero al mismo tiempo la más fantástica, encantadora y enigmática criatura: la sirena.

¿Y qué hizo la sirena Rosiña?

Pues, en cuanto se vio con la mitad del cuerpo de aquella guisa, en lugar de asustarse, o enfadarse, o llorar, o cualquiera otra tontería, se deslizó como pudo hasta la orilla del mar y en él se zambulló, con más gracia, fuerza y seguridad que nunca.

¡Oh, sorpresa!

Enseguida se dio cuenta Rosiña no sólo de que podía nadar muchísimo mejor, más deprisa y sin fatiga, sino que podía permanecer bajo el agua respirando, sin problema alguno. Su alegría fue tan grande que ni se le pasó por la imaginación salir del mar, volver a tierra firme, volver a su casa…

Se adentró en el mar, contemplando por primera vez con toda perfección las maravillas submarinas. Era todo tan hermoso que Rosiña lloró de emoción, y sus lágrimas se convirtieron en perlas que se depositaron en el fondo del mar.

Esas perlas, las lágrimas de Rosiña, nadie las ha hallado todavía, siguen ahí abajo, no muy lejos de Finisterre. Posiblemente, nadie las encontrará jamás. Pero sí somos muchos los que hemos encontrado sirenas en nuestros viajes por mar, y hemos podido comprobar que son cariñosas, dulces y encantadoras. Y no sólo esto sino que, conocedoras de todos los fondos marinos, saben dónde están todos los pecios y dónde hay muchos tesoros de todas clases.

Por eso digo que es tan fácil enriquecerse con las sirenas. No hace falta más que escucharlas con simpatía mientras cantan, ser cariñosos con ellas y hablarles de Rosiña, la primera sirena, la generadora de toda una estirpe de fantásticas criaturas deliciosas. Entonces, si les pides que te digan dónde hay un tesoro que puedas recoger del fondo del mar para convertirlo en dinero y vivir como un rey, las sirenas te lo dicen, con lo cual bien claro está que las sirenas pueden hacer tu fortuna.

Pero yo no soy amigo de las sirenas por vil, miserable y mezquino interés. Soy amigo de ellas porque me gustan, nos contamos nuestras cosas, y nos reímos y nadamos juntos.

Y a lo mejor, cualquier día, el menos pensado, jugando y nadando alguna de ellas me llevará adonde yacen las lágrimas de Rosiña.

No quisiera morir sin antes haberlas visto.

 

 

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